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VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE ZAIRE REUNIDOS EN KINSHASA


Sábado 3 de mayo de 1980

Queridísimos hermanos en Cristo:

1. ¡Qué gozo para mí el encontraros todos juntos! ¡Qué gran consuelo! Puede decirse que justamente hace un siglo comenzó la verdadera evangelización; y he aquí que hoy la fe cristiana se halla implantada casi por doquier en este país, con una jerarquía eclesiástica organizada, con hijos de este pueblo "ex hominibus assumpti", que han tomado en sus manos las riendas de la Iglesia, en unión con la Iglesia que está en Roma. La instauración de vuestras comunidades cristianas, la vitalidad de este Pueblo de Dios, es una maravilla de la gracia, que renueva en nuestros tiempos lo que realizó en tiempo de los Apóstoles Pedro y Pablo.

Hay etapas, hay fechas que nadie puede olvidar:

— la ordenación del primer sacerdote zaireño, Esteban Kaoze (1917);

— la consagración del primer obispo zaireño, mons. Pierre Kimbondo (1956);

— la instauración de la jerarquía en Zaire (1959);

— el llamamiento del primer obispo zaireño a formar parte del Sacro Colegio Cardenalicio, el cardenal Joseph Malula (1969).

Yo he venido a dar gracias a Dios con vosotros, a celebrar el centenario de la evangelización.

He venido a reconocer con vosotros la tarea apostólica, paciente y acertada, de numerosos misioneros, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas. Ellos os amaron hasta el punto de consagrar su vida a iniciar a vuestros padres en el Evangelio, un Evangelio que ellos mismos habían recibido por gracia, y tuvieron confianza suficiente en vuestros padres para considerarlos capaces de constituir también ellos una Iglesia local y para preparar sus Pastores. He venido a reconocer el buen trabajo que vosotros mismos habéis emprendido, siguiendo su ejemplo o con ellos, en la medida en que os prestan todavía hoy un servicio indispensable. He venido a manifestaros mi respeto, mi estima, mi afecto hacia vuestras personas, hacia vuestro cuerpo episcopal, hacia la Iglesia que se reúne con vosotros. Y he venido a confirmar vuestro santo ministerio, como Jesús pidió a Pedro.

2. El fin de este ministerio es siempre la evangelización. Es el mismo para todos los países, para las viejas cristiandades igual que para las jóvenes Iglesias. Porque la evangelización tiene sus etapas de diverso alcance y es una obra en la que hay que insistir sin cesar. Ciertamente, alrededor de la mitad de vuestros conciudadanos han entrado en la Iglesia por el bautismo; otros se preparan para ello. Pero hay todavía un ancho campo de apostolado, a fin de que la luz del Evangelio brille también a los ojos de los demás. Y sobre todo hay que realizar la penetración profunda de este Evangelio en las almas, en las costumbres, en la fe y en la caridad cotidiana de las personas, de las familias, de las comunidades y hay que asegurar su perseverancia. Era ése el problema que encontraba el Apóstol Pablo, en las comunidades que visitaba, y el Apóstol Juan, en las comunidades que sostenía con sus Cartas en la tercera generación de cristianos (cf. Ap 1, 3), o también mi predecesor San Clemente de Roma. Es el problema que . han conocido todos los obispos intrépidos de mi nación, como San Estanislao.

3. A este respecto, he podido observar el celo, la valentía y la cohesión de que habéis sabido dar prueba, para iluminar y guiar a vuestro pueblo cristiano, cuando las circunstancias lo han exigido. Porque las ocasiones de prueba realmente no os han faltado. Por ejemplo, habéis preparado y publicado documentos sobre la fe en Jesucristo, en 1974, y después "sobre la situación presente". En 1977 habéis estimulado a los fieles "solidarios y responsables", a superar el desaliento y la inmoralidad. El mismo año, habéis exhortado a vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas a la conversión. Habéis hecho incluso un llamamiento a todos vuestros compatriotas para "el resurgimiento de la nación". Tales documentos de la Conferencia Episcopal, sin contar con los de cada obispo en su propia diócesis, manifiestan vuestro sentido de la responsabilidad pastoral. Yo desearía, con vosotros, que esos llamamientos, unidos a la lectura asidua de la Palabra de Dios, sean recordados, meditados y, sobre todo, vividos en sus consecuencias y con perseverancia por aquellos a quienes queréis formar o despertar su conciencia. Porque, como sabéis igual que yo, esta educación en la fe exige no solamente textos claros, sino una proximidad, una pedagogía que acuñe esa enseñanza, que convenza y ayude, con paciencia y amor, inseparables de la autoridad pastoral, gracias también a los sacerdotes y educadores que deben dar ellos mismos ejemplo. Yo quisiera, con estas sencillas palabras, expresaros mi aprecio y estímulo por vuestra obra de evangelización.

4. Uno de los aspectos de esta evangelización es la inculturación del Evangelio, la africanización de la Iglesia. Muchos me habéis confiado que tenéis esto muy en el corazón, y es justo. Esto forma parte de los esfuerzos indispensables para encarnar el mensaje de Cristo. El Evangelio, ciertamente, no se identifica con las culturas y las trasciende todas. Pero el Reino que el Evangelio anuncia es vivido por hombres ligados profundamente a una cultura; la construcción del Reino no puede desentenderse de incorporar elementos de las culturas humanas (cf. Evangelii nuntiandi, 20). La evangelización, incluso, puede ayudar a hacer surgir de su propia tradición viviente expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos (cf. Catechesi tradendae, 53). Desead ser a la vez plenamente cristianos y plenamente africanos. El Espíritu Santo nos pide que creamos, en efecto, que la levadura del Evangelio, en su autenticidad, tiene la fuerza de suscitar Cristianos en las diversas culturas, con todas las riquezas de su patrimonio, purificadas y transfiguradas.

A tal propósito, el Concilio Vaticano II expresó muy bien algunos principios que sirven siempre para iluminar el camino que ha de seguirse en este terreno:

«La Iglesia... fomenta y asume y, al asumirlas, las purifica, fortalece y eleva todas las capacidades y riquezas y costumbres de los pueblos, en lo que tienen de bueno...

»En virtud de esta catolicidad, cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumentan a causa de todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad...

»La Cátedra de Pedro... preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla» (Lumen gentium, 13).

La africanización recobra aspectos amplios y profundos que todavía no han sido suficientemente explorarlos; y hay que valerse del lenguaje para presentar el mensaje cristiano de modo que llegue al alma y al corazón de los zaireños; así como también de la catequesis, de la reflexión teológica, de la expresión más adecuada en la liturgia o en el arte sacro, de formas comunitarias de vida cristiana.

5. A vosotros, los obispos, os compete el promover y armonizar los avances en este terreno, tras madura reflexión, con gran entendimiento entre vosotros, en unión también con la Iglesia universal y con la Santa Sede. La inculturación, para el conjunto del pueblo, no podrá ser, por otra parte, sino el fruto de una progresiva madurez en la fe. Porque vosotros estáis convencidos, come yo, de que esta obra, sobre la cual quiero expresaros toda mi confianza, requiere mucha lucidez teológica, discernimiento espiritual, sabiduría y prudencia; y también, no poco tiempo.

Permitidme que recuerde, entre otros ejemplos, la experiencia de mi propia patria. En Polonia, se ha establecido una alianza profunda entre las maneras de pensar y de vivir que caracterizan la nación y el catolicismo; esta impregnación ha requerido siglos. Aquí, teniendo en cuenta una situación diferente, debe ser posible al cristianismo aliarse con lo que es más profundo en el alma zaireña para una cultura original, al mismo tiempo africana y cristiana.

En lo que respecta a la fe y a la teología, todo el mundo ve que están en juego importantes problemas: el contenido de la fe, la búsqueda de su mejor expresión, la relación entre la teología y la fe, la unidad de la fe. Mi venerado predecesor Pablo VI hizo alusión a ello al finalizar el Sínodo de 1974 (cf. AAS 66, 1974, págs. 636-637; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de noviembre de 1974, págs. 1, 2 y 15). Y había recordado ciertas reglas a los delegados del S.C.E.A.M. en septiembre de 1975:

« a) Cuando se trata de la fe cristiana, hay que atenerse al patrimonio idéntico, esencial, constitucional de la misma doctrina de Cristo, profesado por la tradición auténtica y autorizada de la única verdadera Iglesia;

» b) Es importante entregarse a una investigación, profunda de las tradiciones culturales de las diversas poblaciones, así como también de los datos filosóficos que actúan como presupuestos. para encontrar en ellas los elementos que no estén en contradicción con la religión cristiana y las aportaciones capaces de enriquecer la reflexión teológica» (AAS 67, 1975, pág. 572; L'Ossevatore Romano, Edición en Lengua Española, 12 de octubre de 1975, pág. 9).

Yo mismo, el año pasado, en la Exhortación sobre la catequesis, llamaba la atención sobre el hecho de que el mensaje evangélico no es aislable de la cultura bíblica donde se incluyó en un principio, ni incluso, sin graves deterioros, de las culturas en que ha venido expresándose a lo largo de los siglos; y que, por otro lado, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora (cf. núm. 53).

En el terreno de la catequesis pueden y deben hacerse presentaciones más adecuadas al alma africana, sin dejar de tener en cuenta los intercambios culturales cada vez más frecuentes con el resto del mundo; conviene procurar simplemente que los trabajos se realicen en equipo y sean controlados por el Episcopado, para que la expresión resulte correcta y que sea presentada toda la doctrina.

En el ámbito de los gestos sacros y de la liturgia, es posible todo un enriquecimiento (cf. Sacrosanctum Concilium, 37 y 38), a condición de que el significado del rito cristiano se conserve siempre y que el aspecto universal, católico, de la Iglesia aparezca claramente ("unidad sustancial del rito romano"), en unión con las otras Iglesias locales y de acuerdo con la Santa Sede.

En el aspecto ético, conviene poner de relieve todos los recursos del alma africana que son como el engranaje del cristianismo. Pablo VI los había recordado ya en su mensaje a África, del 29 de octubre de 1967, y vosotros los conocéis mejor que nadie, porque se refieren a la visión espiritual de la vida, al sentido de la familia y de los niños, de la vida comunitaria, etc. Como en toda civilización, hay otros aspectos menos favorables.

De todas formas, como vosotros habéis recordado muy bien, hay que realizar siempre una conversión, de cara a la persona de Cristo, único Salvador, y de sus enseñanzas, tal como la Iglesia las transmite. Sólo así se produce la liberación, la purificación, la transfiguración, la elevación que El vino a traer y realizó en su misterio pascual, de muerte y de resurrección. Hay que considerar a la vez la Encarnación de Cristo y su Redención. Vosotros mismos habéis hecho notar que el recurso a la autenticidad no permite "oponer los principios de la moral cristiana a los de la moral tradicional" (carta del 27 de febrero de 1977). En cierto sentido, el Evangelio colma las aspiraciones humanas, pero examinando las profundidades de lo humano para que se abran al llamamiento de la gracia y en especial a un acercamiento más confiado hacia Dios, a una fraternidad humana ampliada, universal. La autenticidad no dispensará al hombre africano de su deber de conversión. En resumen: se trata de llegar a ser cristianos auténticos, y auténticamente africanos.

6. En esta labor de inculturación, de indigenización, bien comenzada ya, así como en el conjunto de la obra de evangelización. pueden surgir en el camino muchas cuestiones particulares, referentes a tal o cual costumbre —pienso concretamente en problemas difíciles del matrimonio—, tal o cual acto religioso, tal a cual método. Cuestiones difíciles, cuya búsqueda de solución queda confiada a vuestra responsabilidad pastoral, a vosotros los obispos, en diálogo con Roma. No podéis desentenderos de ello. Para eso, hace falta ante todo una cohesión perfecta entre vosotros. Cada Iglesia tiene sus problemas; pero por encima de todo —no temo jamás repetirlo— como les decía a los obispos de Polonia: "Esa unidad es fuente de fuerza espiritual".

Una solidaridad así vale para todos los ámbitos: el de la investigación, el de las grandes decisiones pastorales y también el de la estima mutua, sea cualquiera vuestro origen, sin olvidar el de la mutua ayuda, en la vida ejemplar que se os pide y que puede exigir a veces correcciones fraternales.

7. No se escapa ya a vuestra consideración hasta qué punto son necesarias para la autenticidad católica de la Iglesia en Zaire, para su fuerza y para su armonioso crecimiento, la solidaridad con la Iglesia universal en las cosas que deben ser comunes y, en especial, la comunión confiada con la Santa Sede. Pero son necesarias también para la vitalidad de la Iglesia universal, donde vosotros aportaréis el testimonio de vuestra solicitud pastoral y la contribución de vuestro celo evangelizador sobre puntos importantes para toda la Iglesia. Son las exigencias, o mejor dicho, es la gracia de nuestra catolicidad (cf. Lumen gentium, 13, citada más arriba). Alabado sea Dios que permite a su Iglesia este intercambio vital y esta comunión entre todos los miembros del mismo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo. La Santa Sede no os descargará de responsabilidades: al contrario, os responsabilizará y os ayudará también a encontrar las soluciones más conformes a vuestra vocación. Por mi parte, estoy seguro de que vuestras preocupaciones serán acogidas con comprensión.

8. Al llegar aquí, quisiera deciros unas palabras sobre ciertos problemas pastorales concretos. Los recuerdo para manifestaros la parte que tomo en vuestra responsabilidad.

He hablado de vuestra unidad entre obispos, de vuestra corresponsabilidad colegial que se ha demostrado en momentos especialmente difíciles. Yo os animo igualmente a favorecer lo mejor posible, en cada una de vuestras diócesis, la unidad de las fuerzas vivas de la evangelización y, en primer lugar, de vuestros sacerdotes. Bastantes de ellos son zaireños y eso ya es una gran suerte para el futuro de vuestra Iglesia. Muchos otros, sacerdotes seculares y más frecuentemente religiosos, han venido como "misioneros" o se han quedado aquí para ayudaros sabiendo que deben ir dejando, en cuanto sea posible, el primer puesto a los Pastores indígenas. Todos reconocéis que su servicio ha sido capital para la evangelización, cuyo centenario festejamos; que sigue siendo importante y actualmente indispensable, teniendo en cuenta el mismo aumento numérico de fieles y la complejidad de las necesidades apostólicas. Siguen siendo ante vosotros la expresión de la universalidad y de los intercambios necesarios entre las Iglesias. ¡Que todos, zaireños o no, formen un sólo presbiterio en torno a vosotros! ¡Que se haga todo lo posible para allanar y multiplicar los caminos de la estima mutua, de la fraternidad, de la colaboración! ¡Que se elimine todo lo que sea causa de sufrimientos o desatenciones, para unos o para otros! ¡Que en todos arraiguen los sentimientos de humildad y de servicio mutuo! ¡Pensando en Cristo y para testimonio de la Iglesia! ¡Que todos puedan decir: "Mirad cómo se aman"! ¡Para avanzar en la evangelización! Ya se han realizado importantes progresos. Y estoy seguro que haréis todo lo posible para fomentar este clima.

Por otra parte, vosotros habéis ya exhortado muchas veces a todos vuestros sacerdotes y religiosos a una gran dignidad de vida. Yo he subrayado un pasaje donde decís en forma poética:

«Reformaos, en primer lugar, vosotros mismos. Revestíos de la virtud, no os vistáis de sedas. Tened casto el cuerpo, sencilla la conciencia. De noche, como de día, dedicaos al estudio. Tratad al. pueblo con humilde dignidad y unid a la seriedad la dulzura» (Exhortación del 10 de junio de 1977). Así es el amor radical que las almas consagradas han prometido al Señor por El mismo y para estar más dispuestos al servicio de todos los hermanos y al anuncio del mundo futuro, con la disciplina de vida que ello exige, debe brillar como la luz, ser como la sal, mantener «dentro del Pueblo de Dios el "tonus" indispensable que le ayuda a elevar la materia humana» (ib.). En especial, los sacerdotes, los religiosos —y también las religiosas— deben tener sólidas convicciones sobre los valores positivos y esenciales de la castidad en el celibato y permanecer siempre muy vigilantes en su conducta para ser fieles, sin ambigüedades, a ese compromiso que han tomado —por el Señor y por la Iglesia— y que es capital, en África al igual que en todas partes, como testimonio y para enderezar al pueblo cristiano en el laborioso camino hacia la santidad. Todo esto es posible con la gracia de Dios y, sobre todo, si se toman con interés los medios espirituales y las múltiples necesidades que solicitan el celo pastoral. Los sacerdotes necesitan ciertamente vuestra ayuda fraternal, vuestra proximidad, vuestro ejemplo personal, vuestro afecto.

9. La santidad y el celo de vuestros sacerdotes facilitarán también grandemente el despertar de vocaciones sacerdotales y yo creo encontrar ahí una de vuestras mayores preocupaciones. ¿Cómo podrá la Iglesia del Zaire afrontar el futuro si no dispone de sacerdotes más numerosos surgidos de su tierra, sean seculares o religiosos? Hay que orar y pedir oraciones con este fin. Hay que hacer "llamamientos" para el servicio del Señor, hay que procurar que las familias y los jóvenes comprendan la belleza de este servicio. Pero está también el problema de la formación de esos seminaristas o novicios; que puedan siempre beneficiarse de la presencia, del diálogo y del ejemplo de directores espirituales, expertos en la guía de almas.

Creo, por otra parte, que han florecido entre vosotros muchas vocaciones religiosas, tanto en el marco de las congregaciones misioneras, como también, ahora, en el de institutos surgidos en vuestro suelo. ¡Que puedan, gracias a una sólida formación , gracias a su dedicación a obras apostólicas, gracias a su patente testimonio, escribir una nueva página en la vida de los religiosos y en la Iglesia! Yo no olvido a la que ha dejado una estela luminosa, sor Anwarita, que ya se habla de su beatificación.

10. Me alegra también todo lo que se ha hecho en este país para dotar a la Iglesia de catequistas laicos y de responsables de pequeñas comunidades, que son los enlaces activos de la evangelización, en vínculo constante y directo con las familias, los niños, las distintas categorías del Pueblo de Dios. Conviene efectivamente favorecer todo este despliegue de la acción indispensable del laicado, en comunión estrecha con los Pastores. Tendré ocasión de abordar más ampliamente este tema durante mi viaje.

Sobre la vida familiar, ya he hablado extensamente esta mañana. Hay que hacer caminar a los jóvenes y a los hogares hacia la plena realización del proyecto de Dios sobre los esposos y padres de familia, a pesar de ciertas dificultades, pero apoyándose al mismo tiempo en los recursos del alma africana, en la experiencia secular de la Iglesia y en la gracia; he ahí un objetivo pastoral primordial. Ello será para la Iglesia una bendición y para el país un progreso de primer orden.

Una cosa que deben tener muy en cuenta los padres de familia, los Pastores y todos los operarios de la evangelización, es la educación religiosa de los niños, —sea cualquiera el estatuto de las escuelas y, sobre todo, a causa del estatuto actual—: la iniciación al Evangelio dentro de la familia, continuada con una catequesis sistemática, como ya expuse, siguiendo el Sínodo de los Obispos, en la Exhortación Catechesi tradendae.

11. Pienso también en toda la aportación que la Iglesia presta al desarrollo del país, no solamente preparando la conciencia de los ciudadanos en orden a la lealtad, al servicio gratuito, al trabajo bien hecho, a la fraternidad —que es directamente su función—, sino también atendiendo, en muy diferentes niveles, a las múltiples necesidades de la población, agravadas con frecuencia por las pruebas; a los planes escolares, a la ayuda sanitaria, a los medios de subsistencia, etc. Es un suplemento que la caridad impone a la Iglesia —"caritas urget nos"— y que el sentido del bien común de vuestra patria os hace encontrar normal.

12. Vosotros amáis profundamente a vuestra patria. Comprendo estos sentimientos, porque, como sabéis, es grande el amor que yo siento hacia la tierra en que nací. La unidad de una patria se forja, por otra parte, a través de las pruebas y de los esfuerzos en que han participado los cristianos, sobre todo cuando forman una porción notable de la nación. Vuestro servicio de Dios comprende ese amor a la patria. Contribuye al bien de la patria, como el poder civil está ordenado, en su plano, a él. Pero vuestro servicio se distingue de este último y, aun respetando su competencia y responsabilidad, debe poder ejercitarse, por su parte, en plena libertad, dentro de su esfera que es la educación de la fe, la formación de las conciencias, la práctica religiosa, la vida de las comunidades. cristianas, así como la defensa de la persona humana, de sus libertades y de sus derechos, de su dignidad. Sé que esa ha sido vuestra preocupación. Y deseo que resulte de ello una paz provechosa para todos.

13. Una última consideración. Para ayudar a la minoría cristiana a que afronte según la fe los problemas que no dejan de plantear la rápida evolución y el contacto con otras civilizaciones, con otros sistemas de pensamiento, es capital, en el plano teológico, que investigación y la enseñanza sean promovidas en vuestro país de modo conveniente, es decir, llegando a enraizar profundamente en la tradición de toda la Iglesia, que ha dado su savia a vuestra comunidad, la reflexión que requieren vuestra raigambre africana y los problemas nuevos que surgen. De ahí, que yo haga fervientes votos por vuestra facultad de teología en Kinshasa, por su alto nivel intelectual, por su fidelidad eclesial y por su irradiación en vuestro país y más allá de sus fronteras.

14. Y por hoy voy a detenerme aquí. Pero es un diálogo que deberá continuar siempre con el Sucesor de Pedro, con los organismos de la Santa Sede, con las otras Iglesias locales, que no tienen más que una preocupación: permitir al impulso de vuestra Iglesia que siga su curso en las mejores condiciones "con toda seguridad y sin tropiezos" (Act 28, 31). Yo deseo que este impulso no sólo os favorezca a vosotros, sino que sea cada vez más misionero. "Sed misioneros de vosotros mismos", como decía Pablo VI en Kampala hace once años. Esto se ha realizado en gran parte. Pero yo añado: tratad de ser misioneros, por vuestra parte, no sólo en las zonas de este país donde todavía es esperado el Evangelio, sino fuera de él también, especialmente en los otros países de África. Una Iglesia que se entrega, aun dentro de sus limitados recursos, será bendecida por el Señor, ya que siempre hay alguien más pobre todavía.

El Espíritu Santo os ha constituido Pastores de vuestro pueblo en esta hora importante de la historia cristiana del Zaire. ¡Que El confirme la fe y la caridad de todos cuantos os han sido confiados! Y que María la Madre de la Iglesia, interceda por todos vosotros. Estad seguros de mi oración, como yo cuento con la vuestra. Con mi afectuosa bendición apostólica.

 



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