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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE LA ACCIÓN CATÓLICA
DE LA DIÓCESIS ITALIANA DE SENIGALLIA


Sábado 18 de octubre de 1981

 

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Os expreso mi alegría al acoger hoy en esta Aula a vuestra peregrinación, que representa la entera diócesis de Senigallia. Mi cordial saludo se dirige ante todo a vuestro obispo y hermano mío, que os ha conducido a Roma ante el Sucesor de Pedro. Y os saludo a todos vosotros, aquí presentes, con particular referencia a los numerosos y queridos muchachos y a los jóvenes catequistas parroquiales. A todos va mi bienvenida paterna y afectuosa, en la esperanza cierta de que el encuentro de hoy sea realmente una ocasión propicia para renovar nuestra común fe en Cristo Señor y nuestro mutuo amor, como las tumbas cercanas de los gloriosos Apóstoles nos estimulan a hacer.

2. Sé que el motivo de vuestra peregrinación ha sido el XC aniversario del nacimiento de Santa María Goretti, nacida en Corinaldo, una parroquia de vuestra diócesis, donde adquirió los primeros elementos de la fe y tuvo las primeras experiencias de vida parroquial, aunque luego tuvo que seguir a su familia en su traslado al campo pontino del Lacio. Habéis querido rendir homenaje de esta manera a la singular figura de una santa la cual, si por una parte constituye un orgullo para vuestra comunidad diocesana, por otra brilla como ejemplo de virtud válido para proponer a la sociedad entera.

María Goretti, en efecto, fue una mártir de la castidad, es decir de un específico comportamiento moral virtuoso que en la historia del cristianismo ha sido siempre altamente apreciado, aunque en nuestro tiempo como en otros, se le hayan infligido muchos atentados para disminuir su valor. Sin duda, el mensaje que procede de la historia de María Goretti no es de orden maniqueo, de desvalorización del cuerpo y de la sexualidad, puesto que es propia de la revelación bíblica toda una profunda y sana teología del cuerpo. Se trata más bien de un mensaje concerniente tanto a la dignidad personal a nivel sólo humano, que debe ser defendida de todo abuso y toda violencia, como a la consagración de las propias energías, incluso físicas, al Señor y a la Iglesia, en obediencia radical de la ley de Dios. El cristiano no cultiva la castidad o cualquier otra virtud sólo por sí misma, convirtiéndola en un fin aislado o un ideal absoluto. San Pablo nos advierte: "... Si entregare mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, nada me aprovecha" (1 Cor 13, 3). La castidad es un valor nobilísimo si se ordena hacia Cristo Señor y se inserta en todo el contexto de la típica vida cristiana, a la cual el Espíritu Santo confiere su propio sello fundamental e inconfundible, teniendo entre sus frutos también "el dominio de sí mismo" (Gál 5, 22), precedido y rodeado de muchos otros.

3. Por tanto, la invitación que proviene de María Goretti a todos nosotros, y de manera particular a los jóvenes y las jóvenes, es que cuidemos en profundidad nuestra identidad bautismal e introduzcamos en el cuadro de esta formación, como uno de sus componentes, también el cultivo alimentado y celoso de nuestra íntegra dignidad no sólo cristiana, sino también humana, de la que la castidad es una expresión de primera importancia.

En este sentido, queridos hermanos y hermanas, no debéis hacer otra cosa que continuar e intensificar todas las actividades de vida diocesana, que ya son vuestra contraseña. En efecto, estoy informado de que está floreciente entre vosotros la Acción Católica de muchachos, con sus diversas y fecundas iniciativas pedagógicas, que estimulan a experiencias comunitarias de gozo y compromiso, y preparan a una vida de responsabilidad, tanto eclesial como civil.

Un sector decisivo también cuidado por vosotros, es el de los catequistas. A ellos les quiero recordar la gran seriedad de esta función, muy determinante para el crecimiento de los jóvenes en la fe. Todo lo que se hace para los catequistas y por los catequistas es sin duda digno de las más escogidas gracias v recompensas celestiales. Seguramente la fuerza de María Goretti hundió sus raíces también en esa enseñanza catequética que tuvo la suerte de recibir en la propia familia.

Y a vosotros, padres y madres, y no sólo a los aquí presentes, se dirige mi apremiante y alentadora invitación a que dediquéis vuestra inteligencia cristiana a la familia y a los hijos. María Goretti, que salió analfabeta de Corinaldo, encontró precisamente en su padre y su madre su mejor escuela, puesto que se habían formado con la asidua participación en la catequesis parroquial y en la vida litúrgica del pueblo de origen. Se trata de un ejemplo que se inserta bien en el marco del actual Sínodo de los Obispos, que precisamente en estos días está estudiando los varios aspectos y problemas de la familia en el mundo contemporáneo.

4. Me alegra, por tanto, desearos a todos vosotros todo bien en el Señor, a quien os aseguro mi recuerdo en la oración, para que "abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabezá" (Ef 4, 15). Que sea El quien os acompañe siempre con su gracia, de la que quiere ser prenda mi bendición apostólica, que de corazón imparto a todos vosotros y extiendo a vuestras personas queridas y a toda la amada diócesis de Senigallia.

 



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