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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE LA FEDERACIÓN ITALIANA
DE ESCUELAS DE PÁRVULOS

Sábado 17 de enero de 1981

 

¡Hermanos y hermanas carísimos!

1. Estoy realmente contento por este encuentro que me da la feliz posibilidad de saludar cordialmente a los representantes de la "Federación Italiana de Escuelas de Párvulos", reunidos en estos días en Roma para el III congreso nacional.

Os doy mi cordial bienvenida a vosotros y, a través de vosotros, a las veinticinco mil religiosas que en Italia se dedican con tesón a una misión tan importante, y a los padres de familia, que han manifestado su confianza en la validez y la seriedad de vuestra obra incansable y os han confiado a sus niños, para que sean educados y formados durante ese período tan delicado como es el que va de los tres a los seis años.

Las breves palabras que os dirijo en esta audiencia quieren ser de aprobación, de reconocimiento, de aliento y de augurio, para que en este sector tan importante, desde el punto de vista religioso y social, podáis desarrollar en plena serenidad esa obra humilde, discreta, escondida, pero tan valiosa y meritoria para la Iglesia, para la familia y para la sociedad, y que responde al deseo de Jesús: "Dejad que los niños vengan a mí" (cf. Lc 18, 16).

2. Deseo expresar hoy a vuestra federación, a vosotros que la representáis, a todas las religiosas, a las educadoras y a cuantos desempeñan su actividad en los parvularios, mi aprobación y la de la Sede Apostólica por vuestra eficaz presencia, tan difundida y capilar en el ámbito del territorio nacional. En efecto, se trata nada menos que de diez mil parvularios de inspiración cristiana, con cerca de un millón de niños que acuden a ellos y por tanto hay también un millón de familias que son implicadas, solicitadas e interesadas en la compleja y cotidiana acción educativa al servicio del niño, que debe ser el auténtico centro de todo el afecto, de la atención, de los intereses, de los proyectos: el niño, que empieza a dar los primeros pasos, inciertos y cautos, en la fascinante aventura de la vida; que expresa de manera original su propia identidad y personalidad; que se presenta necesitado de amor y de protección; que se abre a la hermosura de la naturaleza; que hace y se hace tantas preguntas sobre el mundo y sobre las personas que lo rodean; que siente profundamente el sentido religioso y es capaz con extraordinaria espontaneidad de dialogar intensamente con el Padre celestial.

Nunca daríamos suficientemente nuestras sinceras "gracias" a cuantos han dedicado lo mejor de sus energías, de su tiempo, toda su vida a este apostolado auténticamente evangélico para con los pequeños, que son la señal concreta del amor fecundo de las familias, la esperanza más hermosa de las naciones, el llamamiento constante a la bondad, a la inocencia, a la limpidez, que deberían animar las relaciones entre los hombres.

3. Cuando la Iglesia, especialmente mediante la obras de las congregaciones y de los institutos religiosos, se dedica a la difusión de las escuelas de párvulos elaborando un proyecto educativo global, inspirado en los valores cristianos, actúa de hecho para la promoción de todo el hombre y de cada hombre. Ella quiere colaborar activamente con las familias a la educación, a la formación y, de manera particular, a la iniciación de los pequeños en la fe. La escuela de inspiración cristiana es elegida y preferida por los padres de familia precisamente por la formación y por la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos. También los parvularios como todas las escuelas católicas, tienen por tanto el grave deber de proponer una formación religiosa que se adapte a las situaciones, a menudo muy diferentes, de los alumnos. La formación es una obra capital, que requiere un gran amor y un profundo respeto hacia el niño, quien tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana, como he recordado en la Exhortación Apostólica sobre la catequesis en nuestro tiempo (cf. Catechesi tradendae, 36 y 69)

Para esto será necesario un continuo contacto y diálogo con los padres, para examinar juntos, analizar, comparar métodos y planteamientos educativos, con el fin de evitar posibles divergencias, aun las aparentemente irrelevantes, que podrían, de todas formas, influir negativamente en la maduración de la personalidad humana y cristiana del niño.

4. De esta manera, el parvulario puede y debe convertirse en lugar privilegiado de encuentro, sobre todo con las jóvenes parejas, tanto para su mismo crecimiento en la fe, como para la correcta y completa educación de los hijos.

En esta perspectiva, el parvulario de inspiración cristiana representa un sector de específica y comprometida acción pastoral para las religiosas, como también para los sacerdotes y para los laicos.

A las religiosas deseo renovarles el grato reconocimiento de la Iglesia por todo lo que ellas hacen con espíritu de materna dedicación en este campo, y recomendar también que no se dejen desanimar por dificultades objetivas, que podrían empujarlas a abandonar este sector por otros tipos de actividades apostólicas; sino que continúen, con renovado vigor, en esta obra, destinándole medios adecuados y personal específicamente preparado, aunque esto pueda traer consigo no pequeños sacrificios.

A los sacerdotes, especialmente a los párrocos, quienes al lado de su iglesia han construido con tantos sacrificios un parvulario, quiero dirigir mi pensamiento de complacencia, unido al aliento por esta su elección pastoral, que es auténticamente eclesial.

A los educadores y a las educadoras pertenecientes al laicado, quienes, por su específica preparación, desean contribuir a la educación y a la formación de los niños, quiero hacerles ver también la posibilidad de que elijan el parvulario como campo de evangelización y de promoción humana.

A todos ellos les recuerdo las consoladoras y exigentes palabras de la Declaración conciliar sobre la educación cristiana: "Hermosa es por tanto y de suma transcendencia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñen la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una continua prontitud para renovarse y adaptarse" (Gravissimum educationis, 5).

Auguro, por tanto, que todos los fieles sientan sus escuelas de párvulos como escuelas de la comunidad cristiana, que por tanto deben ser alentadas y ayudadas; y auguro también que las sociedades civiles reconozcan el valor social de los parvularios de inspiración cristiana, asegurándoles la ayuda necesaria, mediante adecuadas aportaciones, con el fin de garantizar la efectiva libertad de elección de los padres en el campo de la escuela.

Con estos votos invoco sobre vuestras personas y sobre cuantos trabajan para las escuelas de párvulos la abundancia de los dones del Señor e imparto de corazón mi bendición apostólica.

 



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