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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LA REPÚBLICA DOMINICANA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Sábado 27 de agosto de 1988

 

Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Con profundo gozo les recibo hoy, Pastores del Pueblo de Dios en la República Dominicana, que han venido a Roma para realizar la visita ad limina Apostolorum. Siento cercanos a Ustedes a todos los miembros de sus respectivas comunidades eclesiales, y a ellos dirijo también mi afectuoso pensamiento, asegurándoles con las significativas palabras del Apóstol Pablo que “no ceso de dar gracias por Ustedes recordándoles en mis oraciones, para que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo... les conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente” (Ef 1, 16 s). 

Agradezco, en primer lugar, las amables palabras que, en nombre de todos Ustedes, me ha dirigido Monseñor. Nicolás de Jesús López Rodríguez, como Presidente de ese Episcopado, y deseo reiterarles mi vivo afecto, que extiendo a los queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes de pastoral y a todos los fieles de sus diócesis.

2. A través de las Relaciones quinquenales y de los coloquios personales mantenidos, no obstante las peculiaridades concretas que se descubren en ellas, he podido comprobar que la Iglesia en ese país trata de cumplir fielmente su misión de anunciar el mensaje de salvación, a la vez que se esfuerza por dar un impulso renovador a las comunidades locales.

He tenido la oportunidad de conocer el Plan Nacional de Pastoral que, orgánicamente estructurado, Ustedes están llevando a cabo con el fin de “impulsar una Evangelización nueva, capaz de transformar al hombre dominicano, para que como Pueblo de Dios evangelizado y misionero, sea por el anuncio de Cristo vivo y por el testimonio de vida fermento de una sociedad nueva” (Plan Nacional de Pastoral, n. 51). 

Conservo un grato recuerdo de mis dos visitas pastorales realizadas a su Nación, a la cual he llamado “el pueblo primogénito de la Fe en América”. En mi segundo viaje tuve el gozo de inaugurar en Santo Domingo la Novena de Años como preparación de las celebraciones del V Centenario de la evangelización de América. La respuesta no se ha hecho esperar, y a todo esto están dedicando Ustedes las mejores energías para que la fe de su querido pueblo sea siempre una fe rejuvenecida. Como recuerdo concreto ha quedado la “Cruz de la Evangelización” que es, a la vez, símbolo manifiesto del primer anuncio de la fe gracias al laudable esfuerzo de los misioneros. Aquella siembra fue echando hondas raíces y produciendo frutos preciosos que han dejado sus huellas en la cultura, en la historia y en la vida de todo el pueblo dominicano.

Sin embargo, la solicitud pastoral impulsa a Ustedes a continuar esa misión, a extenderla y robustecerla, para que la semilla cristiana profundice cada vez más en el pueblo fiel y, elevándolo por encima de lo imperfecto, lo lleve a la madurez de la vida en Cristo.

En dicho Plan, seguido con empeño en todas las circunscripciones eclesiásticas del País, han señalado Ustedes cinco objetivos prioritarios, contemplados y atendidos por una loable acción pastoral de conjunto: la familia, los pobres, formación de comunidades, los jóvenes y la pastoral misionera. La realización de estos objetivos es una tarea larga, que exige una dedicación constante, en la que hay que emplear todas las fuerzas eclesiales. Es importante citar aquí la aportación valiosa de los diversos Movimientos laicales, los cuales ofrecen una adecuada formación espiritual y humana a sus miembros. Pero es imprescindible que todos, sin perder de vista su orientación específica, trabajen coordinadamente de acuerdo con las directrices de la Jerarquía.

3. En la comunidad de los creyentes, a los Obispos les está confiada la misión de ser guía de los fieles. Por ello, permítanme que les insista en la necesidad de ser Maestros de la Verdad. De la verdad sobre Cristo, Hijo de Dios y Redentor del género humano; sobre la Iglesia y su real función en el mundo; sobre el hombre, su dignidad, sus exigencias terrenas y a la vez trascendentes. Sé que Ustedes tienen conciencia de este impelente deber pastoral. Les aliento, pues, a proseguir en ese camino para que sus sacerdotes y fieles caminen con alegría por senderos seguros y bien definidos.

Como parte de su actividad de Maestros, presten también atención a la conveniente difusión del pensamiento social de la Iglesia, para que en la sociedad se aprenda a respetar las indeclinables exigencias de la justicia y la equidad que miran a la tutela de las personas, ante todo de las más necesitadas, en las diversas circunstancias de su existencia.

4. Pensando en la necesidad y penuria de sacerdotes que tienen sus diócesis, les aliento a trabajar con todas las fuerzas en la promoción de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Se trata de una cuestión vital para la comunidad cristiana. A este respecto es consolador saber que como fruto de la campaña vocacional emprendida han aumentado notablemente las vocaciones nativas, tanto para el clero diocesano como para la vida religiosa. A ello ha ayudado no poco el que todas las diócesis dispongan ya de un Seminario Menor, que sea verdadero semillero donde germine y madure el “sí” pleno y definitivo a Cristo.

Es preciosa también la ayuda que en la pastoral prestan los diáconos permanentes, los religiosos no sacerdotes, las religiosas y, de modo singular, los Ministros no ordenados, a los que se conoce con el nombre de “Presidentes o Animadores de Asamblea”. Sé que su acción evangelizadora, cuando falta la presencia del sacerdote, posibilita la asistencia en más de 3.000 comunidades, y de este modo la llama de la fe cristiana no sólo no se apaga sino que aumenta su esplendor.

En el esfuerzo que hacen Ustedes por encontrar verdaderos y suficientes ministros de Cristo, preferentemente nacidos en sus ambientes, procuren que el sacerdote tenga clara conciencia de la propia identidad, de acuerdo con la sana tradición y el auténtico magisterio de la Iglesia; que viva intensamente la dimensión vertical de su existencia; que sea el guía y educador en la fe, el padre de todos, especialmente de los pobres, el valeroso servidor de la causa del Evangelio, el auténtico pastor entregado en llevar a todos a Cristo, en liberar radicalmente al hombre de todo lo que le separa de Dios, es decir, del pecado. Viviendo cerca de sus sacerdotes y compartiendo, en un clima de sincera amistad, sus alegrías y dificultades, ayúdenles a permanecer en viva comunión con el Obispo, —“imagen visible del Dio invisible”— para realizar así mejor la acción evangelizadora del pueblo fiel.

5. Sé, por las conversaciones mantenidas personalmente con Ustedes, que uno de los problemas que más les preocupan, como Pastores de la Iglesia de Dios, es la situación de la familia dominicana. Como guías de sus fieles, dediquen especial cuidado a la pastoral familiar. Pongan los medios a su alcance para defender decididamente la familia, “iglesia doméstica”, de los ataques a que se encuentra sometida constantemente por ideologías materialistas y corrientes permisivas que inducen al divorcio, al aborto y a un uso no recto de la sexualidad. Es necesario proponer abiertamente los valores genuinos de la familia y del matrimonio cristiano. Sólo manteniendo esos valores, espirituales y humanos, la familia se podrá consolidar como la célula social básica que es y, a la vez, como “primer ambiente evangelizador”.

Otro punto de vivo interés y de gran importancia para la Iglesia es el de la juventud. En la sociedad latinoamericana prevalece el mundo joven. Por eso los jóvenes deben ocupar, como ya lo están haciendo Ustedes, un lugar primordial. Todos los que tienen una responsabilidad en la Iglesia no pueden permitir que la juventud se aleje de Cristo. Es necesario estar con los jóvenes, ofrecerles ideales altos y nobles, llevarles al descubrimiento personal de Cristo, para su seguimiento total.

Esta labor pastoral debe iniciar ya en la misma escuela, contando con la colaboración y responsabilidad directa de los padres y de los educadores. Sería lamentable que se abandonaran las posibilidades de educar personas completas y darles una formación integral, precisamente en las instituciones educativas de la Iglesia. Es fundamental que éstas estén abiertas cada vez más a todos. Es un importante servicio pastoral y social que la Iglesia puede y debe prestar a la sociedad actual.

6. Queridos Hermanos: Que este encuentro confirme y consolide a la vez su unión mutua y su labor evangelizadora como Obispos y Pastores de la Iglesia en ese País. Así toda la actuación pastoral ganará en intensidad y eficacia, lo cual redundará en beneficio de sus comunidades eclesiales. Por ellas hemos pedido al Señor en la Eucaristía de esta mañana, para que crezcan en el conocimiento y en la fidelidad a Cristo.

Todo lo ponemos bajo la protección maternal de la Santísima Virgen a la que el pueblo dominicano se dirige especialmente bajo las advocaciones de la Virgen de la Merced y de Nuestra Señora de la Altagracia. Me complace saber que durante el Año Mariano que se acaba de clausurar se han tenido muchas manifestaciones religiosas que han congregado al pueblo fiel en torno a su Madre.

Quiera Dios que el renovado empeño de Ustedes y la eficaz colaboración de los sacerdotes y de todos los agentes de pastoral hagan disponibles las fuerzas necesarias para un fiel y continuado servicio a la Iglesia y al hombre dominicano. En esta hermosa tarea pastoral les acompaño con mi plegaria a la vez que les imparto con afecto mi Bendición Apostólica.



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