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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL PRIMER EMBAJADOR DE SANTA LUCÍA ANTE LA SANTA SEDE
*

Viernes 26 de abril de 1985 

 

Señor Embajador:

Me complace acoger a Su Excelencia al recibir las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Santa Lucía. Es complacencia especial recibirle por ser usted el primer Embajador de su País ante la Santa Sede. Nuestras relaciones ya se caracterizaban por el respeto y la estima, pero esta ocasión histórica expresa nuestra voluntad común de reforzar los lazos de confianza ya existentes y de colaborar de modo más oficial y estable sobre todo en la promoción de la paz y de la justicia en el mundo.
 
Durante siglos las misiones diplomáticas han ayudado a instaurar líneas de comunicación y diálogo entre las naciones y entre la comunidad internacional en su conjunto. La Santa Sede constantemente se ha interesado por la diplomacia internacional, ha establecido y mantenido plenas relaciones diplomáticas con gran número de Estados, y ha tomado parte en actividades y debates de Organizaciones internacionales. Si bien su función es única y se inserta en la tarea principal de la Iglesia, que consiste en promover los valores morales y espirituales, la Santa Sede ha aprovechado las oportunidades de prestar una aportación única e importante a la armonía y entendimiento entre Gobiernos y pueblos, y a la protección y dignidad de toda persona humana. Por consiguiente, Excelencia, puede estar seguro de que la Santa Sede ve con gusto el establecimiento de relaciones diplomáticas con Santa Lucía, y honra y respeta su distinguido papel de primer Embajador.
 
La fe cristiana y la Iglesia Católica en particular, han florecido de modo admirable en su País. El crecimiento en los últimos años de un número, siempre en aumento, de clero y religiosos autóctonos, los cuales van asumiendo gradualmente mayores responsabilidades en la atención pastoral de los fieles, es signo evidente del progreso y vigor de la Iglesia. A este respecto, he notado con agrado su alusión a la función dinámica y vital que está desempeñando la Iglesia en el desarrollo de la isla en los terrenos espirituales y morales, pero también en los campos de la educación, cultura y obras sociales. Le aseguro que, con espíritu de auténtico ecumenismo y estima de la libertad de religión existente, la Iglesia Católica procurará seguir colaborando continuamente con el pueblo de Santa Lucía en los esfuerzos por acrecentar el bien común y el bienestar de todos, a la vez que cumple su misión específica de proclamar el Evangelio de Jesucristo.
 
La Santa Sede tiene en gran aprecio el deseo de su Gobierno de colaborar en los esfuerzos conjuntos de los países vecinos del Caribe por instaurar una zona de paz. Asimismo tiene en gran estima su interés por establecer internacionalmente un orden económico y social más equitativo. Acaso su historia de haber experimentado tantas influencias ya desde antes de la independencia, ha dado mayor conciencia a su Nación de la importancia de las relaciones internacionales, sobre todo en el momento actual de la historia, que nos hace constatar la existencia de una interdependencia siempre creciente.
 
Deseo manifestarle mi gratitud por el saludo cordial que me ha transmitido del Primer Ministro, muy honorable John Compton, y le ruego tenga la amabilidad de presentarle el mío. Le doy, las gracias, asimismo, por su amable invitación a visitar Santa Lucía. Me agradaría mucho acceder a esta invitación y deseo mucho que llegue el día en que pueda realizarse.
 
Al comenzar su tarea, Señor Embajador, esté seguro de la cooperación y ayuda plenas de la Santa Sede en el desempeño de su misión. Pido al Señor le otorgue mucha alegría y satisfacción en su trabajo. Y suplico al Omnipotente bendiciones abundantes para usted y sus compatriotas. 


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 21, p.23.



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