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VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS Y LISIEUX

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
ANTES DE SALIR HACIA FRANCIA


Aeropuerto de Fiumicino, Roma
Viernes 30 de mayo de 1980

 

1. Al disponerme a dejar otra vez la Ciudad del Vaticano y la amada tierra de Italia, para dirigirme a Francia me complace acoger, señores cardenales, distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, y representantes del Gobierno Italiano, vuestra cordial expresión de afecto y de ánimo, que es, además, testimonio de participación interior en las intenciones que inspiran los propósitos de la actual peregrinación apostólica.

Quiero manifestaros mi sincera y viva gratitud por vuestra presencia, en la que veo la expresión de un gozoso deseo de feliz éxito de las tareas de las próximas jornadas.

Obispo de Roma y Sucesor del Apóstol Pedro, me ha sido confiada, por designio divino, la misión de ser instrumento y signo de la unidad de fe y de comunión entre las diversas iglesias locales, confirmándolas en su adhesión a Cristo y al Evangelio. Esta función me es dado desarrollarla principalmente en Roma, ciudad del espíritu, adonde vienen con frecuencia mis hermanos en el Episcopado para encontrarse con el Vicario de Cristo; sin embargo, las modernas posibilidades de fácil comunicación hacen cada vez más normal el hecho de que el Papa vaya y se encuentre en sus sedes con los obispos y el Pueblo de Dios.

2. Francia, país de gloriosa tradición, es una de las grandes naciones que fueron marcadas por la fe cristiana desde los albores de su historia y, después de la caída del Imperio Romano, fue la primera comunidad nacional de Occidente que se profesó hija de la Iglesia: "Fille aînée de l'Eglise".

A lo largo del curso de los siglos, ha ofrecido una aportación particular a la Iglesia católica, a través del testimonio iluminado y heroico de sus Santos, el vigor de doctrina de sus maestros, y la valentía apostólica de sus misioneros. Ocupa también hoy, a causa de su inteligente dinamismo, un lugar de gran relieve en la Iglesia universal.

Tengo intención de ir a Lourdes en julio del año próximo, con ocasión del anunciado Congreso Eucarístico Internacional, pero parecía oportuna, desde ahora, una visita pastoral al corazón de esa nación. Esta intención es la que da sentido a mi permanencia en la capital, que resume idealmente en sí los valores, las perspectivas y los anhelos de todos los franceses; además, impulsado por la misma solicitud, iré también a Lisieux, lugar bendito, hacia el que la cristiandad y particularmente las misiones dirigen con admiración la mirada, a causa de Santa Teresa, que con su mensaje se ha colocado en el centro, en el corazón —según expresión suya— de la Iglesia, y de la Iglesia misionera.

3. Mi visita tiene también otro objetivo importante: la UNESCO. Desde hace tiempo se me dirigió la invitación para reunirme con los ilustres representantes de ese Organismo, en su misma sede, con ocasión de la 109 sesión del Consejo ejecutivo. Me siento feliz por este encuentro, ya que la verdadera cultura que la UNESCO tiene la misión institucional de promover en todo el mundo, asume una importancia de primer plano para el desarrollo y la defensa de la dignidad del hombre, que no es sólo sujeto de instrucción —también en este campo el trabajo que queda por hacer es verdaderamente notable—, sino que está llamado sobre todo a madurar hasta la perfección las potencialidades de su conocimiento espiritual, para corresponder a los designios de Dios sobre el mundo y sobre la historia, en el marco de ese pacífico y solidario progreso que todos deseamos.

Dejo, pues, las riberas históricas del Tíber por las majestuosas del Sena, y ya esta tarde me hallaré inmerso en el clima sugestivo y solemne de Notre Dame. Confío a María, Señora de Francia y Castellana de Italia, el deseo de que mi visita consolide la fe de los hijos de esa gran patria y dé ánimo a su valentía de testimonio. Con estos pensamientos os doy mi saludo cordial lleno de buenos deseos y bendiciones.

 



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