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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE DIPLOMÁTICOS LATINOAMERICANOS
*

Sala de los Papas
Viernes 26 de junio de 1987

 

Señores y Señoras:

Me es muy grato tener este encuentro con vosotros que, como funcionarios del Cuerpo Diplomático de varios países latinoamericanos, habéis participado en un curso de especialización en Relaciones Internacionales, organizado en Florencia por el Ministerio italiano de Relaciones Exteriores.

En varias ocasiones la Santa Sede ha demostrado su gran estima por la labor que realizan los Representantes Diplomáticos, especialmente cuando ésta va orientada a promover la paz, el acercamiento y la colaboración entre los pueblos, y fomenta también un intercambio fructífero y noble para el progreso de la comunidad internacional.

La Iglesia, en su esfuerzo por impulsar el progreso moral, cultural y material de los hombres, no deja de proclamar el mensaje de verdad y libertad, de justicia y paz que le confió su divino Fundador. En su servicio a la humanidad nunca pretende suplantar la labor de los gobernantes en su cometido por garanti­zar el bien de cada ciudadano, es más, trata de colaborar con la función pública a fin de que cada individuo pueda gozar plenamente de su dignidad humana, la cual hay que salvaguardar por encima de cualquier otro valor ético. De este modo la Iglesia da testimonio del sentido verdadero que tiene la existencia humana y, al hacerlo, quiere ser operadora de justicia, de reconciliación y de paz.

La Comunidad internacional necesita cada vez más tomar conciencia de la prioridad de los valores humanos —del bien de cada persona y de la colectividad— por encima de los intereses económicos y políticos que están acentuando cada día más las escandalosas distancias entre países ricos y países pobres. Sólo una ayuda real, motivada únicamente desde la solidaridad, podrá hacer desaparecer el hambre y permitir un desarrollo de los pueblos a partir de sus propios recursos, pero nunca desde una posición de supremacía, y menos recurriendo a la fuerza o a la violencia.

Al terminar este encuentro pido a Dios que os inspire y ayude para desem­peñar vuestra tarea con espíritu de servicio y profunda conciencia moral. Al Todopoderoso encomiendo vuestras personas y vuestras familias, mientras os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. X, 2 pp. 2333-2334.

L'Osservatore Romano 27.6.1987 p.5.



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