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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE DIPLOMÁTICOS SUDAMERICANOS*

Viernes 13 de mayo de 1983

 

Señoras y Señores:

Después de haber seguido en la Universidad de Florencia un curso intenso de especialidad en asuntos internacionales, han manifestado Ustedes el deseo unánime de poner como colofón a sus trabajos este encuentro conmigo.

Sean pues bienvenidos.

Su presencia aquí, acompañados por algunos representantes del senado académico que ha dirigido este curso, me es sumamente grata por diversos motivos. Ante todo porque, al culminar estos meses de estudio y reflexión, han querido ofrecer un testimonio de que siguen atentamente, y a buen seguro con aprecio, la labor especifica de la Santa Sede en campo internacional; asimismo merece mi estima y gratitud que hayan dado una nota de religiosa adhesión a las finalidades eclesiales de mis viajes apostólicos.

Decir que todo esto les hace honor sería redundante, si no fuera porque su vocación diplomática se suma en Ustedes con el servicio a sus respectivos países de América Latina, de arraigada vocación cristiana, que se reconocen hermanos, entre otras razones, por su secular vinculación con la Iglesia.

Esta condición de hombres de servicio, Ustedes lo saben muy bien, sitúa de por sí muy cerca del corazón de los pueblos, donde repercuten con toda su tensión tanto el dinamismo del desarrollo interno de la sociedad como las decisiones que imprimen un distintivo peculiar a las relaciones exteriores. Todo los aquí presentes sentimos este latido fuerte, de indudable vitalidad, en el continente latinoamericano. A pesar de que existen serias señales de preocupación, más visibles en unas zonas que en otras, sin embargo no ensombrecen la luz de la esperanza a la que son acreedores todos vuestros pueblos por su índole cultural y moral y su común sentir espiritual.

Por mi parte quiero ahora recordar ante Ustedes la actitud de la Iglesia y de la Santa Sede. Estas, en su misión de servicio, miran a fortalecer el alma que informa a América Latina. Y lo que hoy ansía este querido Continente, lo que le da aliento en sus dificultades es la paz. Paz, que quiere ser vida; la paz, que es anhelada como bien primordial de la convivencia interior y de la comunicación entre las naciones.

En esta línea permítanme hacerles un llamamiento a sensibilizarse más y más, en el cumplimiento de sus funciones, con la identidad espiritual de sus pueblos. Si éstos aman la paz, si quieren la paz, se debe a que es un valor, un don divino para todo cristiano; anterior, y por tanto digno del máximo respeto, a las meras estructuras de índole temporal, las cuales hallarán en la misma paz el punto focal para iluminar y armonizar sus fines inmediatos, en su cualidad de medios, a la felicidad última del hombre.

Para terminar quiero también formularles mis mejores votos para sus personas, sus familias y su noble misión, que les deseo llena de aciertos y confortada en todo momento con las mejores bendiciones divinas.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. VI, 1 p. 1217-1218.

L'Osservatore Romano 14.5.1983 p.4.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.33, p.8.



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