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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE LIBERIA
ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado 29 de enero de 1983

 

Señor Embajador:

Me complazco en recibir de usted las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de su País. Le doy una bienvenida calurosa y manifiesto mi agradecimiento por el amable saludo que me ha transmitido del Excmo. Jefe del Estado; le ruego tenga a bien comunicarle que yo también le cumplimento del mismo modo.

Movido por las palabras de su discurso, me alegra reconocer que las relaciones diplomáticas existentes entre la Santa Sede y la República de Liberia son muestra de nuestro mismo deseo de trabajar por el progreso de la persona humana y de la sociedad.

La Iglesia Católica está empeñada en la defensa de la dignidad humana, no en cuanto realidad abstracta, sino según es el hombre en concreto. Cuando aludí a esta constatación en mi primera Encíclica, añadí que por ser de naturaleza espiritual y corporal a un tiempo, el hombre escribe su historia personal «por medio de numerosos lazos, contactos, situaciones y estructuras sociales que lo unen a otros hombres» (Redemptor hominis, 14). La Iglesia y los Gobiernos quedan implicados en la historia personal del hombre por el mismo hecho de procurar su bien. Pero el grado de eficacia de la obra de la Iglesia y de los Gobiernos en favor del progreso del hombre estará determinado por el grado en que se considere al hombre integral en la multiplicidad de sus relaciones. Por esta razón es importante que la Iglesia y los Gobiernos tengan una misma visión del hombre para poder ayudarle a realizar toda su potencialidad.

En este contexto tengo en gran aprecio su alusión al insistente llamamiento de la Iglesia en favor de la paz mundial amenazada por la creciente fabricación de armas de guerra capaces de causar enormes destrucciones humanas. La Iglesia trata esforzadamente de contribuir a la misión de la paz, afirmando la posibilidad del diálogo por la paz en el que se debe persuadir a las naciones a no recurrir a la guerra para dirimir controversias. Me confortan muchísimo los sentimientos que acaba de expresar usted, Excmo. Señor, respecto de la paz mundial y oro para que su país ejerza siempre el papel que le corresponde en la acción por la paz dentro de la comunidad internacional.

Al mismo tiempo le doy las gracias por su mención de la aportación de la Iglesia al desarrollo de su País. Le aseguro que estos esfuerzos reflejan convicción y esperanza en el progreso humano. Cuando la Iglesia lucha en la medida de sus posibilidades por ayudar a remediar las necesidades materiales del pueblo, nunca cifra sólo en esto su interés. La Iglesia lucha, sobre todo, por cultivar el espíritu humano, de modo que la vida diaria del hombre reciba la influencia de los principios morales por los que el bien queda netamente distinguido del mal. Al crear esta conciencia moral, la Iglesia potencia en el hombre su sensibilidad respecto de la dignidad que le ha otorgado Dios Omnipotente.

Señor Embajador: Confío en que su estancia aquí será de mucho provecho. Esté seguro del interés y cooperación de la Santa Sede en el desempeño de su misión. Dios bendiga a usted y a todos los ciudadanos de la República de Liberia.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 9, p.6.

 



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