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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COMISIÓN «FE Y CONSTITUCIÓN»
DEL CONSEJO ECUMÉNICO DE LAS IGLESIAS


Lunes 3 de noviembre de 1980

 

Queridos hermanos en Cristo:

Bienvenidos seáis. Mi cordial saludo va a cada uno de vosotros, a los que trabajan habitualmente con vosotros y a los cristianos de las Iglesias que representáis. Bendito sea el Señor que os ha reunido y os concede actuar ya juntos con lealtad para escrutar su designio sobre su Iglesia y sobre la salvación del mundo, y para expresarla de modo mejor.

Me siento feliz de recibiros hoy y tener ocasión de deciros expresamente todo el interés que presto a vuestros trabajos. Al estudiar juntos el Bautismo, la Eucaristía y el ministerio, no sólo estáis tratando realidades que se hallan en el corazón mismo del misterio de la Iglesia y de su estructura, sino que además abordáis cuestiones que si no  fueron la causa de nuestras divisiones, sí figuraban entre los temas principales objeto de oposición. Por tanto, no puede haber restauración auténtica y duradera de la unión sin que lleguemos a expresar juntos y con claridad nuestra fe en estos aspectos del misterio sobre los que existe oposición entre nosotros. La cuestión del ministerio sigue siendo la cuestión-clave en orden a la restauración de la comunión plena.

Como dije el 31 de mayo último en París, todos estamos llamados a prestar nuestra aportación al servicio del hombre. "Pero hoy, quizá más que nunca, el primer servicio que hay que hacer al hombre es el de testimoniar la verdad, toda la verdad", "confesando la verdad en el amor. No debemos descansar hasta que no seamos capaces de nuevo de confesar juntos toda la verdad".

Vuestro esfuerzo humilde, fraterno y perseverante ha obtenido ya resultados de los que damos gracias a Aquel que nos ha sido dado para guiarnos a la verdad completa (cf. Jn 16, 13). Hay que continuar. Hay que llegar hasta el final. Tocará a la autoridad eclesiástica competente el examen de estos resultados. Pero ya este esfuerzo es testimonio importante que juntos rendís a Cristo y al misterio de su Iglesia. Os lo agradezco, os aseguro mi simpatía y mi oración para que dichos trabajos sigan profundizándose y produzcan frutos plenamente conformes a la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, el cual sea bendito por siempre.

En esta labor necesitáis escrutar las Escrituras; necesitáis ver el modo cómo los cristianos, ya desde los orígenes y en unión con sus Pastores, recibieron estas enseñanzas y las interpretaron no sólo en el plano intelectual, sino en el existencial, en la vida de cada día, en la profesión de fe, en las instituciones; cómo estas enseñanzas suscitaron una vida espiritual más intensa. Pero antes de nada, necesitamos todos ponernos continuamente a disposición de Dios, buscando su voluntad con oración ardiente, que es bueno elevar a Dios en común. ¿Queréis que oremos juntos con las palabras del Señor? "Padre nuestro...".

 



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