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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL INSTITUTO SECULAR CRISTO REY


Lunes 24 de noviembre de 1980

 

Hermanos queridísimos:

1. Estoy muy contento por poderme encontrar con vosotros, que en estos días os habéis reunido en Roma para renovar juntos vuestra profesión de fe cristiana ante las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo, y para celebrar, con intensa espiritualidad, la profesión perpetua, la emisión de votos y la admisión de nuevos socios en el aspirantado de vuestro instituto secular.

Este conjunto de circunstancias me atestiguan tanto la coherencia constante de vuestro benemérito instituto con sus finalidades originarias, como su continuo, fecundo crecimiento interior, así como su generoso compromiso por la venida del Reino de Dios, al que todos vosotros, en la varia y múltiple diversidad profesional de trabajadores, artesanos, empleados, profesores, dirigentes industriales, os habéis dedicado de manera totalmente especial ante Dios y ante la Iglesia.

Por tanto, bienvenidos a la casa del Papa, que os acoge con afecto y os dirige su cordial saludo. Mi pensamiento deferente se dirige al profesor Giuseppe Lazzati, rector magnífico de la Universidad Católica de Milán, en torno al cual, en el lejano 1938, se reunió un grupo de laicos con la clara conciencia y el ardiente deseo de ofrecer al mundo contemporáneo, por laicos que viven en el mundo, un testimonio significativo del mensaje evangélico, vivido en toda su novedad y radicalidad.

Vuestro instituto secular ha encontrado después, en las orientaciones y en las perspectivas teológicas y pastorales del Concilio Vaticano II, nuevos caminos y nuevo impulso para irradiar en el mundo, por medio de una unión más íntima con Dios, la luz de la verdad y el calor de la caridad.

Como ha afirmado el citado Concilio, los institutos seculares comportan una verdadera y completa profesión de los consejos evangélicos en el siglo, reconocida por la Iglesia; y, hablando de vuestra especial forma de vida consagrada, ha subrayado claramente su carácter de apostolado, que se desarrolla en medio del mundo y, por decirlo así, a partir del mundo; éste es el fin específico para el que surgieron en la Iglesia los institutos seculares. "Sepan, sin embargo —así continúa el texto conciliar— que no podrán realizar una misión tan importante, si sus miembros no reciben una formación en las cosas divinas y humanas tan esmerada que sean realmente como fermento en el mundo, para robustecimiento e incremento del Cuerpo de Cristo" (Perfectae caritatis, 11).

2. Vosotros queréis con tal dedicación, mediante las obras del apostolado y vuestra experiencia personal y profesional en el ámbito de la sociedad civil, dar vuestra activa, concreta y generosa aportación a la "consecratio mundi", a la cual todos los laicos, por su participación en la función sacerdotal de Cristo, están llamados y destinados en virtud del bautismo y de la confirmación (cf. Lumen gentium, 34). La "sequela Christi" es exigencia fundamental para todo cristiano; lo es, de modo especial, para vosotros, que habéis querido denominar a vuestro instituto secular "Cristo Rey". ¡Sí! ¡Cristo es vuestro Maestro! ¡Cristo es vuestro camino! ¡Cristo es vuestra vida! Pero su "realeza" es totalmente diversa de la del poder mundano; se manifiesta y triunfa solemnemente sobre la cruz y desde la cruz; es una realeza de humildad, de pobreza, de ocultación, de disponibilidad, de donación, de sacrificio hasta la muerte. ¡Y su corona real está formada por espinas punzantes y dolorosas!

Este es Cristo "Rey", a quien vosotros os habéis comprometido a seguir mediante la profesión de los consejos evangélicos, los cuales, en vez de empobrecer al hombre, lo enriquecen incomparablemente, porque lo hacen capaz de acoger en plenitud el don de Dios.

Por tanto, deseo que la oración continua y la profundización personal y comunitaria en la Palabra de Dios alimenten y nutran vuestra fe, para hacerla penetrar en lo profundo de vuestro ser y para transfundir su fuerza en todos los momentos de vuestra vida, consagrada al abierto y límpido testimonio de Cristo y de la Iglesia, y además al compromiso de ordenar la realidad temporal según el designio de Dios.

Con las mismas palabras que os dirigió en abril de 1968 mi gran predecesor Pablo VI, que tanto amó y estimuló a vuestro instituto secular, deseo animaros a "llevar hasta las últimas lógicas consecuencias este compromiso de vida, que es estilo exterior de bondad, de delicadeza, de amistad, de apostolado a través de la cultura y el prestigio personal, y se alimenta interiormente de las linfas vivificantes de la piedad bíblica, eucarística, litúrgica" (Insegnamenti di Paolo VI, VI, 1968, 170.

Os estoy y estaré muy cercano con mi oración por todos vosotros, para que la Iglesia pueda miraros siempre con total confianza. Con estos deseos os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica.

 



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