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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE IRLANDA ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 15 de septiembre de 1986

 

Señor Embajador:

Me complace mucho recibiros hoy y aceptar las Cartas Credenciales por las que se os nombra Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Irlanda ante la Santa Sede. Este hecho constituye un momento significativo más en el curso de los lazos espirituales y las cordiales relaciones diplomáticas que nos unen.

Os doy las gracias por la expresión de buenos deseos que habéis formulado en nombre de vuestro Presidente, el Dr. Hillery; por mi parte correspondo a ella gustosamente asegurándole mi aprecio y gratitud, que acompaño con la oración.

Irlanda posee una gloriosa historia de servicios religiosos y culturales a Europa y al mundo. El pueblo irlandés en su conjunto manifiesta un acentuado sentido de interés y solidaridad con otros pueblos que luchan por el desarrollo, la paz y la justicia. Ésta es, sin duda, una de las grandes tradiciones que habéis heredado de una larga historia, vivida en estrecha familiaridad con los con los valores que se encuentran en el centro de vuestra herencia cristiana.

También hoy, Señor Embajador, vuestro País se halla comprometido en un esfuerzo serio por establecer un clima de paz y de progreso, tanto en la propia nación como fuera de ella. La Santa Sede se complace en reconocer el papel activo desempeñado por Irlanda en la causa del desarrollo y la justicia mediante su participación en Organizaciones internacionales y el trabajo directo de muchos hombres y mujeres irlandeses en programas de asistencia en diversas partes del mundo. El personal religioso irlandés representa una fuerza sumamente importante de bien espiritual y social en casi todos los rincones del mundo.

La Iglesia reconoce con alegría los méritos especiales de tantos hijos e hijas de vuestro País en la tarea de la evangelización y en el desarrollo cultural y social de otros pueblos. Conoce además la gran contribución que el mensaje cristiano ha aportado a la formación y la vida del pueblo irlandés. Este intercambio mutuo es parte esencial de la experiencia irlandesa. Comporta responsabilidades mutuas y abre canales de entendimiento y colaboración, que debemos promover e intensificar.

Mientras Irlanda sigue creciendo en su identidad como nación y como pueblo, los retos con que se enfrentan la Humanidad y la sociedad en las presentes circunstancias históricas ofrecen no pocos elementos para la reflexión y decisión de vuestros conciudadanos y responsables. Frente a tales problemas, que afectan muchas veces a la contextura íntima de la vida y de la sociedad, se exigen un gran espíritu de responsabilidad y una gran sabiduría. Se requiere discernir los valores que aseguran la dignidad y progreso humano.

La Iglesia, comprometida irrevocablemente en el servicio a la familia humana, intenta promover en todas partes del mundo un diálogo permanente con la cultura en general y en el marco concreto de la cultura propia de cada pueblo. Este diálogo intenta iluminar las vías que conducen a los individuos y a la sociedad a la realización plena de las metas y las posibilidades de la existencia. Por dicha razón la Iglesia afronta las cuestiones que preocupan a la gente de todas las épocas. Lo hace movida por un deseo sincero de servir los mejores intereses de las naciones mediante una concepción de la condición humana que esté libre de prejuicios injustificados y en el respeto a los intereses legítimos de todos. Para lograr ese diálogo fructuoso resulta esencial que exista un respeto mutuo pleno, y que exprese la búsqueda común de aquellas realidades que no son mero expediente, sino que conducen realmente al bienestar y al progreso de la comunidad humana.

Es imposible hablar de Irlanda sin referirse, como habéis hecho vos mismo, Señor Embajador, a la trágica situación de Irlanda del Norte y a la preocupación, que siente profundamente la amplia mayoría del pueblo irlandés, por la paz y la armonía social en esa área. A pesar de tantos esfuerzos realizados con esa finalidad, incluidos los pasos que ha dado vuestro Gobierno, las fuerzas de la violencia siguen activas y a veces se tiene la impresión de que su poder aumenta. Con gran dolor por mi parte debo reconocer que la llamada que hice en Drogheda, implorando a los hombres y mujeres implicados, «que abandonaran los senderos de la violencia y volvieran a los caminos de la paz», debe ser continuamente renovada. Pido al Señor que lleguen a comprender que, aunque dicen que buscan la justicia, «la violencia retrasa el día de la justicia» (Homilía de la liturgia de la Palabra en Drogheda, 29 de septiembre de 1979, n. 11; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 7 de octubre de 1979, pág. 10). Por otra parte, estoy convencido de que las verdaderas cualidades espirituales y humanas del pueblo irlandés reunidas contienen la inspiración y la fuerza necesarias para la victoria de la dignidad humana, la vida y la libertad. Deseo aseguraros que la Santa Sede alienta y apoya todas las iniciativas políticas y sociales innovadoras y valientes orientadas a un mejor entendimiento y una armonía mayor entre todos los sectores de la población.

Señor Embajador: manifiesto una vez más que me siento especialmente cercano a las gentes de vuestro País. Es mi esperanza ardiente y pido al Señor que puedan vivir en paz, justicia y bienestar. Podéis contar con la asistencia y la colaboración de todos los departamentos de la Santa Sede. Y os deseo toda clase de éxitos en el desempeño de vuestras responsabilidades.

Que Dios bendiga siempre a vuestro noble País.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 43, p.8.



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