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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE BRASIL*

Jueves 10 de julio de 1986

 

Señor Presidente,
amados hermanos y hermanas en Cristo:

Nos encontramos aquí hoy, una vez más, para celebrar la Eucaristía con Brasil y por Brasil: hoy, representado por el Señor Presidente de la República, personificación de la unidad nacional del querido pueblo brasileño, y por su distinguido séquito. Esta Eucaristía me recuerda otros recientes encuentros con los señores obispos brasileños y con el llorado Presidente Tancredo Neves, que Dios tenga en su gloria y para el cual va un pensamiento de sufragio. Con ellos compartimos, como hoy, preocupaciones y esperanzas en relación con los problemas religiosos y sociales, y juntos rezamos por Brasil.

La Eucaristía es celebración de salvación «para todo el pueblo», en Cristo muerto y resucitado, celebración de la bondad de Dios, que se nos revela como Padre y nos quiere a todos hermanos en su Hijo unigénito, de forma que vivamos la comunión de amor en el Espíritu Santo, como una familia, teniendo los mismos sentimientos y solícitos unos de otros por el bien mutuo. La Eucaristía es un momento fuerte de fraternidad en la caridad, en la acción de gracias, en la reconciliación y en actitud de ofrenda; ofrenda sobre todo de nosotros mismos, con nuestros proyectos, aspiraciones y propósitos de ser agradables a Dios. Con estas disposiciones, vamos a presentarle nuestras súplicas.

Vamos a pedir por todo Brasil y por cada uno de los brasileños, para que la solidaridad y el amor social, vivificados por la caridad, logren remediar y prevenir, en este inmenso y amado País, situaciones de pobreza y desequilibrios económicos: que nadie quede excluido del desarrollo y de los bienes del progreso; que una vez más, en este momento de cambio, como en otras situaciones de crisis, se conjuguen las buenas voluntades y los esfuerzos para salvaguardar y aumentar el patrimonio de valores espirituales y morales –la riqueza más segura y verdadera de un País inmensamente rico– y para responder a los desafíos que se presentan a la gran familia brasileña.

Que los supremos e intangibles valores que rigen la vida y convivencia humanas, abriendo camino de diálogo fructífero, de saludable reconciliación y de amor auténtico, alejen todo lo que no sea amor, ya que la falta de amor es, al mismo tiempo, efecto y causa de egoísmo, de odio y violencia. Sólo el amor construye y nutre humanidad, fraternidad y paz.

Vamos a implorar que las iniciativas y reformas que estos desafíos exigen, como la reforma agraria, se hagan con valor y con acierto, se lleven a cabo con la aceptación y la participación de todos, a la luz del sano Humanismo cristiano; y que la organización y la promoción social estén siempre al servicio de todos los hombres y de todo el hombre, con su dignidad y vocación sublime, tanto en las zonas rurales como en las urbanas y suburbanas.

Vamos a orar para que se cultive y favorezca con todos los medios el respeto a la vida en todos los momentos de su existencia y en todas sus etapas; orar por la dignificación de la familia, con sus funciones y derechos en la procreación y educación de la prole; orar, también, por la promoción de la justicia y por una equitativa igualdad de trabajo para todos.

Vamos a rezar para que la Iglesia que está en Brasil preste allí siempre su específico servicio a los hombres, en un legítimo espacio de libertad, pudiendo disponer de personas y medios para su obra de evangelización y pleno cumplimiento del mandato misionero que le fue dado por Cristo; rezar por todos nosotros aquí presentes –por el Señor Presidente y su Excelentísima esposa y por sus colaboradores– y por Brasil, implorando todo aquello que hace justa, grande y próspera una nación, merecedora de amor hasta el sacrificio, con las bendiciones de Dios.


* L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 39, p.2.


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