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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE NICARAGUA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Lunes 16 de mayo de 1983

 

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con verdadera ilusión aguardaba el momento de encontrarme con vosotros, que venís a Roma para vuestra visita “ad limina Apostolorum”.

Si ésta es siempre un motivo de alegría para quien tiene la primera misión de velar por toda la Iglesia, lo es de manera muy particular en vuestro caso, amados Hermanos, que sois los Pastores de la Iglesia que está en Nicaragua, a la que me siento íntimamente vinculado por tantos lazos de afectuosa cercanía y cordial estima.

Por eso, al acogeros hoy en este encuentro fraterno, mis brazos y mi corazón se abren plenamente, para estrecharos en un abrazo de paz, de comunión, de esperanza, en el que están comprendidos todos y cada uno de los miembros del pueblo fiel de Nicaragua.

En efecto, la finalidad primera de la visita de los Sucesores de los Apóstoles al Sucesor de Pedro, es la de fortificar los vínculos de la mutua caridad que los ligan entre sí; y que hacen crecer la corriente de amor hacia el pueblo de los creyentes, que en Cristo, Fundador y Principio de salvación de la Iglesia, halla el fundamento de la unión de mente y de corazón de cuantos le siguen.

2. En esta perspectiva, siento vuestra venida como una continuación de la afectuosa solicitud por vuestros fieles, que me impulsó a realizar la visita pastoral llevada a cabo, hace poco más de dos meses, a Nicaragua.

La carga de profundo amor eclesial hacia vuestro pueblo que me condujo hasta vosotros, y que tenía incluso intensidad del todo especial, continúa viva e incrementada tras mi visita.

Muchas veces, antes y después, he pensado en vuestras Iglesias, en sus problemas, dificultades, sufrimientos y esperanzas. Muchas veces he orado por ellas y he dado gracias a Dios por los esfuerzos realizados para ser siempre fieles a su vocación.

Si mi objetivo al visitar los países de América Central era avivar su fe cristiana, acercarme a ellos, compartir el dolor de sus pueblos y tratar de dejar un poco de esperanza a través del necesario cambio de actitudes interiores y de posturas injustas, las diversas vivencias experimentadas en vuestro país me han acercado más aún a vuestros fieles y vuestra Patria. Y han continuado haciéndose plegaria, para que la Iglesia en Nicaragua se consolide cada vez más, en la consolación y en las pruebas. Y para que cesen los sufrimientos de un pueblo fiel y digno, que del Atlántico al Pacifico, de las fronteras del norte a las del sur ansía vivir serenamente, en paz, sus valores propios; buscando con profundo sentido social el necesario progreso sobre la tierra, sin dejar de levantar sus ojos al Padre común, Padre de amor y de justicia, que nos llama a una vida de rectitud moral, de amor a todos, que espera a cada uno y que es la meta de todos.

3. Vosotros, queridos Hermanos, sois los Pastores del rebaño “sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios” (Hch 20, 28), sois los centros de comunión en vuestras Iglesias, los guías en la fe y los responsables de la fidelidad a Cristo de las mismas, como os indiqué durante mi visita (Cf. Lumen gentium, 21; Ef 4, 1-6; Col. 2, 6-8; 1 Ts 3, 11-13).  

Quiero hoy alentaros a seguir dando a vuestros fieles la guía que necesitan para mantener esa fidelidad a la fe cristiana en todo momento.

Sois Pastores de un pueblo profundamente religioso, dolorido desde hace tanto tiempo a causa de injusticias, de frecuentes violaciones de sus derechos, de tensiones, de luchas fratricidas, que dejan tras sí tanto dolor, tantas vidas jóvenes tronchadas, tanto luto en las familias, tantos huecos trágicos en los corazones de los familiares, de los amigos, de la sociedad (Cfr. Discurso a la Asamblea del Celam, 9 de marzo de 1983, Port-au- Prince, Haití). 

A ejemplo de Cristo, renovad siempre en vosotros el espíritu del Buen Pastor, que sale a buscar a quien se aleja quizá del redil, para ayudarle a encontrar nuevamente el camino. Para darle el gozo de un reencuentro cada vez más fiel a las enseñanzas de Jesús y a las exigencias personales y comunitarias de la vocación cristiana.

4. Bien sé que vuestra misión de Padres, Pastores y guías os ha exigido y os exige en tantos momentos no pocos sacrificios. Por eso os aseguro mi cercanía afectuosa y mi asiduo recuerdo en la plegaria, para que firmes en vuestra entrega ejemplar a la Iglesia, unidos siempre en el mismo amor a ella, a Cristo y a vuestros fieles, perseveréis con un solo corazón y un alma sola en la tarea que es vuestra carga y vuestra esperanza a los ojos de Dios.

Ese espíritu fraterno que aúna voluntades e inspira propósitos, será el que os anime a construir la fidelidad de vuestra grey a todos los objetivos verdaderamente humanos, cristianos, y de creciente justicia social, que requieren un esfuerzo perseverante en aras del bien de todos; de ese bien que respeta los derechos de cada uno y preserva en todo instante los valores religiosos y morales que constituyen la identidad propia de vuestros fieles.

Se trata de una labor de amplia visión y de profundo empeño. En ella necesitaréis constantemente de la aportación preciosa e insustituible de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos. Vivid, por ello, muy cercanos a ellos; cuidad con amorosa presencia su responsable contribución a esa constante renovación interior, que lleva a la gozosa entrega y a la animación de la comunidad; aunque cueste esfuerzo, y bien anclados en las razones de nuestra esperanza en Cristo, “para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo” (1 P 4, 13). 

5. No puedo concluir este encuentro sin invitaros a mirar, vosotros y vuestros fieles, hacia la Madre común, a la que vuestro pueblo tanto venera como la Purísima Concepción.

En torno a Ella, a la Madre de todos, hallaréis un centro de convivencia que une, que alienta, que hermana. En torno a Ella, todos los miembros de la Iglesia en Nicaragua debéis encontrar un renovado impulso para construir la Iglesia de la caridad (Cf. 2 Co 8, 13-15; Ga 5, 14; Flp 2, 4; Col 3, 12-15), del mutuo apoyo y asistencia, sobre todo en favor de los más necesitados y de quienes más sufren. Que ello sea vuestro mejor distintivo, como lo era para los primeros cristianos.

A María Santísima encomiendo en la plegaria todas vuestras intenciones y necesidades, así como las de cada uno de los miembros de vuestras comunidades eclesiales; para que Ella conserve y aliente maternalmente su fidelidad a la propia vocación cristiana. A Ella pido también que conceda a vuestra Nación y a todos sus hijos la paz, la serenidad, el progreso humano y espiritual, la tranquilidad en el disfrute de sus legítimos derechos.

Unidos junto al Sucesor de Pedro, os invito a terminar nuestro encuentro con una ferviente plegaria por vuestras Iglesias, a las que enviamos nuestra común Bendición en nombre de Cristo, que las estreche en un abrazo de paz. Así sea.

 



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