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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE EMIGRANTES POLACOS PROCEDENTES
DE VARIAS PARTES DEL MUNDO

Sábado 7 de noviembre de 1981

 

Queridísimos hermanos y hermanas,
amadísimos compatriotas:

1. En la primera audiencia a los peregrinos de Polonia y de las comunidades polacas presentes en Roma para la inauguración de mi pontificado, invité a mis compatriotas a venir a Roma a visitarme. He repetido esta invitación muchas otras veces, pues es sabido cuán profundos son los vínculos históricos de nuestra nación con Roma.

Ahora, cuando por sorprendente disposición de la Providencia un polaco ocupa la Cátedra de San Pedro, es obvio que la vinculación de nuestra Iglesia y nuestra nación a Roma, enraizada en la historia, debería ahondarse y adecuarse especialmente para responder a las exigencias de los tiempos y de la Iglesia universal, a las de las Iglesias particulares y, sobre todo, a las exigencias de la Iglesia en Polonia y también de nuestra nación y nuestro país, a las exigencias espirituales de todo peregrino que llega aquí.

La Iglesia (que está en Roma), fundada por los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, crecida por el testimonio de su sangre de mártires, desea "presidir en la caridad", según las palabras de San Ignacio de Antioquía. De acuerdo con su misión, desea presidir en la caridad la Iglesia universal entera y todas sus partes "hasta los confines del mundo" y también a todos los hombres de buena voluntad.

2. Siendo por voluntad divina Sucesor de Pedro en la sede de Roma, deseo con igual amor e idéntica entrega servir a la Iglesia universal y a cada una de las Iglesias particulares, a todas las naciones y a todos los pueblos, a cada hombre. Sin embargo, no he de ocultar el vínculo particular que me une —y lo siento hondamente— con la Iglesia y la nación de donde procedo, con todos mis compatriotas, sea que vivan en la patria o fuera de ella. Por esto me gozo de que entre las gentes de lenguas diferentes que vienen a Roma a encontrarse con el Papa, resuene también nuestra lengua madre; y debo decir por lo que veo que, gracias a Dios, se la oye cada vez más a menudo y más fuerte.

Si se considera lo que trae la reunión de hoy, es decir, la idea que la originó y sus frutos, podría llamarse acaso la "fiesta de la recolección". En efecto, me estáis entregando el don del corazón de muchísimos polacos y polacas y de otras personas que encuentran en sí la unión con "el viejo país", con la Iglesia, con Roma; don que también lo es de amigos de otras nacionalidades que han querido participar en esta empresa. Me estáis entregando la Casa de la Via Cassia para que esté al servicio de la Iglesia en Polonia, de la patria, de la emigración de los compatriotas y también, en cierto modo, de toda la Iglesia y de la cultura cristiana del mundo entero.

3. Doy cordial bienvenida y saludo a todos mis visitantes. Palabras de bienvenida y saludo dirijo a los miembros del Consejo general del Episcopado de Polonia que, presididos por Su Eminencia el cardenal Franciszek Macharski y por el arzobispo Józef Glemp, primado de Polonia y sucesor del inolvidable cardenal Stefan Wyszynski en la sede de Gniezno y Varsovia, han venido a la inauguración del nuevo Centro polaco de Roma, en el que se cifran grandes esperanzas de todos nosotros. Dirijo igualmente estas palabras a Su Eminencia el cardenal Wladyslaw Rubin, que ha asumido la presidencia del Consejo de administración que ha de sostener la fundación recién constituida, y al Excmo. arzobispo Andrzej Deskur, el polaco más antiguo al servicio de la Santa Sede.

Las mismas palabras dirijo a los numerosos representantes de la emigración polaca, del mundo entero, fundadora de esta nueva obra. Iguales palabras dirijo a Su Eminencia el cardenal John Krol y a don Clement Zablocki, miembro del Parlamento de Estados Unidos, a quien agradezco su magnifico discurso. Y a cuantos han colaborado en esta empresa con su autoridad, poniendo en ella tanto corazón y tanto esfuerzo. Lo mismo digo a muchos otros, a don Edward Piszek y a don Harry John. que han tenido tanta parte también en esta obra. Debería mencionar a muchos más todavía, pero comprenderán que es imposible.

Doy la bienvenida y saludo a todos los presentes y, por vuestro medio, a quienes de un modo u otro han tomado parte en esta obra y siguen colaborando con oraciones, aportaciones, consejos e interés afectuoso. Transmitid mi gratitud y mi bendición a vuestras casas, familias y seres queridos. Llevad esta palabra del Papa que da las gracias también en nombre de la Iglesia que está en Polonia, a todos los comités, parroquias, congregaciones y círculos varios, a cada persona que guarda en el corazón todo lo que esta casa simboliza y pone por obra y en cierto modo perpetúa.

Sé que esta institución debe mucho a hombres que sin ser polacos ni tener origen polaco siquiera, han contribuido a ella con generosidad espontánea. Deseo dar las gracias muy cordialmente por su bondad y amabilidad a los presentes y a los ausentes.

Saludo asimismo a los miembros presentes de la Comisión para los contactos permanentes entre el Gobierno polaco y la Santa Sede; el arzobispo Luigi Poggi, por la Santa Sede, y don Jerzy Jopa y don Edward Kotowski, en ausencia de Roma del Ministro Kazimierz Szablewski.

Y, en fin, saludo a los miembros de las dos ramas de la nueva institución, la pastoral y el centro de cultura cristiana que está ya desplegando actividad en el estudio y elaboración de los programas del centro. Está claro que se presentan al centro tareas particulares importantes y difíciles por ser nuevas. En lo referente a la pastoral de peregrinos, ésta ya se ha abierto camino en tierras romanas.

He estado siempre al corriente del desenvolvimiento de esta empresa noble y necesaria. No era fácil ni lo será en adelante. La respuesta que habéis dado vosotros y los que están presentes sólo con el pensamiento y el corazón, es testimonio de que la casa responde a una necesidad de los tiempos de hoy. Dando gracias a la Providencia por lo conseguido ya, con igual fuerza encomiendo los comienzos de esta casa, de esta fundación, su trabajo y porvenir, a Dios y a la Santísima Madre de Cristo.

Ya sé, queridos hermanos y hermanas —porque además se ha dicho hace un momento— que en cierta manera esta obra ha surgido en relación con mi persona, con mi elección a la Sede de Pedro en Roma. De aquí mi gratitud particular y también mi deseo de que alcance las metas para las que se ha fundado. Permitidme que enumere aquí al menos las naciones donde se han constituido comités para llevar a cabo la obra. Las cito por orden alfabético: Alemania, Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Dinamarca, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Inglaterra, Italia, Luxemburgo, México, Noruega, Nueva Zelanda. Polonia. Suecia, Suiza, Sudáfrica, Uruguay, Venezuela y Zimbabue. Son veinticinco países incluida la patria. Es una cifra elocuente. Estos nombres se han esculpido en mármol: queden ahí para testimonio perenne.

Si no todos los comités de los países enumerados están representados en esta sala, al menos la mayor parte sí. Los otros se unen a nosotros espiritualmente.

4. Una circunstancia digna de mención especial es la presencia entre nosotros de los rectores de misiones polacas de distintos países del mundo, que se han citado en este momento en Roma donde se halla el centro de pastoral de la Emigración, en la calle de "Boteghe Oscure". Después de muchos años de trabajo del cardenal Rubin en este centro, que depende del primado de Polonia, el centro está dirigido ahora por el obispo Szczepan Wsoly. Los rectores de las misiones han venido a Roma a reunirse con el nuevo primado, con el Consejo general del Episcopado y con el delegado del primado para la Emigración, a fin de intercambiar experiencias y plantearse preguntas mutuamente, a fin de encontrar juntos la respuesta a las exigencias de los muchos ambientes diferentes que representan, y trazar líneas y programas de trabajo. Os saludo cordialmente, queridos hermanos. A vuestras manos confío mi agradecimiento al clero y a los miles de fieles de los centros a vuestro cargo, por su aportación a la instauración de la casa que inauguramos estos días. Os bendigo, bendigo a cuantos colaboran con vosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, a todas vuestras comunidades.

Que vuestra permanencia en Roma, vuestra visita de hoy y vuestro encuentro con el Episcopado de Polonia y con los representantes de la emigración polaca de todo el mundo, os den un espíritu nuevo; valentía apostólica y sabiduría para que guiéis la mente y el corazón de los fieles encomendados a vosotros hacia Cristo Redentor del hombre, de acuerdo con las directrices de la Iglesia y teniendo en cuenta las condiciones en que viven vuestras comunidades. A la Madre de la Iglesia os confío y confío el encuentro romano, vuestras preocupaciones y esperanzas, el hoy y el mañana de todos los Pastores de almas y de los colaboradores y fieles de los centros que dirigís en distintas partes del mundo..

5. El encuentro de hoy es en cierto modo la fiesta de todos los polacos —los hechos lo demuestran— y de todos aquellos cuyos orígenes se remontan al Vístula y también al agua y al Espíritu en el que hace más de mil años comenzó a renacer la nación que habitaba allí cuando su primer soberano de la historia, guiado por la gracia del Espíritu y también por la sabiduría política, decidió incluirla en la familia de las naciones cristianas de Europa y del mundo. La mayor parte de los presentes son representantes de la emigración polaca de todo el mundo, es decir, de hombres que a través de muchas generaciones han nacido y se han radicado en una realidad distinta de Polonia, y para ellos Polonia es la "vieja patria", el "viejo país". Y sienten al mismo tiempo que su carta de identidad y el pasaporte no estarían completos si no tuvieran añadido, al menos con el corazón, todo lo que a través de un estrato sutil o espeso, a través de un tiempo largo o breve, se ha inscrito en ellos e incide de algún modo en su identidad interior. Ello es sobre todo espíritu, fe, costumbres, cultura, que están en la base de la identidad, solidez y continuación de cada nación y, dentro de ésta, de cada hombre. Por ello, hoy el mapa geográfico espiritual de esta sala y de la riqueza que ésta representa es muy elocuente. Es expresión de Polonia en cierta manera, no sólo dentro de sus fronteras geográficas y políticas, sino con sentido más amplio espiritual, étnico y cultural.

Antes de venir a Roma, San Pablo escribió la célebre Carta y luego desde Roma escribió otras Cartas. Roma era para él como el anillo que le unía a las otras provincias o partes del mundo de entonces. San Pedro, ceñido por su Maestro, fue traído aquí contra su voluntad quizá, pero en esta metrópolis y centro del mundo de entonces no pudo olvidar que ya desde los comienzos el mensaje evangélico iba dirigido a todo el mundo, a todas las naciones, hasta los confines de la tierra. Y cuando se cumplieron los tiempos señalados en el reloj de la historia de la salvación de nuestra nación, llegaron a ella el Evangelio y las Cartas de San Pedro y San Pablo, el Antiguo y el Nuevo Testamento; llegaron misioneros de Irlanda, Alemania e Italia, apareció asimismo Dobrava, hija del pueblo checo, y San Adalberto, y tantos otros, hasta que nuestra nación tomó en las propias manos su destino cristiano y su porvenir. Y entonces comenzó el proceso inverso, hacia Roma, sobre todo desde los tiempos en que el Siervo de Dios, cardenal Hosio, vio la necesidad de organizar un cobijo para el número siempre, creciente de peregrinos procedentes de un país lejano. Esta necesidad la percibieron también  obispos polacos, hijos insignes de la nación polaca, y fundaron poco a poco varios centros. Gracias a ellos existen en Roma un Pontificio Colegio Polaco, un Pontificio Instituto Polaco para la formación espiritual, intelectual y cultural de sacerdotes polacos; y también el Pontificio Instituto de Estudios Eclesiásticos; hay asimismo otros centros de documentación y estudio, por ejemplo, el Instituto histórico polaco.

Naturalmente, otras naciones tienen aquí sus institutos, según sus posibilidades, y a veces son muy florecientes y conocidos desde hace tiempo.

Esto es un resumen a grandes rasgos. Este cruzarse Cartas entre Roma, que Pedro eligió para Sede y donde padeció la muerte, y las nuevas Iglesias que iban naciendo en el horizonte del mundo, enriquece la edificación universal de la Iglesia con valores nuevos y sangre fresca. Así se fue formando la historia de la Iglesia en Polonia, y de la Iglesia universal a través de la contribución de la Iglesia en Polonia; y en este designio conviene situar hoy la casa de la vía Casia, y con esta luz hay que ver sus tareas y cometido. No es éste el momento ni el lugar de hablar de las directrices, programas y estructura de esta casa. Además, he hablado ya de ello en otra ocasión. Serán los dirigentes de cada sector, sus colaboradores y consejeros quienes lo hagan. Puesto que se halla en Roma, esta institución será el punto de confluencia de los caminos que van de Roma al mundo, y de los que traen a Roma.

No hace mucho tiempo, en la cripta vaticana, junto a la tumba de San Pedro y de muchos Sucesores suyos, bendije la nueva capilla de San Benito, San Cirilo y San Metodio, Patronos de Europa. En estos días se está celebrando en Roma un Coloquio Internacional sobre las "Raíces cristianas comunes de las naciones de Europa", organizado por la Universidad Lateranense y la Universidad Católica de Lublín. Los dos hechos son muy expresivos, a pesar de tener carácter diferente. Su cometido es echar una mirada más universal a los valores que han contribuido —y siguen contribuyendo— a la formación de Europa, de su cultura y de su perfil espiritual; y también poner de relieve la aportación prestada a Europa y, por consiguiente, al mundo por los nobles y grandes pueblos eslavos; su irradiación más amplia. Todo ello debe iluminar también lo que ha de ser esta casa que me ofrecéis hoy y lo que en ella se va a realizar.

Este centro que inauguramos con la gracia de Dios; sepa leer con realismo pleno en el contexto de la historia y de nuestros tiempos todos los signos con que Se expresan las necesidades de la cultura polaca y las expectativas de otros. De acuerdo con la dignidad de la tarea y según sus posibilidades, sea lugar de encuentro de peregrinos y de enriquecimiento espiritual de éstos. Que salga al encuentro de todas las demás culturas de las otras naciones que están al servicio del hombre y ayudan a éste a definir su puesto en su nación y en el mundo.

Bendigo de corazón todo este trabajo y deposito la obra entera en manos de María Madre del Buen Consejo y Sede de la Sabiduría.

Antes de concluir quiero responder a la invitación que me ha hecho el primado de Polonia en nombre del Consejo general del Episcopado polaco y de la Iglesia en Polonia, al Jubileo que se celebrará el año próximo de los seiscientos años de presencia de la Señora de Jasna Góra en su santuario de Czestochowa. Deseo responder a esta invitación pública y formal de modo muy personal. Digo sencillamente que me sentía invitado hace mucho, y lo que hemos oído al primado es sólo la confirmación de lo que siento; y es posible que después de esta invitación no me encuentre capaz de resistir a este sentimiento.

 



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