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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS ESPAÑOLES EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 7 de noviembre de 1986

 

Amados Hermanos en el Episcopado:

1. El Señor nos concede la gracia de este encuentro con el que culmina vuestra visita “ad limina”, Pastores de Barcelona y de las Provincias Eclesiásticas de Tarragona y Valencia. Mi gozo es grande y deseo expresarlo con palabras del Apóstol San Pablo: “Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo...” (1Co 1, 45).

Agradezco de corazón las amables palabras que, en nombre de todos los presentes, me ha dirigido el Señor Cardenal Narciso Jubany haciéndose también portavoz de vuestros colaboradores diocesanos y de vuestros fieles.

Durante las audiencias que he tenido con cada uno de vosotros, no he podido por menos de evocar aquella peregrinación apostólica de tan grata memoria, que en el otoño de 1982, hace ahora cuatro años, me permitió acercarme a las raíces de vuestra fe y de vuestra historia y ser testigo de la vitalidad de vuestro catolicismo que me esforcé en estimular hacia un futuro esperanzado y misionero. Las imágenes y los recuerdos de vuestras ciudades y de vuestras gentes, de vuestros paisajes y de vuestras iglesias, me hacen revivir frecuentemente aquellos días de tanta densidad espiritual durante los cuales, los católicos de España demostraron su adhesión incondicional a la Sede Apostólica.

Sé muy bien que de aquellas jornadas y con la ayuda de Dios surgió un renovado impulso apostólico que todos los Obispos españoles habéis sabido concretar en un programa pastoral “al servicio de la fe de vuestro pueblo”. Dentro de ese programa evangelizador se enmarcan algunos de los últimos textos de vuestro magisterio colectivo. Quiero mencionar en esta ocasión el documento “Testigos del Dios vivo”, con el que habéis exhortado a los fieles a penetrar, amar y vivir el misterio de la Iglesia y a dar testimonio de fe cristiana en todos los ambientes. Proseguid incansables en este propósito de avivar el sentido de Iglesia en vuestro pueblo; así daréis renovado vigor a la adhesión a Jesucristo, Salvador y esperanza de los hombres, Luz de las Gentes. Intentad, con una recta enseñanza sobre Jesucristo, llevar a todos al amor del Cristo total, de ese Cristo que se prolonga por su Espíritu en la Iglesia.

2. En mi primera visita pastoral a España os recordaba a todos los hermanos Obispos de la Conferencia Episcopal que el “servicio humilde y perseverante a la comunión es sin duda alguna el más exigente y delicado, pero también el más precioso e indispensable, porque es servir a una dimensión esencial de la Iglesia y a la misión de la misma en el mundo” (A la Asamblea plenaria de la Conferencia episcopal española, 31 de octubre de 1982, n. 6).

La comunión en la Iglesia tiene sus propias exigencias internas, la primera de las cuales es la estrecha unión con Dios. Los cristianos están en comunión unos con otros, porque primariamente están unidos al Padre mediante su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo (cf. 1Jn 1, 3.7). Renovar la vida interior de la Iglesia fomentando el espíritu de comunión entre los cristianos es tarea apremiante a la que habréis de dedicar vuestros mejores desvelos. Tengo el convencimiento de que todo lo que hagamos para realizar la misión de la Iglesia ha de tener como base y punto de partida el suscitar en el pueblo cristiano el encuentro con el Dios vivo y verdadero. Estad seguros de que en la medida que vuestros cristianos vivan más abiertos a la presencia y a la gracia de Dios en lo profundo de su corazón, serán más capaces de ofrecer a sus hermanos el testimonio de una vida renovada, encontrarán la palabra oportuna y acertada para llevarles al conocimiento y al reconocimiento de Dios y de Jesucristo, tendrán la libertad y la fuerza de espíritu necesarias para transformar las relaciones sociales y la sociedad misma según los designios de Dios, que quiere que todos los hombres vivamos como hermanos en paz y justicia, mientras esperamos la venida gloriosa y glorificadora de Nuestro Señor Jesucristo.

3. Las comunidades que vosotros presidís y regís viven muchas de ellas inmersas en sociedades populosas y activas, en las que no faltan por desgracia los problemas y conflictos característicos de las sociedades modernas y desarrolladas. El paro, la drogadicción, la extensión de la delincuencia y hasta el terrorismo, junto con la falsa euforia que produce el consumismo están también presentes entre vosotros. Ciertamente son problemas que interpelan a la Iglesia y a vuestra conciencia de Pastores, y os llevan a buscar con solicitud una respuesta pastoral adecuada que pueda paliar tales necesidades y urgencias.

En la realización de estas tareas, es alentador comprobar el espíritu de colaboración que os anima dentro de la Conferencia Episcopal Española; vuestra unidad eclesial con los demás hermanos en el Episcopado, alimentada por motivaciones profundas y sobrenaturales, os será también de gran ayuda y enriquecimiento para llevar adelante vuestros importantes proyectos de evangelización.

4. La evangelización es, en efecto, la gran tarea de nuestro tiempo. En esta ocasión quisiera deciros, como Pastor de la Iglesia universal, que el anuncio del mensaje cristiano en la sociedad española, significa también activar y vitalizar un pasado denso y pujante, convirtiéndolo en levadura y acicate para el hombre de hoy; comporta poner al día vuestra gran tradición cristiana. He ahí la onda evangelizadora que han de recorrer las comunidades de vuestro país. Ahora bien, la explotación de vuestras propias reservas al servicio de la fe de vuestro pueblo en el momento presente es tarea que requiere un esfuerzo misionero unido y solidario. Vosotros, como Pastores, sois los primeros responsables de esa gran convocatoria. A vosotros os corresponde suscitar energías apostólicas y marcar rumbos pastorales; pero nadie, nadie que se considere miembro de la Iglesia, podrá eximirse de participar en tan urgente tarea. Evangelizar una sociedad como la vuestra en la que inciden de modo preocupante concepciones secularistas y actitudes permisivas, requiere una conjunción de fuerzas y empeños que esté por encima de cualquier programa particular. Si de evangelizar se trata, hay que olvidar adjetivos de grupos y tendencias y poner todos los recursos posibles al servicio de lo sustantivo: el vigor y la autenticidad de la fe en Dios y en Jesucristo Nuestro Señor, único Salvador de los hombres y del mundo.

De ahí que yo aproveche nuestro encuentro para hacer un llamamiento a todos y cada uno de los católicos para que secunden con decisión y generosidad vuestras directrices pastorales.¿Cómo evangelizar desde la dispersión o desde la desunión? Junto a vosotros –y sin merma del recto pluriformismo que enriquece la vida de la Iglesia– han de estar los teólogos, pedagogos de la comunidad cristiana; los religiosos y las religiosas, particulares testigos del Evangelio; los militantes de los diversos movimientos apostólicos, modelos para los demás de una pertenencia fiel a la Iglesia y de una presencia comprometida en la sociedad. En una palabra, todos: sacerdotes y fieles.

5. Mas no hay que olvidar que la misión evangelizadora no se realiza sólo con dinamizar las energías del pasado ni sólo con unir todos los esfuerzos. Hay que proponerse metas y marcarse objetivos prioritarios. Hay que dar respuestas de hoy a las demandas y exigencias del hombre de nuestro tiempo. Hay que canalizar y distribuir adecuadamente el caudal de tradición y de presente con que cuenta nuestra vida cristiana.

Dejadme que como Pastor os exhorte pues a un esfuerzo apostólico bien madurado, coherente, exigente y sostenido, conscientes de que, una misión pastoral de estas proporciones exige disciplina y cooperación, docilidad al Espíritu y gran confianza en Dios Nuestro Padre, que no cesa de asistir a su Iglesia, primer testigo del Señor Resucitado.

En verdad, el presente de vuestro país y de vuestras diócesis requiere, entre otras cosas, que la acción evangelizadora se oriente en modo particular hacia ciertos sectores de la vida civil y cristiana que requieren una particular atención pastoral. Quiero hacer especial referencia a la familia y a la escuela ya que ambos constituyen las verdaderas raíces de la educación y, por consiguiente, la fuente más honda de la identidad de las personas. La familia es hoy un baluarte acosado por fuerzas e ideologías diversas (Familiaris consortio, 3). Frente a esa ofensiva hay que presentar con autenticidad y gallardía el ideal de la familia cristiana, basado en la unidad y en la fidelidad del matrimonio, abierto a la fecundidad y organizado sobre el respeto a una diversidad de funciones de papeles que se armonizan en la convivencia dominada por el amor. ¿Cómo no ponderar con vosotros y ante vosotros la defensa de la vida que tiene en la familia su primer y principal santuario? Conozco vuestros reiterados pronunciamientos sobre la ilicitud del aborto y os exhorto, con todos los fieles que tenéis encomendados, a no desistir en la defensa de la vida frente a todas las fuerzas que pretenden sembrar desolación y muerte.

6. La escuela y las particulares dificultades que entre vosotros atraviesa, tanto la enseñanza religiosa a cargo de instituciones eclesiales, como la enseñanza de la religión católica en los centros públicos o estatales, bien sé que constituyen una de las preocupaciones primordiales del Episcopado español. ¿Cómo aceptar una separación entre la vivencia de la fe y de la educación de esa misma fe, tan arraigada en la historia y en la cultura de vuestro pueblo? La presencia de los católicos en la escuela ha de ser, por necesidad, inteligente y coordinada para que sea eficaz. Ahí están en juego esos grandes valores de la fe cristiana y de la conciencia que reclaman superar particularismos para alcanzar mayores proporciones de eficacia.

7. Quiero concluir este coloquio fraterno con vosotros, amados hermanos, pidiéndoos que llevéis mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias particulares: a los sacerdotes, religiosos y religiosas; a los cristianos comprometidos en el apostolado; a los jóvenes y padres a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren.

Decidles que me ha llenado de gozo en el Espíritu lo que de ellos me habéis comunicado en esta visita “ad limina”. Decidles que alabo al Señor porque hace obras grandes entre nosotros y que rezo por todos ellos al Padre de la misericordia y dador de todo bien.

Comunicadles, de manera especial a vuestros sacerdotes y seminaristas, a las almas consagradas por título especial a Dios y a los fieles comprometidos en las tareas eclesiales, que el Papa les agradece sus trabajos por el Señor y por la causa del Evangelio y que espera y tiene confianza en su fidelidad.

Y a vosotros os agradezco, en el nombre del Señor, vuestra solicitud pastoral por las Iglesias y vuestra entrega como Pastores de la grey que se os ha confiado. En vuestro servicio diario al Evangelio contáis con la bendición y la intercesión de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, que tiene entre vosotros lugares insignes de devoción y de culto, como son los Santuarios de Montserrat y el de la Virgen de los Desamparados, por no citar más que los más sobresalientes. Contáis siempre con el ejemplo y la intercesión de muchos grandes Santos que anunciaron la Palabra de Dios con valentía y con gran fruto en vuestras tierras, en todas las regiones de España y por el mundo entero. Contáis con la fuerza del Espíritu Santo que está presente y actúa en los corazones de los hombres mucho más de lo que podemos pensar.

En esta hermosa tarea quiero acompañaros cada día con mi oración v mi solicitud apostólica en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.



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