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VIAJE APOSTÓLICO A SUIZA

DISCURSO DE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO FEDERAL
DE LA CONFEDERACIÓN HELVÉTICA

Palacio de Lohn
Jueves 14 de junio de 1984

 

Señor Presidente,
señores consejeros federales
:

1. Me han emocionado las nobles palabras que acaban de dirigirme. Por mi parte, con ocasión de la hospitalidad que me ofrece este País – y como ya es habitual en mis visitas, pues lo considero un deber – me alegra poder venir cortésmente a expresar mis saludos respetuosos y cordiales a quien tiene el honor de presidir, con todo el Consejo Federal, los destinos de la Confederación Helvética y representar al conjunto del pueblo suizo. La deferencia y delicadeza con que ustedes, en cuanto cuerpo colegiado, me acogen, como por lo demás la simpatía de las gentes que encuentro, me llegan al corazón. Les expreso por todo ello mi viva gratitud.

Como ya he tenido ocasión de decir, la visita principal que realizo a este País se dirige principalmente a la comunidad católica suiza, y a los otros cristianos o creyentes que han querido entrevistarse conmigo para intercambiar preocupaciones espirituales comunes. Pero mis sentimientos de simpatía van a todo el pueblo suizo, y, ¿dónde encontraría mejor ocasión para expresar mi respetuoso y caluroso homenaje que aquí delante de sus más altos magistrados? Y no puedo dejar de evocar, en este sentido, cómo se presenta, a los ojos de un amigo, la originalidad de vuestra Patria y de vuestra historia.

2. La mayor parte de los países de Europa se forjaron por la unidad natural de su territorio, de su lengua o de su religión. Pero Suiza ha sido tributaria, en su origen, su progreso y su perduración, de la voluntad común y de la perseverancia de sus hijos. La acción de los hombres, sin embargo, por muy tenaz que se imagine, no hubiera podido desafiar los siglos, como lo ha hecho la Confederación siete veces centenaria, si no hubiera estado fundada desde el comienzo sobre una cierta idea del hombre. En la fidelidad a esta vocación humanista original ha logrado Suiza superar las vicisitudes de una historia y de un entorno bastante tumultuoso.

En el firmamento de esta visión fundamental del hombre no ha cesado de brillar la estrella polar de la libertad, bien valiosísimo y riesgo supremo de la persona humana, cuya plenitud sólo ella puede asegurar. Pero, para desarrollar todas sus riquezas e irradiarlas hacia afuera, la libertad personal tiene necesidad de realizarse en el seno de ciudades igualmente libres y dueñas de sus destinos. Esta es la lección que desde su primer pacto, aprendieron los confederados y que han conservado a lo largo de todo su camino histórico.

3. Sin embargo, si la historia los ha reunido, la geografía hubiera podido separarlos: situados en cruces de caminos y más tarde en encrucijadas de imperios y civilizaciones, los suizos tuvieron que aprender muy pronto a vivir en la diversidad y, sin renunciar en nada a sus identidades particulares, a acoger las del otro y a respetarlo en cuanto ser distinto. Así se realizó el largo aprendizaje de la tolerancia, cuya enseñanza más elevada les fue ofrecida por San Nicolás de Flüe, padre tutelar de la concordia confederal.

Sin duda, la neutralidad suiza nació de este ejercicio original de tolerancia, hecho aún más difícil cuando el gran desgarrón de la cristiandad de Occidente se extendió a través de la Confederación. Esta neutralidad, al principio como máxima de interés inmediato sin formular, tuvo el mérito de proteger los cantones de las fuerzas centrífugas que hubieran podido acabar con su frágil unidad. Pero era aún necesario que, al correr de los años, las demás naciones, ante todo las más vecinas, descubrieran sus ventajas, reconociendo en la neutralidad suiza una prenda de paz y de estabilidad para toda Europa.

Fue, por tanto, necesario ir más lejos y no considerar la neutralidad tan sólo como el medio para protegerse de las turbulencias de la gran política. Era urgente deducir ante todo sus aspectos exteriores, altruistas, en un espíritu de solidaridad y de participación. En una palabra, de abrirse siempre más al mundo inmenso y doloroso. Ante los problemas y dramas incontables que asaltan a la familia humana, no sería conforme al signo que campea en la bandera suiza permanecer como testigos inertes. Suiza está llamada a trabajar en la medida de sus posibilidades por el bien común de esta humanidad dolorosa y fraterna. Este es el deseo que formulamos también para el futuro.

4. Hoy, ustedes son los altos representantes de este país que se asienta sobre un orden constitucional sólido, cuyos pilares son la democracia directa, el federalismo y el estado de derecho. ¡Más de un país podría envidiar esta sabiduría! ¿Cómo no desear que los suizos, por su propio bien, continúen desarrollando su sentido positivo de la libertad y de la igualdad de todos los habitantes ante la ley, su respeto de las diferencias – pienso en las minorías étnicas en cuanto lengua, costumbres, vida económica y social –, su participación activa en la vida pública y su colaboración leal al bien del conjunto? Vuestros antepasados eligieron promulgar la constitución federal en nombre de Dios Todopoderoso: esto honra a todos los suizos y les da, al mismo tiempo, una responsabilidad particular.

5. Podréis igualmente contribuir al progreso de la paz y de la justicia, más allá de vuestras fronteras, entre los pueblos de Europa y del mundo, en la medida en que afirméis y garanticéis vosotros mismos los derechos de la persona humana, la dignidad del trabajador y su participación en las responsabilidades, la prioridad dada a las personas por encima del "tener", la acogida de los que huyen de la violencia o de la pobreza endémica de sus países, la búsqueda de soluciones libremente negociadas, en una palabra, las exigencias de la justicia social, de la libertad y de la paz.

Sí, vuestra historia, vuestra cultura, vuestra realidad política deben estimularos a jugar vuestro papel en la comunidad de los pueblos. Como en el pasado, trabajad para intensificar entre las mujeres y hombres de este mundo las relaciones y los intercambios, más allá de las fronteras políticas y de los intereses económicos, porque sólo así podrán descubrir sus lazos de unidad y de interdependencia, los que brotan de su naturaleza común. Vuestra voz en las Organizaciones internacionales, que en tan gran número se benefician de vuestra hospitalidad, vuestra voz en la relación con las restantes naciones del mundo tendrá tanta más autoridad cuanto más continuéis proclamando la necesidad de fundar las relaciones entre los hombres y los pueblos sobre el amor de la justicia.

6. Excelencia, usted conoce el interés y la aportación que la Santa Sede, por su parte, en correspondencia con su misión de orden espiritual, ofrece a estos objetivos humanitarios, en favor de todos los hombres, independientemente de su raza, su régimen político o su religión, tanto en el marco de sus relaciones bilaterales con los Estados como a través de su acción en las Organizaciones internacionales.

Por lo demás, durante la Primera Guerra Mundial, el Papa Benedicto XV propuso al Consejo Federal un trabajo común en favor de las víctimas de la guerra, naciendo así la "Obra de los internados". Como consecuencia de esta colaboración se reanudaron con la Confederación Helvética las relaciones regulares que habían existido antes durante más de tres siglos, con ciertas vicisitudes, en forma de Nunciatura Apostólica.

Durante la Segunda Guerra Mundial, pudimos realizar juntos, la Santa Sede y Suiza, una acción desinteresada para ofrecer ayuda material y moral a tanta gente herida y desamparada por la tragedia humana que abarcaba a tantos países de Europa. Gracias a la posición particular de vuestro País y a la de la Santa Sede, en medio de las partes comprometidas en el conflicto, ¡cuántos hombres y mujeres pudieron salvar su vida, encontrar un asilo provisional que les asegurara los cuidados necesarios, la subsistencia, la libertad! Es cierto que no estábamos en situación de aliviar todos los sufrimientos, ni de remediar un mal tan grande, en aquellos tiempos difíciles y sombríos. Pero fueron muchos los que trabajaron, de una parte y otra, con un profundo sentido de responsabilidad, con generosidad y espíritu de sacrificio, en nombre de Dios y por amor fraterno. Esta historia es hoy bien conocida por los espíritus honrados que quieran recurrir a una información histórica objetiva.

Nuestras relaciones discurren actualmente en un clima de leal comprensión y de respetuosa amistad. La Santa Sede aprecia el hecho de que la Confederación y las autoridades civiles, en los diferentes niveles, hagan posible el desarrollo pacífico de la vida religiosa católica en todo el país. Así, sin pedir ningún privilegio, la Iglesia Católica en Suiza, en comunión con la Sede Apostólica, puede mantener la fe de sus fieles y trabajar, con los demás cristianos, para que el mensaje de vida y de amor de Jesucristo continúe siendo el fermento de una vida social enraizada en el Cristianismo.

Deseo también que, en la escena mundial, converjan cada vez más los esfuerzos de Suiza y de la Santa Sede cuando se trate de hacer progresar soluciones de paz, compromisos de ayuda a los más desfavorecidos y garantías de respeto del hombre que conserva siempre una dignidad divina.

7. Estoy seguro de que estos días transcurridos en vuestro País, impresionante por su belleza, me permitirán apreciar aún más a vuestros compatriotas, justamente célebres por su amor al trabajo, su orden y su prudencia, por sus virtudes hospitalarias, y también por su fe. Mi estancia me familiariza con sus problemas humanos y espirituales, y yo aporto mi testimonio que es el de la Iglesia Católica.

Estoy seguro de que el pueblo suizo continuará inspirándose en su historia cristiana y abriéndose cada vez más a las necesidades humanitarias de todos aquellos que en el mundo no tienen las mismas posibilidades materiales y culturales. Pido a Dios que bendiga a todos los hijos de esta tierra, con un pensamiento especial para ustedes, Señor Presidente y Señores Consejeros Federales, agradeciéndoles de nuevo su acogida.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 28, p.8.

 



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