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VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS Y LISIEUX

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD MUSULMANA

Sábado 31 de mayo de 1980

 

Es un gran placer para mí poder dirigir hoy mi saludo a vosotros musulmanes, hermanos nuestros en la fe en el único Dios. En vosotros saludo también a todos vuestros hermanos y hermanas que viven igualmente en este país.

Si el motivo que os ha impulsado a dejar vuestras patrias respectivas, sea el trabajo o el estudio, da a vuestra decisión un carácter de dignidad incontestable, no es menos cierto que vuestra condición de emigrados plantea en vosotros, como en este país que os acoge, importantes problemas sociales, culturales y religiosos.

Estoy enterado de los grandes esfuerzos que se han llevado a cabo para comprender vuestros problemas y buscar soluciones satisfactorias. Pienso ahora en concreto en las numerosas organizaciones socio-profesionales y culturales sensibles a vuestra situación, como a la de tantos otros emigrados que viven en Francia.

También la Iglesia es consciente de ello. Quisiera mencionar únicamente dos iniciativas emprendidas por ella: la Declaración conciliar del 28 de octubre de 1965, en la que afirmó su voluntad, no sólo de buscar el diálogo con el Islam, sino de "promover incluso, en el conjunto de toda la humanidad, la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad", y la creación, el 19 de mayo de 1964, del "Secretariado para los No Cristianos". Yo mismo he reafirmado recientemente esta voluntad de la Iglesia, durante mi viaje a África, mediante los encuentros con los representantes del Islam en Nairobi y en Acra. Una tal preocupación, a nivel de Iglesia universal, encuentra una expresión más próxima a vosotros en el "Secretariado para las relaciones con el Islam", organizado por la Iglesia en Francia.

Ciertamente, no todos vuestros problemas están resueltos, lo sé, como tampoco están los de otros trabajadores en el mundo ni los de numerosos cristianos que viven y trabajan en un cierto número de países musulmanes. Pero estamos convencidos de que la buena voluntad, el esfuerzo sincero de comprensión y la búsqueda común de soluciones en un deseo auténtico de conciliación pueden, con el auxilio del Dios único en el que todos creemos, ayudarnos a encontrar las soluciones satisfactorias.

Nuestro ideal común es una sociedad en la que los hombres se consideren todos como hermanos que caminan a la luz de Dios luchando por el bien.

Os agradezco sinceramente vuestra presencia.

 



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