Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CLERO Y A LOS FIELES

 Catedral Metropolitana de Buenos Aires
Lunes, 6 de abril de 1987

 

1. En mi primer saludo a la Iglesia en Argentina quiero expresar aquel mismo deseo con el que Jesucristo fortalecía los ánimos de sus discípulos durante la ultima Cena, al decirles: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14, 27). Asimismo se presento ante ellos el día de su victoria sobre la muerte: “La paz sea con vosotros” (Ibíd., 20, 19).

Ante el Pueblo de Dios presente ahora en la catedral metropolitana de Buenos Aires, en la persona de los representantes de esta arquidiócesis y de toda la provincia eclesiástica, así corno diversas autoridades, renuevo con afecto y alegría el saludo que hace pocos minutos he hecho en el aeropuerto a todo el país. ¡Paz a todos vosotros! A vuestros obispos, a los sacerdotes y religiosos, a todos los laicos. ¡Paz a los amadísimos fieles argentinos!

Os doy las más expresivas gracias por haber venido hasta aquí. En mi visita pastoral a la Argentina sería mi deseo poderme detener con todos y cada uno para hablar con vosotros, escuchar vuestras confidencias como un padre, come un amigo. Pero estad seguros de que mi afecto y mi solicitud pastoral os acompañan, y que, en Cristo, estamos íntimamente unidos por la fe. Cuando volváis a vuestras diócesis, llevad a todos este saludo del Papa, y manifestadles mi alegría por los encuentros que, con la ayuda de Dios, vamos a vivir en estas jornadas.

2. Nos hallamos en esta catedral, cuya primera construcción mandó hacer en 1620 el primer obispo de Buenos Aires, fray Pedro de Carranza, y que –como todos los templos cristianos– es la casa del Señor, lugar de oración y de encuentro con Dios. En el tabernáculo está realmente y verdaderamente presente Nuestro Señor Jesucristo, oculto bajo las especies sacramentales; y. como escribió mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, desde allí “ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que a El se acercan” (Mysterium fidei).

La Iglesia quiere además que veamos, en el templo material, el símbolo que nos impulsa a la edificación espiritual de la familia cristiana. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: “Muchas veces también la Iglesia se llama edificio de Dios (1Co 3, 9). El mismo Señor se comparó a una piedra que, rechazada por los edificadores, luego se convirtió en piedra angular (cf. Mt 21, 42; Hch 4, 11; 1P 2, 7; Sal 118 [117], 22). Sobre dicho fundamento levantaron los Apóstoles la Iglesia (cf. 1Co 3, 11), que de El recibe firmeza y coherencia. A este edificio se le dan diversos nombres: casa de Dios (1Tm 3, 15) en la que habita su familia, habitación de Dios por el Espíritu (Ef 2, 19-22), morada de Dios con los hombres (Ap 21, 3) sobre todo, templo santo...” (Lumen gentium, 6).

En esta edificación, los cristianos somos “a manera de piedras vivas edificadas sobre Cristo, siendo como una casa espiritual, como un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios por medio de Jesucristo” (1P 2, 4). ¡Piedras vivas de la Iglesia! ¡Qué hermosa es esta expresión de San Pedro! “Piedras vivas, formadas por la fe, robustecidas con la esperanza y unidas por la caridad” (S. Agustín, Sermo 337, 1), como escribió San Agustín. Eso quiere el Señor que seamos los cristianos: piedras vivas, firmemente apoyadas en Jesucristo, Piedra angular del edificio de la Iglesia. Sólo en Cristo está la salvación, como lo proclamó el Apóstol Pedro ante el Sanedrín: “No hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el que podamos salvarnos” (Hch 4, 12).

Para que cada uno de nosotros sea piedra viva resistente, hemos de apoyarnos en el cimiento sólido de la piedad –que es un amor sincero a Jesucristo–, y de la fe cristiana, de la doctrina salvífica transmitida desde los tiempos de los Apóstoles de generación en generación, que ha sustentado al Pueblo de Dios en estos veinte siglos y lo seguirá manteniendo firme hasta el fin de los tiempos.

3. En el camino de venida hacia aquí, he podido comprobar el fervor y el entusiasmo que este gran pueblo argentino reserva a la persona del Sucesor de San Pedro. El Señor dijo al Príncipe de los Apóstoles: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno, no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). De nuevo aparece aquí el fundamento, la piedra viva. Ciertamente, si manifestáis tal afecto hacia el Papa, no es tanto por mi persona, cuanto por nuestro Señor Jesucristo que, en sus divinos designios, me ha elegido como Pastor universal de la Iglesia, Pastor indigno.

El mismo San Pedro escuchó estas palabras del Señor: “Simón, Simón, mira que Satanás os busca para cribaros como el trigo, pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 31-32). A impulsos de este mandato de Jesús vengo a la Argentina en esta visita pastoral como servidor vuestro, como maestro de la fe, para reforzar fidelidad a la doctrina de Jesús, orando y meditando juntos la Palabra de Dios.

Espero muchos frutos de esta peregrinación apostólica. Frutos de renovación espiritual, de fidelidad a la Iglesia, de servicio a los hermanos. Ya desde ahora os exhorto, queridos fieles de toda la Argentina, a reavivar en vosotros “la fe que actúa por la caridad” (Ga 5, 6), para que de este modo deis testimonio de vuestra condición de cristianos en todos los momentos de vuestra vida. Cuento con el apoyo de vuestras fervientes oraciones, para que estos deseos se hagan realidad.

4. Así se lo pido ahora a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, recordando que esta histórica catedral tiene por titular a la Trinidad, y que Juan de Garay y sus compañeros al arribar a esta ciudad el 11 de junio de 1580, domingo de la Santísima Trinidad, decidieron llamarla Ciudad de la Trinidad.

La Santísima Virgen, bajo las advocaciones de Santa María de los Buenos Aires y Nuestra Señora de Luján, guíe nuestros pasos durante esta peregrinación apostólica en tierra argentina. Así sea.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana