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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CONGRESO NACIONAL ITALIANO DE LA «MILICIA DE LA INMACULADA»


Domingo 18 de octubre de 1981

 

Queridísimos:

1. El motivo que os ha movido a pedir esta audiencia particular es la conmemoración del cuarenta aniversario de la muerte del Beato Maximiliano María Kolbe y el décimo aniversario de su beatificación. Efectivamente, vosotros pertenecéis a la "Milicia de la Inmaculada" fundada por él. y habéis querido solemnizar, mediante un encuentro con el Papa, estas dos fechas tan importantes y significativas.

Y yo, como podéis imaginar, me siento sumamente feliz de acogeros con todo afecto y cordialidad, por la belleza y grandeza del ideal que tratáis de vivir siguiendo el ejemplo y doctrina del padre Maximiliano Kolbe, hijo ilustre de mi patria, Polonia, ejemplo que arrastra por su inteligencia v santidad.

Dirijo, pues, un saludo caluroso al ministro general de los frailes menores conventuales, a cada uno en particular, que representáis a muchos núcleos de la "Milicia" esparcidos por el mundo entero. Os saludo y os agradezco el haber venido a Roma donde el padre Maximiliano fundó, como sabéis, la Milicia de la Inmaculada el 16 de octubre de 1917.

Sobre todo os agradezco el haber querido conmemorar aquí conmigo las dos fechas de la muerte y beatificación, que levantan en mí una oleada de recuerdos y emociones. Porque, cuántas veces he ido en peregrinación a aquel lugar de tortura y gloria, al "bunker del hambre" del campo de Oswiecim. donde murió el 14 de agosto, hace cuarenta años, víctima del odio y, al mismo tiempo, vencedor por amor. Y cómo recuerdo mi última visita del 7 de junio de 1979 durante mi viaje a Polonia, cuando dentro de la celda alucinante me arrodillé en aquel "Gólgota del mundo moderno" También me hacéis recordar, con intensa nostalgia, el día solemne de su beatificación, cuando me encontré en torno al altar junto con el Santo Padre Pablo VI y el cardenal Stefan Wyszynski; y la visita realizada el 26 de febrero de este año a la Ciudad de la Inmaculada de Nagasaki, fundada también por él.

2. Al recordar estas fechas, me parece ver entre nosotros a la persona del padre Maximiliano, serio y severo, afable y sonriente; y aún escuchamos el elogio que tejió de él Pablo VI en la memorable homilía de la beatificación. "Beato quiere decir salvado y glorioso. Quiere decir ciudadano del cielo con todos los signos peculiares del ciudadano de la tierra; quiere decir hermano y amigo; que sabemos es todavía nuestro, o mejor, nunca como ahora nuestro...; quiere decir abogado y, por tanto, protector en el reino de la caridad; quiere decir, en fin. campeón ejemplar, tipo de hombre con el que podemos uniformar nuestro arte de vivir..." (17 de octubre de 1971: L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 24 de octubre de 1971. pág. 1). El mismo Pablo VI mencionaba de nuevo al padre Maximiliano en la Carta Apostólica Gaudete in Domino (22 de mayo de 1975) llamándole "imagen luminosa para nuestra generación..., auténtico discípulo de San Francisco".

Ante un ejemplo tan escogido y, al mismo tiempo, tan humano y cercano a nosotros, la reflexión se hace más personal y responsable para vosotros que pertenecéis a la Milicia de la Inmaculada.

Los estatutos, puestos al día y aprobados el 8 de noviembre de 1974, afirman que la asociación "quiere difundir lo más posible el dulcísimo Reino del Sagrado Corazón de Jesús a través de la Inmaculada o, más bien, estar al servicio de la Inmaculada en la misión que Ella tiene de Madre de la Iglesia"

Este fue el ideal del padre Maximiliano, al que consagró vida, capacidades intelectuales, fuerzas físicas y actividad incansable. La pertenencia a la Milicia supone consagración total al Reino de Dios, a la salvación de las almas por medio de María Inmaculada.

3. Os exhorto, pues, a vivir este ideal vuestro con afán cada vez más ardoroso. En nuestra sociedad, vuestra consagración a la Inmaculada debe transformaros en testigos serenos, confiados e intrépidos. Igual que el padre Maximiliano, estad enamorados y apasionados de la verdad. Hoy la Iglesia tiene necesidad esencial de unidad en la verdad. Porque es precisamente la verdad la que infunde la valentía de las grandes decisiones, de las opciones heroicas, de las entregas definitivas. Es la verdad la que da fuerza para vivir las virtudes difíciles, las bienaventuranzas evangélicas, la pureza juvenil, la castidad consagrada y la conyugal. Es el conocimiento y el amor de la verdad lo que hace brotar vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras, y lanza a la caridad hasta la propia inmolación, como hizo el padre Maximiliano. Y la verdad es Cristo conocido, seguido, testimoniado. "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8, 12), dijo el Maestro divino; y añadió: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14). Las dos afirmaciones se equiparan y trazan claramente la línea de conducta y la responsabilidad de todo cristiano: "El que me sigue no anda en tinieblas" (Jn 8, 12; 12. 46).

De la verdad nace lógicamente el anhelo de santidad, que fue el ideal supremo del padre Maximiliano. Escribía así: "No es soberbia querer ser lo más santos posible y santificar el mayor número posible de almas, confiando únicamente en Dios a través de la Inmaculada" (Escritos de Maximiliano Kolbe, Cittá di Vita, Florencia 1978, tomo II, pág. 715). De la verdad brota la conciencia de confianza total y abandono en el Altísimo, sobre todo en las tribulaciones y sobresaltos, que jalonan la historia humana.

4. Queridísimos:

Sed fuertes en la fe y vivid con entusiasmo los compromisos de la Milicia de la Inmaculada a la que pertenecéis, siguiendo las enseñanzas y ejemplos del padre Maximiliano Kolbe. "Sufrir, trabajar, amar y gozar", éste fue su programa y es la síntesis de su vida. Sea así para vosotros con la ayuda de la Virgen Santísima. Y os acompañe siempre mi bendición, que imparto con gran afecto a vosotros y a todos los inscritos en vuestra Milicia.

 



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