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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES DEL MOVIMIENTO "ROSARIO VIVIENTE
"

Patio de San Dámaso del Vaticano
Jueves
7 de mayo de 1981

 

Queridísimos niños y muchachos:

1. Es un gran consuelo para mí recibiros hoy en tan gran número y tan alegres. Se que queréis testimoniar vuestra gozosa devoción a la Virgen por medio del apostolado del Rosario viviente. Me complazco de corazón en esta expresión de amor a la Madre de Dios, y también os agradezco el afecto que habéis querido demostrarme con vuestra gratísima visita, que me ofrece la oportunidad de hacer algunas consideraciones sobre vuestro Movimiento de oración comenzado por la venerable Pauline Jaricot, terciaria dominica, que lo fundó para encomendar a la Virgen Santísima el retorno a la fe de quienes la habían abandonado, y se valió del Rosario viviente para difundir en la Iglesia la piadosa práctica de esta forma de oración.

2. Siguiendo las indicaciones que ella dejó, formáis grupos de quince —número de los misterios del Rosario— y cada uno os comprometéis a meditar un misterio de la vida oculta, del sufrimiento y de la gloria de Jesús y de su Santísima Madre. De esta manera tenéis presente cada día las etapas fundamentales de la vida del Señor y de la Virgen, que os estimulan al cumplimiento generoso de los deberes diarios a la luz del Evangelio.

En efecto, en los misterios gozosos, en los ejemplos de la Virgen que guardaba lodos los recuerdos de su Hijo en el corazón (cf. Lc 2, 51), aprendéis a pensar en Dios y a servirle sólo a El, y os veis impulsados a cumplir siempre con generosidad el querer divino, amar al prójimo y ayudarle en sus necesidades; os sentís movidos a no lamentaros en las dificultades que la vida os presente, con el pensamiento en Jesús que se hizo pobre y humilde por nosotros. En la escuela del "Rosario viviente" aprendéis también a unir la oración y el sacrificio; se os enseña a ocuparos principalmente de las cosas del Señor, y en los misterios dolorosos aprendéis que es imposible vivir como verdaderos cristianos y tender a la perfección, sin subir espiritualmente al Calvario junto con Jesús y María, aceptando con docilidad los sufrimientos y las cruces permitidas por el Señor. Para triunfar en esta noble empresa, es preciso combatir sin tregua contra el pecado y purificar continuamente el alma de todas las culpas cometidas. Y en fin, con la meditación de los misterios gloriosos podéis uniros a Cristo resucitado, con un corazón ardiente y limpio de toda mancha de pecado, para cumplir siempre su voluntad, en espera de gozar de El toda la eternidad.

Rezando el Rosario de esta manera os entregaréis cada vez más a la virtud y creceréis en el fervor persuadidos de que estáis en la escuela de la santidad.

3. Vuestro Movimiento persigue también el objetivo de orar por el bien de la Iglesia, Cuerpo místico de Jesús, como ha dicho el Concilio Vaticano II: "La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el Reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio de ellos, ordenar realmente todo el universo a Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, y la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de formas diversas. La vocación cristiana es por su naturaleza vocación también al apostolado" (Apostolicam actuositatem, 2). Haced, pues, de vuestra vida un don de apostolado, un esfuerzo para conquistar a los demás; rezad también por la conversión de cuantos, lamentablemente, están lejos de la gracia de Dios, y pedid a la Virgen que consiga para la Iglesia misma de su divino Hijo todas estas grandes intenciones.

A vosotros se os pide que difundáis esta forma de oración por medio de vuestra fe, dentro de la familia y entre los de vuestra edad. El Papa os exhorta a hacerlo con la fuerza del ejemplo y también con la insistencia propia de vuestra edad. Está Jesús con vosotros, está la Virgen con vosotros; Ellos os escucharán y darán serenidad a vuestras familias y paz al mundo.

Os bendigo de todo corazón y bendigo asimismo a vuestros seres queridos y a los amados padres dominicos que os guían y ayudan en la sublime escuela del Rosario.

 


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