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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE CAMPANIA, ITALIA,
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 21 de noviembre de 1981

 

Señor cardenal,
venerables hermanos en el Episcopado:

1. Nuestro encuentro de hoy, que corona la "visita ad Limina" realizada por vosotros, Pastores de Campania, es para mí motivo de profundo gozo interior, porque me ofrece la ocasión de expresaros una vez más los sentimientos de afecto y de estima que experimento, tanto por vosotros como por los fieles de las 35 diócesis encomendadas a vuestro servicio pastoral. Ello me trae a la memoria la peregrinación que hice al santuario de Pompeya y a Nápoles el 21 de octubre de 1979, y especialmente la breve, pero intensa y conmovedora, visita que el 25 de noviembre del pasado año realicé, inmediatamente después del terremoto, a las zonas devastadas, entre ellas Nápoles y Avelino.

Este encuentro común quiere ser también como la síntesis ideal de lo que hemos hablado juntos en las audiencias privadas con cada uno de vosotros, que mediante la "visita ad Limina" habéis querido reafirmar la perfecta unión de mente y de corazón que existe entre las Iglesias particulares de vuestra región y la Iglesia de Roma; entre vosotros, obispos de las Iglesias de Campania, y el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro.

Esta unión en la fe y en la caridad, testimonio concreto de la unidad querida por Jesús (cf. Jn 17, 11. 21 s.) e imagen eficaz de la vida de la Iglesia Madre de Jerusalén (cf: Act 4, 52), debe continuar animando y orientando vuestras diócesis, e inspirando además todas las múltiples iniciativas de carácter pastoral que vosotros, en vuestra solicitud episcopal, intentáis promover. Para evitar dispersión de energías, diversidad de orientación en las opciones, iniciativas esporádicas y desarticuladas, se advierte cada vez más la necesidad de una auténtica coordinación unitaria no sólo a nivel diocesano, sino también a nivel regional. Urge, para el bien de la Iglesia, saber superar, en la unidad y en la caridad, un cierto tipo de no bien entendida autonomía, que podría resultar, ante la prueba de los hechos, o inútil o ineficaz.

2. De nuestras conversaciones personales ha surgido una exigencia prioritaria: la preparación y la formación de los candidatos al sacerdocio y el mismo cuidado y formación permanente del clero. Para una población de más de cinco millones y medio de habitantes, trabajan en Campania unos 2.500 sacerdotes, y además 2.300 religiosos. A todos estos hermanos, que son "ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Cor 4, 1) y dedican su vida a la difusión del Evangelio, va mi afectuoso recuerdo, mi aprecio, mi palabra de ánimo para que, aun en medio de tantas dificultades, sean siempre fieles a su altísima vocación y se entreguen gustosamente, más aún —como afirma San Pablo de sí mismo—, se desgasten totalmente por las almas (cf. 2 Cor 12, 15). No faltará ciertamente vuestro empeño, vuestra solicitud, vuestro cuidado,, queridos hermanos en el Episcopado, para que el problema de las vocaciones, el de la preparación de los seminaristas y el de la formación permanente del clero ocupen la cumbre de vuestros afanes. Pienso en este momento, con sincero afecto, en los 300 seminaristas de los diez seminarios menores, en los 150 de los seminarios mayores de Nápoles y de Benevento, como también en la facultad teológica de Italia Meridional, con sus dos secciones; que estas instituciones continúen siendo auténticas fraguas: de profunda formación espiritual y de seria preparación cultural y teológica, para que los sacerdotes de Campania puedan corresponder plenamente a las expectativas de la Iglesia y de la sociedad contemporánea.

No puedo olvidar tampoco a los diáconos permanentes, que se forman y preparan en el "Instituto diocesano para la iniciación a los ministerios" en Nápoles: a la vez que manifiesto mi complacencia por tal iniciativa, que responde a una precisa resolución del Concilio Vaticano II, deseo que su preparación y formación sea siempre orgánica y completa, para que los candidatos al diaconado puedan cumplir adecuadamente su servicio eclesial, prestando una verdadera colaboración al clero, con desinteresado empeño y generosa dedicación en los varios campos de la pastoral que les sean confiados por las autoridades competentes.

Deseo en este momento dirigir también una particular palabra de ánimo a las cerca de 6.000 religiosas de Campania, que, en las diversas actividades catequísticas, educativas, asistenciales, o en el silencio orante: de la clausura, dan un precioso testimonio del valor perenne de su total entrega a Dios, mediante la pobreza, la castidad y la obediencia consagradas.

3. El desastroso terremoto que el 23 de noviembre del pasado año afectó a Basilicata y a Campania, sembrando luto y destrucción, ha sido tema especial de nuestras audiencias. Cada uno de vosotros me ha querido informar sobre la realidad concreta de las ruinosas consecuencias del seísmo, sobre lo que se ha hecho hasta ahora para responder a las legítimas exigencias de nuestros hermanos afectados, y sobre las perspectivas para el futuro, que deseamos mejor y más sereno.

Quedan, sin embargo, múltiples y graves problemas de carácter material, espiritual y pastoral. Muchísimos de nuestros hermanos y hermanas han perdido la casa, sus bienes, fruto de largos y sudorosos ahorros; han perdido su puesto de trabajo, y están por tanto preocupados por su porvenir y el de sus familias. Los jóvenes, en particular, andan en busca dé una colocación, y sufren en su alma por tantas esperanzas hasta ahora frustradas. Este conjunto de problemas, de carácter social y humano con evidente dramatismo, incide también profundamente en los aspectos de la vida religiosa de las zonas siniestradas. Es necesario y urgente devolver a estos queridísimos hermanos y hermanas el sentido de una auténtica confianza, fundada sobre la solidaridad de todos, porque es deber de todos contribuir a la solución de sus problemas fundamentales. Habrá que reconstruir todo: casas, puestos de trabajo, pueblos. Los obispos de las zonas afectadas por el seísmo deben ser los animadores y los sostenedores de todas aquellas iniciativas de solidaridad que puedan contribuir a la reconstrucción de las regiones devastadas.

El dramático suceso debe representar para todos un aguijón, una llamada a la acción incansable, y también a una pastoral orgánica, unitaria, solidaria, y en ciertos aspectos nueva, porque nuevos e imprevistos son los problemas que el terremoto ha provocado o ha puesto en clara evidencia. Tales problemas están vinculados con uno más general, que sociológicamente se denomina "problema del Sur de Italia"; es un problema de carácter no sólo regional, sino nacional, y por tanto debe ser estudiado y afrontado, "viribus unitis", con la Conferencia Episcopal Italiana, la cual no dejará ciertamente de ofrecer eficaces ayudas, y oportunas colaboraciones para este fin. Expreso el deseo más cordial de que, gracias a la acción generosamente desarrollada, por vosotros, pueda ser eliminado el crónico azote del desempleo, y pueda asegurarse a cada familia una fuente adecuada de honrado sustento, con una digna vivienda, de tal forma que para la querida tierra de Campania sonrían finalmente días mejores.

Es precisamente este amplio contexto el que debe profundizar y animar la promoción apostólica del laicado de Campania y su específica formación, en el ámbito del compromiso primario de la evangelización y de la catequesis; en la promoción de una religiosidad que, lejos de mantenerse por fuerza de inercia, brote de una profunda y radical convicción, fundada sobre la meditación continua de la Palabra de Dios, sobre la consciente y activa participación en la vida de los sacramentos, sobre la dócil escucha del Magisterio eclesiástico, concretándose en un coherente y valeroso testimonio de la propia identidad cristiana; en la urgencia de reavivar una "cultura" que sepa responder a las mejores tradiciones cristianas locales, para un diálogo provechoso con un mundo pluralista siempre más en auge; en la recuperación de aquella alma religiosa inconfundible de la gente de Campania, que ha encontrado en San Alfonso María de Ligorio su fiel intérprete y su eficaz inspirador, mediante las misiones populares, la poesía, los cantos, las diversas obras de formación religiosa. El laicado católico de Campania podrá y deberá prestar una aportación determinante y original en la reconstrucción material y espiritual de toda vuestra región y, especialmente, de las zonas afectadas por el terremoto. Es la invitación apremiante que hoy dirijo, en esta privilegiada circunstancia de mi encuentro con vosotros, Pastores de la querida Campania.

4. El triste suceso del terremoto nos ha obligado a hablar de "reconstrucción". Y esta imagen encuentra su analogía en la de la Iglesia, considerada como "edificio de Dios" (1 Cor 3, 9), que debe ser continuamente construido sobre el cimiento de Cristo. Será necesario que la fe, interiormente asimilada y dinámicamente realizada, impulse a conservar intactos aquellos valores humanos y cristianos que durante siglos han sido transmitidos de generación en generación como un tesoro precioso: la confianza en la Providencia divina, la santidad de la familia, el respeto a la vida, la solidaridad con los demás, especialmente en la necesidad y en el sufrimiento, y de manera particular y singular la tierna y filial devoción a la Virgen Santísima, que tiene en el antiguo santuario, de Montevergine y en el de Pompeya, fundado por el Beato Bartolo Longo, sus dos lugares privilegiados, Conocidos en todo el mundo. A la Virgen Santísima, Madre de Dios y de la Iglesia, encomiendo vuestra región, que ha sido madre fecunda de eminentes figuras de santos, como San Genaro, San Alfonso María de Ligorio y San Gerardo Maiella, por citar sólo a los más conocidos y profundamente enraizados en la devoción popular.

Mientras, renuevo los sentimientos de mi afectuosa estima y sincera cordialidad para con vosotros, queridos hermanos; en el Episcopado, y para con los fieles de la región de Campania, invoco sobre todos cordialmente mi bendición apostólica.

 



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