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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE JAMAICA ANTE LA SANTA SEDE
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Jueves 16 de enero de 1986

 

Señor Embajador:

Con mucho agrado doy la bienvenida a Su Excelencia como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Jamaica. La Santa Sede tiene en alta estima la misión que va a iniciar y confío en que su permanencia contribuirá a reforzar los lazos cordiales de amistad y colaboración que confirman nuestras presentes relaciones.

El arte de la diplomacia tiene como objetivo la profundización del diálogo y de la comprensión entre los pueblos y las naciones. Cuando es necesario, también lleva a cabo la función vital de buscar soluciones a conflictos, tensiones y diversos problemas que puedan surgir. Todas las naciones pueden contribuir – y verdaderamente deberían hacerlo – a esta empresa diplomática común, puesto que las actividades y las políticas de cualquier nación afectan al funcionamiento de la vida internacional. Las pequeñas naciones como la suya, aunque se encuentren abrumadas por el peso de la pobreza y la desigualdad en la distribución de la riqueza del mundo, como ha hecho notar en su discurso, no están lejos de contribuir significativamente a este respecto. El destino de la comunidad mundial está tan estrechamente entrelazado, que los acontecimientos sociales, económicos y políticos de cualquier país afectan consecuentemente a la estabilidad y el bienestar de los demás.

Me complace que haya hecho referencia a los importantes temas de la paz, la justicia y los Derechos Humanos. La Santa Sede está profundamente interesada respecto a estas cuestiones. Como usted se ha percatado, la Iglesia en Jamaica trabaja de muy buen grado para lograr el progreso humano y el bienestar de todas las personas. Viene haciéndolo desde hace años a través de diversas instituciones, tales como hospitales, escuelas y hogares para ancianos. De forma especial, busca, a través de su enseñanza y organizaciones, sostener y fortificar la vida familiar, que tiene que enfrentarse a tantos obstáculos en el mundo moderno.

En este trabajo de desarrollo y de justicia social, la Iglesia local ha sido ayudada generosamente por personal misionero. Hoy en día nos alegramos profundamente por el incremento de las vocaciones sacerdotales y a la vida religiosa provenientes de familias jamaicanas. Las vidas entregadas de estos hombres y mujeres permitirán a la Iglesia sostener e incrementar definitivamente su contribución a la vida de su País.

Estoy muy agradecido por el cordial saludo que me ha traído de parte del Gobierno y del pueblo de Jamaica y le pido que transmita a su vez mis buenos deseos. También le quiero agradecer el haber mencionado la posibilidad de visitar su País. Veo con agrado ese futuro día en el que la visita llegue a ser posible.

Deseo que Dios Todopoderoso otorgue a su Nación seguir avanzando en su desarrollo social y sobre todo creciendo en riqueza espiritual. Sobre usted y todos aquellos a quienes representa, invoco las bendiciones divinas de armonía y paz, y que Él esté con usted en su importante trabajo.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 10, p.20.



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