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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
AL VIII CONGRESO MISIONERO MEXICANO
Y AL II CONGRESO MISIONERO LATINOAMERICANO

Martes 17 de mayo de 1983

 

Amados Hermanos en el Episcopado y queridos congresistas:

Con gran gozo dirijo mi palabra a vosotros, que os habéis congregado en Tlaxcala, primera Sede Episcopal de México, para celebrar el VIII Congreso Misionero Mexicano y el II Congreso Misionero Latinoamericano en torno al lema: “Con María, misioneros de Cristo”. Saludo también a todos vosotros, hombres y mujeres de Latinoamérica, que estáis espiritualmente unidos a cuantos, animados por un mismo celo misionero, quieren ofrecer con este encuentro eclesial una válida respuesta de la Iglesia en América Latina a la misión evangelizadora de la Iglesia Universal. Y quieren hacerlo comprometiéndose, junto con María, Modelo y Primera Evangelizadora de América, en una más eficaz cooperación en la maravillosa tarea de hacer presente a Cristo en todo el mundo.

He seguido con alegría vuestros pasos preparatorios. Digno de encomio es el trabajo que habéis emprendido en cada una de vuestras diócesis y naciones, con sus 36 precongresos; 8 de carácter nacional y 28 de tipo diocesano o regional. En todo habéis tenido como finalidad despertar o reavivar el espíritu misionero de la Iglesia, tanto en los individuos como en las comunidades eclesiales, y provocar una profunda toma de conciencia del compromiso que todo cristiano debe sentir de hacer ver y mantener a la Iglesia como verdadero sacramento universal de salvación.

Me alegra poder constatar en vuestras tareas, espiritual y casi sensiblemente, la unidad y eficacia de vuestros renovados esfuerzos misioneros.

Durante 5 siglos, hombres de Iglesia han depositado en América la semilla del Evangelio. Ella ha dado ciertamente sus frutos. Grandes e innumerables han sido las obras realizadas en todo este largo período, pero sobre todo, ha sido difundido por todo el continente el nombre del Único Salvador, Jesucristo; ha sido implantada la Iglesia, se ha difundido el espíritu de amor.

Ahora, bien convencidos de que hay que profundizar el trabajo hecho, vuestro amor a Cristo y al hombre os hace entender con claridad que “finalmente, ha llegado para América Latina la hora . . . de proyectarse más allá de sus propias fronteras, «ad gentes»” (Puebla,  n. 368).

Esta apertura hacia el mundo misionero, esta contribución al desarrollo de las nuevas Iglesias y particularmente al incremento de las vocaciones sacerdotales, religiosas y del laicado comprometido, será sin duda, como afirmara mi predecesor Pablo VI, en beneficio del crecimiento de la vitalidad cristiana y del aumento, también para vuestras diócesis, de nuevas y dinámicas vocaciones que os enriquecerán a vosotros y a toda la Iglesia.

Guiados por el ejemplo de María, confiando en su ayuda, y en íntima comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, haced cada vez más real la dimensión misionera de la Iglesia. Anunciad a todos los hombres que Jesucristo ha sido, es y será, “el Camino, la Verdad y la Vida”. Sin vacilaciones ni compromisos que os aparten de la Verdad, esforzaos por comprender el dolor humano y por amar verdaderamente, siendo auténticos discípulos de Cristo y estableciendo con El una comunión íntima de vida y de ideales.

Llevad el afán misionero de Cristo siempre y a todas partes, para que el hombre de nuestro tiempo encuentre en El la respuesta a sus angustias, esperanzas y aspiraciones. Para que encuentre a Cristo y lo reconozca como su único y pleno Salvador.

Santa María de Guadalupe, Patrona de México y de América Latina, esté con vosotros. Sea Ella la Estrella de la Evangelización, sea Ella vuestro Modelo y Madre. Pido al Señor por su intercesión, que asista, que haga muy fecundos vuestros trabajos y compromisos, mientras con gran esperanza os bendigo de corazón, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así sea.

 



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