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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE TÚNEZ
ANTE LA SANTA SEDE
*

Viernes 27 de abril de 1984

 

Señor Embajador:

Sea bienvenido a esta casa. Le estoy muy agradecido por las palabras con las que ha querido inaugurar su función de Embajador de la República de Túnez ante la Santa Sede. Me ha impresionado el testimonio que ha ofrecido acerca de mi misión y de la actividad de la Santa Sede y de la Iglesia, al tiempo que aprecio los valores encomiados por usted con respeto a la promoción de un orden internacional digno del hombre.

Sólo por los caminos de la comprensión recíproca, del diálogo, de la negociación equitativa, con una preocupación constante por la justicia y la paz para todos; sólo por los caminos del respeto de los Derechos Humanos fundamentales, de las conciencias, de la identidad y libertad de los pueblos; sólo por estos caminos se puede ofrecer un remedio durable y profundo a los males que usted ha evocado: intolerancia, violencia, perduración del odio y la venganza, intervenciones abusivas y pérfidas que perturban la paz de los demás, sin olvidar la ausencia de solidaridad con relación a los que cada día se ven privados de lo necesario. Todos los continentes están afectados, pero Túnez es, sin duda, especialmente sensible a la suerte de los países del Medio Oriente y África.

Cada Estado está llamado a la tarea del desarrollo y la seguridad, en primer lugar dentro de sus propios confines, pero también prestando sus buenos oficios, con espíritu de sabiduría, de apertura y equidad, en los múltiples niveles de la concertación política entre los países, o en el seno de las diferentes agrupaciones. Reviste igualmente una gran importancia la manera de participar en los esfuerzos de las organizaciones internacionales, con un espíritu libre de ciegas pasiones. Me consta que vuestro País está preocupado por una acción de este tipo.

Por su parte, la Santa Sede está vivamente interesada en esta acción y ofrece su aportación, pero de manera muy especial, conforme a su misión de orden espiritual. Esta distinción de campos y competencias hace que la Santa Sede respete las responsabilidades políticas que pertenecen de suyo a los Estados y a las instituciones internacionales, y las estimula —sin sustituirse a su poder temporal— a promover el verdadero bien común, en medio de tantas dificultades. Esta perspectiva deja también a la Iglesia una libertad real para participar, como primera tarea, en la formación de los espíritus y las conciencias. Vuestra Excelencia ha subrayado que se trata de una "misión divina de verdad y caridad en favor de todos los hombres y de todas las naciones". El espíritu que prevalece es el del respeto a la dignidad del hombre en el contexto del respeto a su Creador, y el del amor universal a los hombres, iguales y libres.

Si un espíritu así guía a la Santa Sede en su acción internacional en el cuadro de las relaciones diplomáticas, inspira también, sobre el terreno, el ideal de las comunidades católicas. En Túnez, éstas son en la actualidad poco numerosas y dispersas, con una vida sencilla y medios pobres. Sus miembros —sacerdotes, laicos, religiosas—, no tienen otra ambición que la de testimoniar su fe y la caridad que surge del Evangelio, contribuyendo así al bienestar y al progreso de todos los tunecinos en los diferentes campos, comprendido el sector de la educación.

Estoy seguro de que estas comunidades continuarán gozando de la comprensión del pueblo tunecino y de la protección y apoyo de las autoridades civiles. Entre la población musulmana y estos cristianos se han tejido en efecto, desde hace tiempo, lazos de estima, amistad y de confianza recíproca. Los católicos aprecian, por su parte, el espíritu de fe en Dios trascendente y misericordioso que profesan los adeptos al Islam, las exigencias morales que de ahí brotan y su espíritu de tolerancia y apertura. No dudan, por otra parte, de que el Estado, preocupado del bien común de todos, velará por el mantenimiento de este espíritu de benevolencia, por el respeto de las conciencias según su pertenencia religiosa, y por el apoyo a los servicios prestados por las iniciativas católicas.

Vuestra Excelencia tendrá su parte en esta tarea de diálogo y de cooperación entre las autoridades civiles y las de la Iglesia. Le expreso mis mejores deseos para una gestión fructífera de su misión ante la Santa Sede. Más allá de vuestra persona, mis votos se dirigen a su Excelencia el Señor Presidente Habib Burguiba; le agradezco los que él me ha transmitido a través de usted, y le confío el encargo de expresarle los que yo formulo de todo corazón por su persona y por su alta e importante tarea. Deseo, en fin, ardientemente, que todo el pueblo tunecino, superando las dificultades que inevitablemente afectan a todo el País en la hora actual en el plan social, económico y político, continúe su vida en la paz, en el espíritu democrático inserto en sus tradiciones, y en el progreso humano y espiritual que es garantía de su bienestar y de su grandeza. ¡Que Dios le asista y le inspire en este camino!


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 46, p.23.



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