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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UNA CONFERENCIA
INTERNACIONAL SOBRE EL ALCOHOLISMO*

Viernes 22 de junio de 1984

 

Queridos amigos:

1. Me complace mucho recibiros esta mañana, después de que habéis concluido vuestra Conferencia internacional sobre los aspectos científicos, sociales y morales del alcoholismo. El profundo interés y experiencia que aportáis a las discusiones sobre el alcoholismo honra a vuestras personas y suscita esperanza en todos aquellos que siguen el desarrollo de las cosas en este campo.

Se va extendiendo cada vez más la convicción de que el alcoholismo es una de las peores plagas de la sociedad moderna. Este convencimiento es de suyo muy sano, pero se necesita urgentemente una colaboración cada vez mayor para hacer frente al problema. Para prestar una asistencia efectiva a quienes sufren esta desgracia se requiere competencia en la ciencia médica, en psicología, sociología y religión. Resulta, pues, evidente que tanto para el tratamiento como para la prevención del alcoholismo es esencial la cooperación de los distintos expertos en el tema.

2. Podemos examinar el problema del alcoholismo desde la perspectiva de sus complicadas raíces, la situación psicológica que crea, la responsabilidad moral que puede precederlo o acompañarlo o los efectos que tiene en las familias de quienes lo padecen sea cual sea la perspectiva, se ve que el problema afecta profundamente a la persona humana. La vida de los individuos, de las familias, de las comunidades y de la entera sociedad se ve afectada por este problema que comporta, además, sufrimientos y angustias indecibles. Consecuencias concretas del alcoholismo son el deterioro físico, que a veces conduce incluso a la muerte, desorientación psicológica y problemas espirituales. Ciertos aspectos de este fenómeno son comunes al abuso de la droga que asola a la sociedad. A estos dos campos se pueden aplicar realmente las palabras de Pablo VI: «Está en juego la misma dignidad humana. Es un problema de múltiples dimensiones humanas, que afecta profundamente a la persona en el ejercicio del entendimiento y de la voluntad, en el cumplimiento de su auténtico papel como ser humano y finalmente en la consecución de un alto destino espiritual” (Discurso al Comité de las Naciones Unidas para los problemas del abuso y control de drogas, 20 noviembre 1976, “L’Osservatore Romano”, Edición en Lengua Española, 5 diciembre, 1976, pág. 2).

3. Por ello os ofrezco esta mañana todo mi aliento a los que os enfrentáis con este problema. Vuestra contribución es un servicio espléndido a la humanidad. Esto es así debido a la competencia de cada uno de vosotros en su propio campo que, unida a la de los demás, constituye una ayuda eficaz para nuestros prójimos, hombres y mujeres, que necesitan de ella. Por otra parte, vuestros esfuerzos conjuntados son capaces de suscitar, además, una reacción en cadena por todo el mundo: una sensibilidad más profunda ante el problema y una solidaridad humana mayor frente al anonimato y la indiferencia de la sociedad que, como contrapartida, contribuyen a la soledad, al desaliento y a la infelicidad, estados todos que constituyen un terreno fecundo para el cultivo del abuso del alcohol. Por vuestra iniciativa y la de otras personas interesadas en el problema, muchas víctimas del alcoholismo conocerán una nueva esperanza, se salvarán matrimonios y se reunirán y reconciliarán familias. La prevención mediante la educación y la rehabilitación son objetivos dignos de la mayor dedicación personal.

4. Cuando se enfrenta con el mal del alcoholismo, un amplio sector de la sociedad reconoce justamente que es necesario recurrir a Dios mediante la oración. El Creador de la humanidad es de hecho el Dios providente y personal que dirige las vidas de sus hijos y viene en su ayuda.

Es más, esta ayuda divina adicional necesaria en esta situación humana la identifica la Iglesia católica con la gracia de Jesucristo, el poder salvador de su palabra y sus sacramentos.

Ante todos los miembros de la familia humana, independientemente de la religión que profese, se alza el enorme reto de ayudar a la humanidad a hacer frente al serio y tan extendido problema del alcoholismo con valentía, confianza y esperanza.

Que Dios os bendiga a vosotros, a vuestras familias y que os apoye en vuestra noble tarea.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 49, p.21.

 



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