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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS ESPAÑOLES
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Viernes 19 de diciembre de 1986

 

Amados hermanos en el Episcopado:

1. Os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro con el que culmina vuestra visita “ad limina Apostolorum”, que renueva el gozo y el compromiso de unidad eclesial. Doy gracias a Dios por habernos permitido compartir en un espíritu de verdadera fraternidad, la solicitud pastoral, por la vida, las esperanzas y las dificultades de vuestras respectivas diócesis de Toledo, Madrid, Ciudad Real, Coria-Cáceres, Cuenca, Plasencia y Sigüenza-Guadalajara. De esta manera vosotros expresáis y enriquecéis la unidad con la Iglesia que preside en la caridad, y yo mismo encuentro la oportunidad de ejercitar el mandato del Señor de confirmar a mis hermanos en la fe (cf Lc 22, 32).

Agradezco de corazón al Señor Cardenal Arzobispo de Toledo las palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido y que son testimonio fiel de la profunda comunión con el Sucesor de Pedro que anima vuestro ministerio episcopal.

Las audiencias personales con cada uno de vosotros, junto con las relaciones quinquenales, me han servido para acercarme con mayor conocimiento a la realidad de vuestras diócesis, con sus luces y sombras, pero siempre animadas con el estímulo de vuestro celo pastoral por conseguir en vuestras comunidades esa renovación auténtica de toda la vida cristiana, según las directrices del Concilio Vaticano II. En efecto, tal como se reafirmó en el último Sínodo Extraordinario de los Obispos, las riquezas doctrinales y espirituales de este acontecimiento eclesial de nuestro siglo, necesitan una recepción más profunda, una aplicación íntegra y fiel que no tergiverse sus enseñanzas.

2. Hoy termina también la serie de audiencias colectivas con los diversos grupos de Obispos españoles. Movido por el mismo deseo de confirmar vuestros esfuerzos y alentar vuestras tareas, me vais a permitir que también en esta ocasión aborde algunos temas que vosotros mismos, como Pastores de la Iglesia, habéis compartido conmigo y que forman parte de los objetivos prioritarios del ministerio episcopal.

Una realidad de primer plano que afecta profundamente la vida de vuestras diócesis es el amplio y profundo cambio social, cultural y político que ha experimentado España en los último años. Junto a innegables progresos conseguidos dentro del marco democrático y a la plena participación en la comunidad europea, no se pueden ignorar otros aspectos menos positivos e incluso negativos que repercuten sobre todo en los valores morales. Vosotros mismos no habéis dejado de manifestar vuestra preocupación ante actitudes secularistas que ponen en entredicho valores irrenunciables en el ámbito de la fe de vuestro pueblo y que pretenderían arrinconar el mensaje evangélico o amortiguar su influjo, de manera que no ejerza su función iluminadora en medio de la sociedad.

En concomitancia con estas actitudes se percibe, quizá también como efecto suyo, un cierto eclipse del sentido religioso. Este fenómeno de la increencia se deja sentir, particularmente, entre los sectores más jóvenes de la sociedad española. Para vosotros constituye un reto que habéis de asumir revitalizando el fervor de vuestras comunidades y reforzando entre todos la comunión eclesial, garantía de un testimonio eficaz y compacto. Proclamad pues con renovado entusiasmo el mensaje del Evangelio: el anuncio del amor y de la paternidad de Dios, la fuerza salvadora de Cristo muerto y resucitado, la misión del Espíritu Santo, la conversión del corazón a Dios, la ley del amor fraterno, la necesidad de la comunión con los hermanos en la Iglesia, la esperanza en la vida eterna.

Sé que para algunos no es fácil en nuestra época, oír hablar de Dios; incluso hay cristianos a quienes resulta difícil hablar de El y conversar con El. Mas Dios, que está en el centro de la vida y de la historia, sigue buscando a todos. El hombre puede olvidarse de Dios; pero ciertamente Dios no se olvida del hombre, creado a su imagen y semejanza.

3. Sabéis muy bien que una Iglesia que confiesa y anuncia abiertamente su fe en Jesucristo como Dios y Señor de la familia humana y de la historia, es condición indispensable para una evangelización de la increencia. Seguid, por tanto, impulsando la educación en la fe como tarea principal y exigencia prioritaria; continuad intensificando la catequesis en todas la edades, sobre todo entre los jóvenes y adultos; fomentad en vuestras comunidades la vida de oración, ese diálogo personal en el que cada cristiano afianza su conciencia de ser hijo de Dios, salvado por Jesucristo; promoved el dinamismo eclesial y comunitario de la fe anunciada, celebrada, compartida, testimoniada en el ámbito de las parroquias y de las asociaciones y movimientos eclesiales.

Hoy más que nunca, el mundo tiene necesidad de Dios. A medida que se va secularizando la visión de la vida, tanto más se deshumaniza la sociedad, porque se pierde el justo enfoque de las relaciones entre los hombres; y cuando se pierde el sentido de la trascendencia, la visión misma de la vida y de la historia se empequeñece y se pone en peligro la libertad y la dignidad de la persona humana que tiene como fuente y meta a Dios, su Creador.

4. Próximos ya al tercer milenio del cristianismo y ante la realidad de una sociedad en trasformación acelerada, la fidelidad al Evangelio ha de impulsarnos hondamente a la tarea de la nueva evangelización. España, que forma parte del concierto de los pueblos de Europa, participa igualmente de la problemática que afecta a los países de esta área cultural. Como ya he señalado en otra ocasión, “la Europa a la que hemos sido enviados (en nuestra misión pastoral), ha sufrido tales y tantas transformaciones culturales, políticas, sociales y económicas que ponen el tema de la evangelización en términos totalmente nuevos. Podemos incluso decir que Europa, tal como se ha configurado a consecuencia de los complejos acontecimientos del último siglo, ha planteado al cristianismo y a la Iglesia el desafío más radical que había conocido la historia, pero al mismo tiempo abre hoy nuevas y creativas posibilidades al anuncio y a la encarnación del Evangelio” (Discurso a los participantes en el VI Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985). Durante mi estancia entre vosotros, hace ahora cuatro años, y concretamente en un lugar tan significativo como Santiago de Compostela, tuve también la ocasión de abordar los problemas de la fe en Europa, llamando a una nueva evangelización de nuestro Continente. Se trata de un problema común que exige un nuevo esfuerzo misionero por parte de todos.

España fue evangelizadora de nuevos pueblos. También hoy debe esforzarse en ser una Iglesia evangelizada y evangelizadora, pues si bien es verdad que en su historia y en su tradición emerge, una auténtica riqueza de espiritualidad, no es menos cierto que, en nuestros días, necesita reavivar sus raíces cristianas para afrontar con esperanza y decisión los retos del futuro. La conmemoración del V Centenario de la Evangelización de América no puede ser para vuestra patria sólo una mirada nostálgica hacia un pasado glorioso; debe ser ante todo un compromiso de actualización de aquella gesta misionera dentro y fuera de vuestras fronteras.

5. La Iglesia ha de hacer del anuncio del Dios vivo el centro de su servicio a los hombres. Nos hemos de sentir impulsados, en consecuencia, a una acción pastoral orientada a suscitar la conversión y a proclamar la fe en el Dios que salva; a dar una orientación misionera al ministerio sacramental; a renovar y potenciar la iniciación cristiana a través de una adecuada catequesis; a vigorizar las parroquias en perspectiva misionera y dar vida a comunidades eclesiales corresponsables y evangelizadoras.

Esta hora histórica, nueva en tantos aspectos, reclama de vosotros un cuidado especial en la edificación de la Iglesia de tal forma que brille como el signo de la unión íntima de los hombres con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium, 11). Es necesario, por tanto, servir a la Iglesia como se corresponde con su naturaleza de misterio de nuestra fe, obra de toda la Trinidad, fundación de Jesucristo, “para anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos” (Ibíd., 5). Solo así prestaréis un servicio eminente – un servicio de salvación y liberación integrales – a vuestro pueblo. El último Sínodo de los Obispos (Relatio finalis, II, A, 2 et 3) y mi última Encíclica Dominum et Vivificantem urgían a toda la Iglesia a que “trate de penetrar en la esencia misma de su constitución divino-humana y da aquella misión que la hace participar en la misión mesiánica de Cristo según la enseñanza y el plan siempre válido del Concilio Vaticano II” (Dominum et Vivificantem, 61)

6. Sé que estáis preparando, sobre todo en Toledo, la celebración de un acontecimiento eclesial de particular importancia, el XIV centenario del III Concilio de Toledo (a. 589), que marcó el momento decisivo de la unidad religiosa de España en la fe católica.

A distancia de siglos nadie puede dudar del valor de este hecho y de los frutos que se han seguido en la profesión y transmisión de la fe católica, en la actividad misionera, en el testimonio de los santos, de los fundadores de órdenes religiosas, de los teólogos que honran con su memoria el nombre de España. La fe católica ha desarrollado una idiosincrasia propia, ha dejado una huella imborrable en la cultura, ha impulsado los mejores esfuerzos de vuestra historia. En la nueva fase de la sociedad española es también necesario que los católicos mantengan una unidad de orientación y de actuación, para iluminar la cultura con la fe y testimoniar el Evangelio con la vida.

Me consta, amados hermanos, que –junto con todo el episcopado español– habéis tomado conciencia de la necesidad de reavivar el apostolado seglar en vuestras comunidades. Necesitáis católicos dispuestos a vivir su vocación de seglares en la sociedad y en el mundo, sin arredrarse ante las exigencias de la vida pública. Que ellos participen también, de modo responsable y activo, en las obras apostólicas y asistenciales por medio de las cuales se hace presente la Iglesia en el seno de la sociedad, y que demuestren su capacidad de compromiso y de encarnación entre los hombres.

Estimulad entre ellos su responsabilidad de cristianos comprometidos, pues son especialmente los seglares los que tienen que ser fermento del Evangelio en la animación y transformación de las realidades temporales con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. Son tiempos recios los que nos toca vivir, pero la fe en Jesucristo resucitado infunde ilusión entusiasmo y el sentido de la vida que es el gran don que recibimos del Dios rico en misericordia. Se requiere una nueva pedagogía para alentar la esperanza cristiana en el pueblo fiel, y la Iglesia, que es comunidad de esperanza, no puede renunciar a iluminar y enderezar los senderos de la historia de los hombres.

7. Es necesario, en consecuencia, que vuestro proyecto pastoral para el mundo seglar sea comprendido y apoyado positivamente por los sacerdotes y religiosos desde su ministerio: formando bien a estos cristianos, atendiéndoles espiritualmente, promoviendo sus asociaciones e instituciones, evitando caer en la tentación de ocupar ellos los puestos y los estilos de los seglares, a costa de dejar desatendidas sus funciones específica.

Para impulsar el espíritu comunitario y de colaboración en la pastoral, exhortad a vuestros sacerdotes, a las comunidades religiosas y a los grupos de seglares, a que fomenten las acciones conjuntas que permitan enriquecerse unos a otros, conocerse mejor, y compartir el entusiasmo y el gozo de la acción evangelizadora común. El aislamiento y el individualismo no son buenos. Las comunidades parroquiales, sobre todo en lo que se refiere a la juventud, necesitan particularmente hoy, nutrirse en su vida interior con la gracia que santifica, dar testimonio coherente de su fe en la vida social para promover las exigencias de la justicia y la fraternidad entre los hombres, y proclamar juntos la alegría de sus convicciones cristianas en el mundo en que viven, como lo reclama el Sacramento de la confirmación.

Antes de concluir este encuentro, no quiero dejar de mencionar con gozo el progreso alcanzado en la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas en vuestras diócesis. El aumento del número de vuestros seminaristas mayores y menores es muy esperanzador. A este propósito el documento “La formación para el ministerio presbiteral. Plan de formación sacerdotal para los Seminarios Mayores”, aprobado por la Santa Sede a propuesta de la Conferencia Episcopal Española, os ofrece un cauce espléndido para armonizar debidamente sus dimensiones espiritual, humana, doctrinal y pastoral según el modelo de Cristo Pastor, vivido en la aceptación gozosa de la comunión jerárquica de la Iglesia.

8.En esta ocasión, y movido por mi solicitud pastoral que llega a todos los hijos de la Iglesia, me dirijo también al Señor Arzobispo Castrense, que en unión con los sacerdotes que colaboran con él, se ocupa de la pastoral de un sector específico de la sociedad: el de las Fuerzas Armadas.

A estos servidores de la patria y del bien común habéis de dedicar, junto con sus familias, lo mejor de vuestros esfuerzos pastorales. Además, con vuestro ministerio estáis llamados a evangelizar también gran parte de la juventud española en un momento crucial de su vida, dedicado y a la vez providencial para el encuentro con Cristo y con su Iglesia, ocasión propicia para enlaciar el futuro cristiano de esos jóvenes.

Ayudadles, en un diálogo respetuoso y sincero, a disipar prejuicios y a encontrarse con el Evangelio, a ensanchar los horizontes de la vida mediante la participación en la liturgia de la Iglesia, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Esa Iglesia en la que todos nos sentimos hermanos debe ser para los miembros de la gran familia castrense, y en particular para los jóvenes encomendados a vuestro cuidado pastoral, la comunidad cristiana donde se les ofrezca la posibilidad de vivir la amistad de los discípulos de Jesús y el servicio hacia los hermanos más necesitados.

9. Al terminar este encuentro quiero reiteraros, queridos hermanos, mi agradecimiento y mi afecto. Encomiendo al Señor vuestras personas, vuestras intenciones y propósitos. Que la Virgen, Madre de la Iglesia, Virgen de la esperanza y del Adviento, nos alcance la gracia de llevar a cabo la tarea de una nueva evangelización que prepare los corazones a la venida del Señor.

A todos os imparto de corazón mi Bendición Apostólica que deseo llegue a vuestros sacerdotes y seminaristas, a las comunidades religiosas y a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.



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