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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
AL EMBAJADOR DEL ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE*

Jueves 17 de diciembre de 1981

 

Señor Embajador,

Las palabras que Vuestra Excelencia acaba de pronunciar en este acto de presentación de sus Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador, me son particularmente gratas, pues ellas testimonian el sincero afecto que los hijos de esa noble Nación sienten por el Sucesor de Pedro.

Al darle mi cordial bienvenida, deseo agradecerle sus expresiones de congratulación por el restablecimiento de mi salud y por el retorno a mi servicio pastoral en la Sede Apostólica. Desde ahora aseguro a Usted mi apoyo y benevolencia para que su misión sea muy fecunda.

Ha aludido Vuestra Excelencia a los esfuerzos de la Iglesia y del pueblo fiel ecuatoriano por conservar e incrementar los valores cristianos, recibidos como valioso legado de vuestros antepasados, y que están a la base de una convivencia justa, estable y pacífica entre las personas, los grupos sociales y las naciones. Se ha referido asimismo a la supremacía de los principios que atañen a la persona humana, entre ellos el derecho al trabajo.

En efecto, el ser humano siente la obligación irrenunciable de trabajar y de procurar a la vez que todos cumplan el mandato divino “ con el sudor de tu rostro comerás el pan ”.

Por ello, los hombres, de manera especial los unidos por vínculos de una misma sangre, raza, historia, cultura y fe religiosa, deben esforzarse además por tratar de resolver solidariamente el gravísimo problema del desempleo que afecta a tantas personas y pueblos, que viven la trágica realidad, sin responsabilidad alguna por parte de ellos, de convertirse en unos “ marginados ”.

De modo especial, los dirigentes de la vida pública de las Naciones no pueden olvidar que todo hombre, independientemente de su color y clase social, siente el impulso de realizarse como ser humano. Por esto dije, refiriéndome al trabajo, que: “Es un bien del hombre – es un bien de su humanidad –, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido se hace más hombre”. De esta forma contribuye también a dar gloria al Creador.

La Iglesia, fiel a su irrenunciable misión, considera obligación suya recordar a los responsables de la vida socio-económica que deben estar muy atentos a las exigencias del ser humano y a sus necesidades vitales. No hay que olvidar que cada hombre es un hermano para el hombre. Esta actitud eclesial de interesarse por el ser humano es una consecuencia de la fidelidad a las enseñanzas de Jesús de Nazaret, que conlleva implícitamente la primacía del amor recíproco, ayudando a todos los seres humanos a que interpreten rectamente el papel existencial que Dios les ha confiado en cuanto verdaderos protagonistas de la historia.

Al concluir este encuentro, me es grato renovarle, Señor Embajador, mis mejores votos por el feliz cumplimiento de su alta función, mientras desde lo íntimo de mi corazón elevo plegarias al Altísimo para que ilumine al Señor Presidente, a las Autoridades y a todos los amadísimos hijos del Ecuador en la tarea de implantar los genuinos valores de amor, justicia y paz e irradiarlos a su vez a todos los hombres de buena voluntad.


*AAS 74 (1982), p. 285-286.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. IV, 2 1981 pp.1148-1149.

L'Attività della Santa Sede 1981 pp. 741-742.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, 1982 n.2, p.10.

 



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