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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE MALAWI
ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado 28 de noviembre de 1987

 

Señor Embajador:

Es un placer para mí darle la bienvenida al Vaticano y recibir las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Malawi. Le agradezco los buenos deseos que me ha trasmitido de parte de su Excelencia Dr. Ngwaza H. Kamazu Banda. Le ruego que le haga llegar mis más cordiales saludos y que le asegure mis oraciones para todo el pueblo de su País.

Como usted ha señalado, la Santa Sede tiene un interés especial en defender los valores morales y espirituales. Tales valores son esenciales para el desarrollo humano integral y corresponden a los más profundos deseos del corazón humano. El bienestar, no sólo de las personas y de la familia como célula fundamental de la sociedad, sino también de las propias naciones y ciertamente de toda la Humanidad está íntimamente relacionado con la conducta justa en los asuntos humanos. Un sentido de responsabilidad, solidaridad, autenticidad, respeto por los legítimos derechos y libertades de los demás, son algunos elementos éticos necesarios para construir una sociedad armoniosa.

Por otra parte, el debilitamiento de estos valores constituye una amenaza para la dignidad y los derechos de las personas, y daña la estructura misma de la sociedad. Muy frecuentemente, las tensiones que disturban la paz e impiden el desarrollo en el mundo se deben al egoísmo individual y colectivo, y por esto, en última instancia, esas tensiones brotan del corazón humano y de un compromiso insuficiente por el bien común. Por consiguiente, la rectitud moral del pueblo es un factor fundamental en el desarrollo de la justicia y de la paz. En este campo, la Iglesia debe dar una contribución específica. Ésta es una parte importante del servicio que presta a la familia humana.

Al mismo tiempo, la Iglesia no es en absoluto indiferente a las necesidades humanas básicas y fundamentales. Por este motivo, como usted ha recordado, la Santa Sede ha hecho un llamamiento a las naciones más ricas del mundo para que ayuden a aliviar los problemas que enfrentan los países en vías de desarrollo. Por esto también la Iglesia hace esfuerzos, en vuestra propia Nación y en todo el continente africano, para proporcionar asistencia sanitaria, educación y servicios, mientras realiza también su misión principal de proclamar el Evangelio de Jesucristo. A este respecto, le agradezco, Señor Embajador, sus amables palabras en relación a la contribución que la Iglesia está realizando para mejorar la vida del pueblo de Malawi.

Hay muchas maneras en las que la comunidad política y la Iglesia pueden y deberían colaborar para servir al grupo social. El Concilio Vaticano II nos recuerda que «este servicio lo realizarán con tanto mayor eficacia, para bien de todos, cuanto mejor cultiven ambas entre sí (la comunidad política y la Iglesia) una sana cooperación» (Gaudium et spes, 76). En este proceso, la Iglesia muestra respeto por la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos y favorece estos valores sobre ellos.

En este contexto, el diálogo desempeña un papel central; permite que las personas se conozcan entre sí y descubran los valores y tradiciones peculiares de cada comunidad y nación; es capaz de abrir las puertas que fueron cerradas por los malentendidos y los prejuicios; es un camino de enriquecimiento moral y espiritual. Y para usted mismo, como Representante diplomático, el diálogo es uno de los modos fundamentales con que puede contribuir al progreso de su País.

Señor Embajador: al asumir sus nuevas responsabilidades, le aseguro la plena cooperación de la Santa Sede. Ruego a Dios Todopoderoso que le conceda salud y felicidad en su trabajo y que bendiga a todo el pueblo de Malawi con una paz duradera.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española 1988, n.5, p.11.



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