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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE INDIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Viernes 3 de diciembre de 1982

 

Señor Embajador:

Con sumo placer le recibo, Excelentísimo Señor, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de India ante la Santa Sede. Tengo en gran aprecio el amable mensaje de buenos deseos que me ha transmitido en nombre del Excelentísimo Presidente y de la Excelentísima Primer Ministro, a quienes le ruego haga llegar mi cordial agradecimiento.

Su presencia aquí es prueba tangible de lo que usted ha calificado de “vínculos de calurosa amistad y colaboración entre la Santa Sede e India”. Señor Embajador: su país es fuente de una de las tradiciones religiosas más antiguas del mundo y lugar de encuentro con aceptación y armonía mutuas de múltiples creencias religiosas. El Cristianismo ha sido predicado y practicado allí durante casi dos mil años. Ahora como en el pasado, cristianos y miembros de otras tradiciones religiosas trabajan codo con codo por el bien y prosperidad de la Nación entera.

La Santa Sede piensa que la finalidad básica y última de todo desarrollo económico y social, desarrollo que constituye la tarea y aspiración de toda nación, es el servicio al hombre, al hombre total teniendo en cuenta sus necesidades materiales y las exigencias de su vida intelectual, moral, espiritual y religiosa; y a todos los hombres de los varios grupos, razas y orígenes. A este respecto la actividad de la Santa Sede está encaminada a potenciar los valores que integran la dignidad de cada ser humano y el progreso de la Humanidad.

Entre estos valores, uno de importancia fundamental es el respeto debido al derecho de todo hombre y mujer a que siga los dictados de la conciencia en la búsqueda de la verdad, especialmente de la verdad religiosa, y el derecho a profesar esta verdad abiertamente y sin temor a discriminación alguna.

La dimensión religiosa de la vida privada y social del hombre es elemento esencial de su afán por realizarse. Afecta al hombre en cuanto hombre. En consecuencia, la libertad para seguir sus convicciones religiosas y el curso libre de ideas, contribuyen al progreso. Todo intento de servir a la causa del desarrollo humano a expensas de una u otra libertad fundamental humana, lleva al fracaso seguro y causa daños inconmensurables.

Espero – y por ello oro – que la República de India brille siempre entre las naciones del mundo por su apoyo a los ideales de libertad religiosa y civil que marcan la independencia de su carácter. Pido a Dios Todopoderoso que derrame abundantes favores sobre usted, Señor Embajador, en el cumplimiento de sus deberes de digno representante de India, y sobre sus jefes y ciudadanos, para que camine prósperamente hacia los supremos objetivos de la paz social e internacional.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1983, n.7, p.7.



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