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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA GENERAL
DE LA OBRA "AYUDA A LA IGLESIA NECESITADA"


Lunes 16 de noviembre de 1981

 

Queridos hermanos y hermanas:

Si es grande vuestra alegría al veros reunidos en la casa del Papa, también yo, creedme, al recibiros hoy, experimento una alegría especial. En la historia bimilenaria de la caridad eclesial, vosotros ofrecéis realmente una aportación conmovedora y eficaz, que ya el título mismo de vuestra Asociación deja traslucir tan magníficamente: "Ayuda a la Iglesia Necesitada".

En este breve encuentro querría yo situarme sobre todo en la estela de mis queridos predecesores. Desde que existe vuestro difundido Movimiento —es decir, desde hace ya treinta y cuatro años— siempre mostraron su estima y su agradecimiento a una obra que, con otras y entre otras, se propone encarnar la caridad de Cristo para con su Iglesia. A este respecto, me es grato recordar las palabras que el Papa Pablo VI pronunció el 5 de enero de 1967, en el transcurso de una audiencia concedida al moderador general y a su consejo: son palabras que mantienen la llama que arde en vuestros corazones: "Os conocemos, sabemos la generosidad que os anima. Estamos al corriente de lo que sois capaces de realizar, aun en circunstancias difíciles, para aliviar esta desgracia, cuyo llamamiento doloroso y tantas veces mudo habéis escuchado. No todo el mundo es capaz de oír a estos cristianos que sufren en silencio. La sensibilidad, el espíritu, el corazón, sobre todo, hay que tenerlos despiertos al sufrimiento de aquellos hermanos nuestros cuya voz casi nunca consigue atravesar los espacios ni franquear las barreras para llegar hasta nosotros. Vosotros no os contentáis con lamentaros, con confiar a otros el cuidado de estos pobres hermanos. Vosotros actuáis, recogéis donativos, hacéis envíos que llevan a quienes los esperan la seguridad de que sus hermanos en la fe conocen sus necesidades y no los abandonan...".

Así, desde hace más de treinta años, como el pequeño grano de mostaza que llega a ser un gran árbol en el que pueden anidar los pájaros del cielo (cf, Mt 4, 30-32), "Ayuda a la Iglesia Necesitada" no ha dejado de extender el ramaje de sus beneficios. Me siento dichoso de compartir vuestra felicidad y vuestro ardor... Siempre tendréis vosotros "más alegría en el dar que en el recibir" (cf. Act 20, 35). Y esta solidaridad, por Cristo y por su Evangelio, viene y ha de venir siempre del Espíritu Santo "derramado en vuestros corazones". Esta caridad concreta y multiforme (cf. Mt 25, 31-46) —que fue la de las primeras comunidades cristianas y que se ha prolongado a través de los siglos— es un testimonio eclesial indispensable en todas las épocas y sobre todo en la nuestra.

La asamblea general os habrá confirmado en vuestras convicciones, generadoras de entusiasmo evangélico. Estoy al corriente de que habéis trabajado activamente en la renovación de vuestros estatutos, que os ayudarán a afrontar cada vez mejor vuestra pesada tarea y sus nuevas exigencias. Habéis elegido también un nuevo presidente en la persona de mons. Henri Lemaître, a quien saludo especialmente, deseándole una fructuosa labor al servicio de vuestra Asociación. Con toda seguridad se dedicará a lograr que vuestra Asociación continúe desarrollándose en un espíritu de solidaridad para con los hermanos que sufren y con un generoso esfuerzo evangelizador para llevar a Cristo a aquellos otros, que, siendo también hermanos, no creen en El, o que, a consecuencia de un lamentable malentendido en el plano espiritual, han llegado a combatirlo.

Permitidme aún que salude y dé las gracias a mons. Norbert Calmels. Como abad general de los premostratenses y superior directo del fundador de "Ayuda a la Iglesia Necesitada", ha prestado a la Obra importantes servicios que he de agradecer.

Me dirijo, finalmente, al querido padre Werenfried van Straaten para expresarle mi profunda gratitud, que no es sólo mía, sino también de muchos obispos, de millares de sacerdotes, religiosos, religiosas, novicios, seminaristas, y de millones de fieles. ¿Quién podría medir todas las preocupaciones ocasionadas por la puesta en marcha y la organización de una obra semejante, o toda la generosidad suscitada, en todo el Occidente y aún más allá, en favor de los cristianos que sufren? Lo sabemos, todo esto está escrito en "el libro de la vida". El Señor mismo es la recompensa de sus discípulos. Pero en el momento en que el padre Werenfried acaba de dejar su cargo de moderador en otras manos para dedicarse a tareas de animación espiritual de la Obra, quiero desearle un trabajo fructuoso al servicio de la Iglesia.

A todos vosotros, fervientes colaboradores de esta hermosa Obra de solidaridad eclesial, os animo de nuevo y os concedo una especial bendición apostólica, que hago extensiva a cuantos lleváis en el corazón y en vuestra plegaria.

 



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