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VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto de Managua, Nicaragua
Viernes 4 de marzo de 1983

 

Ilustres miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional,
amados hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas,

1. Al pisar el suelo de Nicaragua, mi primer pensamiento agradecido va a Dios, que me brinda la posibilidad de visitar esta tierra de lagos y volcanes, y sobre todo este noble pueblo, tan rico de fe y de tradiciones cristianas.

Quiero expresar asimismo mi saludo a las autoridades todas. Con mi sincero agradecimiento a la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, que me ha invitado a visitar este país, y cuyos miembros han tenido la deferencia de venir a recibirme y darme la bienvenida en este mi viaje apostólico.

Saludo a la vez cordialmente a quienes son mis hermanos en el Episcopado, los obispos de la Iglesia de Cristo en Nicaragua, y en primer lugar al querido monseñor Miguel Obando Bravo, arzobispo de la diócesis que me acoge y Presidente de la Conferencia Episcopal. Ellos me han invitado reiteradamente para que hiciera una visita a su amado pueblo.

Pero mi saludo se alarga con gran afecto a todo el pueblo de Nicaragua. No sólo a los que han podido venir a encontrarme o me están escuchando en este momento de formas diversas; no sólo a quienes encontraré en León o en Managua durante estas horas de permanencia entre vosotros que desearía prolongar, sino especialmente a los millares y millares de nicaragüenses que no han hallado la posibilidad de acudir – como hubieran deseado – a los lugares de encuentro; a quienes no pueden hacerlo a causa de las distancias o de sus ocupaciones; a los que les retienen compromisos de trabajo; a los enfermos, ancianos y niños; a quienes han sufrido o sufren a causa de la violencia – de cualquier parte provenga –; a las víctimas de las injusticias y a quienes prestan su servicio al bien de la nación.

2. Me trae a Nicaragua una misión de carácter religioso; vengo como mensajero de paz; como alentador de la esperanza; como un servidor de la fe, para corroborar a los fieles en su fidelidad a Cristo y a su Iglesia; para alentarlos con una palabra de amor, que llene los ánimos de sentimientos de fraternidad y reconciliación.

En nombre de Aquel que por amor dio su vida por la liberación y redención de todos los hombres, querría dar mi aporte para que cesen los sufrimientos de pueblos inocentes de esta área del mundo; para que acaben los conflictos sangrientos, el odio y las acusaciones estériles, dejando el espacio al genuino diálogo. Un diálogo que sea ofrecimiento concreto y generoso de un encuentro de buenas voluntades y no posible justificación para continuar fomentando divisiones y violencias.

Vengo también para lanzar una llamada de paz hacia quienes, dentro o fuera de esta área geográfica –dondequiera se hallen–, favorecen de un modo o de otro tensiones ideológicas, económicas o militares que impiden el libre desarrollo de estos pueblos amantes de la paz, de la fraternidad y del verdadero progreso humano espiritual, social, civil y democrático.

A la Virgen María, tan venerada por el pueblo fiel nicaragüense en su misterio de la Purísima Concepción, encomiendo esta visita, a la vez que imparto sobre todos mi cordial Bendición.

 



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