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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE DIRIGENTES POLÍTICOS CHILENOS

Santiago del Chile
Viernes 3 de abril de 1987

 

Señoras y señores:

Me siento complacido en tener este encuentro con vosotros, en el curso de mi visita pastoral a Chile, y poder así saludaros y dirigiros mi palabra, que quiere ser portadora del mensaje del Evangelio y de sus valores universales de fraternidad, justicia, paz y libertad.

La Iglesia –como ha puesto de relieve el Concilio Vaticano II– “no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno” (Gaudium et spes, 76). Mas, también es verdad que ella, como exigencia de la misión que ha recibido de Jesucristo, ha de proyectar la luz del Evangelio, también sobre las realidades temporales, incluida la actividad política, para hacer que brillen cada vez más en la sociedad aquellos valores éticos y morales que pongan de manifiesto el carácter trascendente de la persona y la necesidad de tutelar sus derechos inalienables.

Como Pastor de la Iglesia deseo que reflexionéis conmigo sobre algunos puntos que se derivan de este principio de inspiración evangélica: la comunidad política está en función de la persona humana y al servicio de ella. En efecto, como enseña la Constitución conciliar sobre la Iglesia en el mundo actual, “el bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección” (Gaudium et spes, 74).

Convencerse y luego reconocer que la convivencia nacional debe basarse sobre principios éticos es algo que lleva consigo determinadas consecuencias para todos y cada uno de los ciudadanos de una determinada nación, en nuestro caso, para Chile.

En primer lugar, considero necesario que toda contribución al crecimiento global de Chile ha de inspirarse siempre en el respeto y la promoción de las ricas tradiciones cristianas, con las que se sienten identificados la mayoría de los chilenos. De estas raíces profundas y vivas será de donde, con la ayuda de Dios, brotarán renuevos portadores de abundantes frutos.

La fidelidad a dicho patrimonio espiritual y humano exige un desarrollo armónico, un esfuerzo conjunto de voluntades y de acciones, que tienda a la reconciliación nacional en un espíritu de tolerancia, de diálogo y de comprensión. Nadie debe sustraerse de tomar parte activa, responsable y generosamente, en esta obra común. La justicia y la paz dependen de cada uno de nosotros.

Este clima de colaboración y de diálogo será tanto más fructuoso, a medida que se vayan superando los intereses particulares en aras del bien común superior de la nación y en el respeto a los derechos del hombre, de todo hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, en nombre del Evangelio, os pido a todos rechazar decididamente la tentación del recurso a la violencia, lo cual es siempre indigno del hombre; y. por el contrario, inspirar las propias acciones en el amor, la confianza mutua, la esperanza.

Acoged este mensaje como expresión de mi solicitud como Pastor de toda la Iglesia y del amor que siento por el pueblo chileno, que en su mayoría es parte viva de la Iglesia de Cristo. No escatiméis ningún medio a vuestro alcance para que este mensaje se haga realidad en la vida social chilena. Podéis estar convencidos de que la fraternidad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no es una utopía, sino el resultado del esfuerzo de todos en favor del bien común.

La paz, señoras y señores, es fruto de la justicia. Es por ello una tarea común, a la que todos han de aportar su decidido apoyo para hacer así realidad en la vida chilena lo que el Concilio llama “ la viva conciencia de la dignidad humana ”.

Hago votos para que también vosotros, en vuestra vida y en vuestras actividades, deis testimonio de estos ideales. De esta manera podréis hacer un gran servicio a vuestro país: contribuiréis a la superación de las tensiones presentes, favoreceréis el proceso de reconciliación nacional y estimularéis la búsqueda de toda iniciativa capaz de asegurar a esta amada nación un futuro digno de sus más nobles tradiciones civiles y religiosas

A la vez que os aliento en esta noble tarea, que exige por parte de todos sabiduría, prudencia y generosidad, dirijo mi plegaria al Señor, a quien los cristianos invocamos como “Príncipe de la Paz” (Is 9, 6), para que su paz reine en el corazón de todos los chilenos.



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