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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN ORGANIZADA
POR LA «CONFÉDÉRATION DES ASSOCIATIONS
FAMILIALES CATHOLIQUES» DE FRANCIA


Lunes 10 de noviembre de 1980

 

Queridas familias católicas, venidas sobre todo de Francia, pero también de ultramar:

Con el apoyo del cardenal arzobispo de Lión, a quien me complazco en saludar en primer lugar y muy fraternalmente, habéis preparado desde hace largo tiempo esta hermosa peregrinación. Todos vosotros, responsables y participantes, tenéis derecho a la enhorabuena del Papa, tan feliz de recibiros aquí, como vosotros le recibisteis con tanta hospitalidad en Francia.

1. Habéis querido dar a esta concentración romana un carácter familiar completo. ¡Muy bien hecho! Veo, en efecto, a jóvenes padres y madres de familia y a otros que están llegando a la fase de las bodas de plata, a la vez que observo la presencia de felices abuelos. Contemplo a los niños y muy en especial a los setenta que tendrán la dicha de hacer esta tarde la primera comunión; rogaré por su fidelidad a Cristo. Veo también adolescentes, que me recuerdan la inolvidable velada del Parque de los Príncipes. Sé, por último, que han tenido a bien acompañaros algunas personalidades del mundo parlamentario y que también están presentes los delegados de Asociaciones Familiares Católicas de lejanos territorios franceses, así como algunos miembros de familias refugiadas o que trabajan temporalmente en Francia. A todos y cada uno expreso mis sentimientos de afecto y confianza. ¡Que Cristo y su Madre Santísima —que es también Madre de la Iglesia— nos asistan en la reflexión que vamos a hacer conjuntamente sobre algunos aspectos importantes de la vocación conyugal y familiar!

¡Bendigamos ante todo al Señor por el Sínodo que acaba de terminar! Sus frutos son abundantes. A través del intenso trabajo de los obispos y de los laicos, ha sido en cierto modo toda la Iglesia la que acaba de profundizar su fidelidad al designio de Dios sobre la familia y tender su mirada atenta y misericordiosa sobre las situaciones familiares concretas, tan diversas y a veces tan dolorosas. Su síntesis, llena de luz y portadora de esperanza, se hará pública oportuna» mente.

2. Hoy, la composición misma de vuestra gran reunión inspira una reflexión particular. Mientras la sociedad moderna vive un fenómeno de concentración demográfica y, paradójicamente, también de múltiples separaciones por ambientes o por sectores de actividad —mundo del trabajo, de la enseñanza e incluso de diversiones—, vuestra asamblea familiar, ampliada y diversificada, es en sí misma simbólica y, yo diría, educativa. Así la veo como una apología de la familia al completo, como comunidad de personas.

Quisiera animaros a todos, padres e hijos, a seguir por este camino difícil pero prometedor, tanto más cuanto que la civilización contemporánea, mal dominada, corre, por una parte, el peligro de rebajar y humillar la persona humana —frecuentemente desarraigada, manipulada por corrientes ideológicas, arrollada por la riqueza o por lo superfluo— y, por otra parte, corre también el peligro de fomentar la agresividad y la violencia. ¡Más que lamentarse, conviene aceptar el reto! En ese trabajo inmenso, las familias cristianas —con humildad y tenacidad— deben ser más que nunca un lugar de encuentro interpersonal y personalizado, donde cada uno no es uno mismo más que para los demás y por los demás. ¡Misterio de la familia humana, única que puede hacer nacer a las personas y darles una orientación de crecimiento que les dejará su sello de por vida! ¡Misterio también de cada persona, que es mucho más que un rostro, mucho más que un cuerpo! ¡Que es un espíritu, una libertad, una historia única con un pasado, un ambiente social, un porvenir a veces difícil de prever! Como bien sabéis, la calidad de las relaciones entre los padres es determinante para el desarrollo armonioso de los hijos. Una carencia en ese aspecto puede pesar sobre toda la vida de un ser humano. Las relaciones de los hijos con el padre y la madre, las de los hermanos y las hermanas entre sí, tendrán también repercusiones a nivel de la camaradería escolar y de toda la vida. Incluso las relaciones con Dios se ven facilitadas, o contrariadas o, a veces desgraciadamente, aniquiladas a consecuencia del estilo de las relaciones entre los familiares. A este respecto, habréis sin duda oído citar la reflexión de Santa Teresa de Lisieux, cuando era niña: "¡Cuánto me debe amar Dios, cuando mi papá me quiere tanto!". En una época en que se exigen estudios y diplomas para todo, es lamentable constatar que realidades tan fundamentales no sean más consideradas, en la teoría y en la práctica. La información sexual, por ejemplo, está fuera de lugar si no va completada por una pedagogía concreta y perseverante de desarrollo armónico de toda la persona, del arte de ser a la vez sujeto y objeto de amor. Ese amor requiere —¿habría necesidad de subrayarlo ante vosotros que estáis convencidos de ello?— la estabilidad y la indisolubilidad del hogar. Las estadísticas actuales de uniones rotas, a veces muy pronto, son una prueba del callejón sin salida en que demasiadas naciones se encuentran respecto a la desestabilización de la familia y a las terribles consecuencias que de ello se siguen, habiendo las leyes frecuentemente ratificado y estimulado las costumbres, en lugar de formular las exigencias propias de la familia.

3. Para vosotros, queridos padres, pero también para los jóvenes que aprecian las cosas concretas, abro ahora el Evangelio. Los encuentros de Cristo son realmente esclarecedores. A veces es El quien toma la iniciativa de las relaciones; pensad en el llamamiento de los discípulos. A veces se deja sencillamente encontrar; tal es el caso de Zaqueo, el publicano. Pero siempre los ejemplos de Jesús son relaciones interpersonales, tiempos de comunión profunda con el otro, donde Cristo se entrega por entero con su aspecto humano, su afectividad, con toda su conciencia de hombre y de Hijo de Dios. Pensad en los enfermos que toca y cura, en la muerte de Lázaro, que le emociona tan profundamente y hace saltar sus lágrimas, en su larga conversación con la samaritana, en la acogida reservada a la mujer adúltera, en su diálogo con el joven rico, en el camino que hace con los discípulos de Emaús, etc. Las relaciones de Cristo se basan en el sentido de la persona, acogida tal y como es, con sus límites y sus riquezas, con su carácter único, con su interioridad, con su libertad. Trata siempre a la persona como sujeto y no como objeto. La actitud personalista de Jesús, impregnada de humildad, de pobreza, de confianza, hace que tenga un conocimiento amoroso de cada uno. Endereza hacia Sí los pasos del hombre, porque cree en él y quiere su promoción integral, hasta que descubra o vuelva a encontrar su dignidad de hijo de Dios. Cristo encarna perfectamente la conocida frase de Mounier: "Ser es amar". Todos sin excepción tenemos necesidad de contemplar frecuentemente a Cristo. Es precisamente El, el Verbo de Dios, la imagen por naturaleza, el perfecto testigo del misterio trinitario, quien puede revelar a todos los que han sido creados a imagen de Dios el secreto de una existencia personalizada y personalizante. La pastoral de los hogares cristianos, dando su justo sitio a las ciencias humanas, debe ante todo enseñar a los esposos, a todos los miembros de la pequeña Iglesia doméstica, a mirar bien cómo ama Dios.

4. Sobre este panorama de fondo es posible meditar acerca de la familia, fuente de vida, de vida indefinidamente recibida e indefinidamente transmitida. El 12 de octubre último, en el marco de ese domingo especialmente consagrado a rezar por el Sínodo, algunas familias de América, de los Países Bajos y de Italia ofrecieron testimonios altamente emocionantes. Los padres y madres hablaron de las grandes alegrías que les proporcionan sus numerosos hijos; alegrías que superan con mucho a las preocupaciones y a los temores. Sí; cuando los esposos se aman, desean tantos niños cuantos puedan educar. Porque no conviene procrear si no es para educar bien. Afirmado esto, las familias cristianas pueden interrogarse legítimamente sobre el sentido que han de dar a la paternidad y maternidad responsables. Viviendo en sociedades que sostienen la planificación de la natalidad —desgraciadamente, por todos los medios— ¿no estarán a veces también contaminadas las familias cristianas por un concepto de responsabilidad en el que entra en juego una parte importante, cuando no predominante, de búsqueda de caminos libres y cómodos? Los esposos que se esfuerzan por establecer entre sí relaciones de persona a persona, y que permanecen en comunión con Dios que les ha llamado a esa noble vocación del amor conyugal y procreador, deben considerar todo lo que son y todo lo que han recibido como otros tantos dones del Señor, acordándose de la parábola de los talentos. El que ha recibido cinco talentos, debe procurar adquirir otros cinco. Y el que ha recibido uno solo debe procurar no esconderlo y sacarle provecho. En resumen, si las familias cristianas tienen que situarse con desenvoltura en su época, deben también, sin embargo, enfrentarse a las ideas y a las costumbres que conducen a la decadencia e incluso a la muerte del hombre y de la civilización. Deben contribuir a volver a dar al mundo actual el gusto de la vida.

5. Las relaciones interpersonales dentro del santuario familiar deben también reflejarse hacia fuera, porque de otro modo el hogar cristiano correría el peligro de ser un refugio, una torre de marfil. Al decidir amarse "según Cristo", todo joven matrimonio cristiano afronta la conquista de un estilo de vida conyugal y familiar que consistirá en abrirse ampliamente hacia sus futuros hijos, su familia, sus amigos, sus vecinos, sus compañeros de trabajo. Eso entra en el dinamismo de un amor que se desea cada vez más universal. Padres e hijos recibirán ciertamente mucho, aportando a los diversos sectores de la sociedad lo que ellos deben y pueden aportar en sus actividades propias. Así regulan y humanizan la inmensa cantera de la creación, que está constantemente en trance de parto.

Actuando así, la iglesia doméstica se hace signo visible de Dios entre los hombres. Padres e hijos dan al mundo no solamente la esperanza, sino también la certeza de que con Jesucristo se nos ha dado todo. Viendo la vida de los matrimonios cristianos y a sus hijos, los hombres de hoy deben tocar con la mano algo del amor universal de Dios.

6. En estas jornadas romanas, durante las conferencias magistrales, las celebraciones litúrgicas fervientes, los intercambios amistosos, el tiempo dedicado personalmente a la oración, habéis respirado un aire vivificante. El aire que tonifica al montañero, respirando a pleno pulmón a medida que va escalando y descubriendo maravillosos panoramas, sin olvidarse para nada, por otra parte, do las realidades de la existencia cotidiana. Os sentís renovados. Aun en el deslumbramiento del corazón y del espíritu, ¡habéis descubierto también cuán grande es el sacramento del matrimonio! Ese sacramento os sitúa, pese a lo frágiles y pecadores que sois y que seréis siempre, en las cercanías de Dios y, como si dijéramos, en su misterio trinitario como en el misterio del Verbo encarnado.

¡Queridas familias católicas de Francia: Proseguid confiadamente vuestra misión! Dios está con vosotros, muy especialmente en la Pascua de Jesucristo, siempre dispuesto a ayudaros para que afrontéis los sacrificios cotidianos, que son una especie de muerte en vosotros mismos, con la consiguiente vida en el otro y para el otro.

7. En cuanto a las modalidades de vuestra acción familiar, son numerosas dentro de vuestras Asociaciones familiares y fuera de ellas, aunque no todas puedan ser realizables inmediatamente y en todas partes: formación de parejas-educadoras, centros de preparación para el matrimonio, coloquios con los padres, fines de semana espirituales, elaboración de un estatuto de la familia, acción política, etc. Dais, por vuestra parte, pruebas de creatividad y de audacia, de sagacidad y de solidaridad. Hacéis llamamientos a los nuevos hogares para ampliar y renovar vuestros cuadros. No olvidéis todos los demás Movimientos que actúan en favor de la familia. La acción concertada es mejor que la acción dispersa. Seguid en el diálogo leal y confiado con vuestros obispos y con las instancias de pastoral familiar que ellos han establecido. Un aspecto importante de mi ministerio pontificio es el de estimular al Pueblo de Dios a la unidad en la diversidad de los carismas y do los servicios.

8. Antes de bendeciros os invito a rezar todos juntos. Vamos a dirigirnos a María, nuestra Madre. Estoy seguro que los niños aquí presentes le rezan con frecuencia. Y vosotros, padres y madres, tenéis a gala formarles en la oración, en los gestos religiosos, en la Buena Nueva del Evangelio, desde su más tierna edad. Más aún, ahondáis en vuestra fe con ellos y rezáis con ellos. Pidamos a la Virgen que os conduzca al pleno conocimiento de su Hijo Jesús, para ser sus discípulos y sus apóstoles.

"Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios; ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".

 



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