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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA POPULAR DE BENÍN
ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 1 de diciembre de 1988

 

Señor Embajador:

Sea bienvenido al Vaticano donde tengo el placer de acoger a Su Excelencia en calidad de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Popular de Benín.

Me hago eco de los nobles sentimientos de los que dan testimonio las corteses palabras que acaba de dirigirme; particularmente de los amables saludos que me presenta en nombre de su Presidente, Su Excelencia el General Mathieu Kerekou. Me resulta grato renovarle, por medio suyo, los fervientes deseos que le expresé ayer, con ocasión de la fiesta nacional de su País. Le aseguro de nuevo mi oración para que Dios ayude a los benineses a continuar «un desarrollo que colme todas las aspiraciones del corazón humano», volviendo a tomar los términos de mi mensaje.

Ha aludido usted, Señor Embajador, a los esfuerzos de la Sede Apostólica en la defensa de la dignidad humana, en la promoción de la justicia social, de cara al establecimiento de una paz duradera entre las naciones. Son ideales que su País igualmente desea promover, y su presencia aquí testifica el interés de los compatriotas por las motivaciones de orden espiritual con vistas a la edificación de un mundo cada día más auténticamente humano. No dudo que su misión desarrollará aún más una convergencia de puntos de vista y reforzará los lazos ya existentes en pro de una acción más eficaz a favor del bien común de nuestros hermanos y hermanas.

Las iniciativas desplegadas en favor de una mayor comprensión y una mejor fraternidad entre los hombres se hacen más eficaces cuando encuentran en el otro una cierta concepción del ser humano que incluye su misteriosa vocación de apertura a Dios. La sabiduría de los pueblos de su continente está en captar intuitivamente esta dimensión espiritual del hombre, y conviene contribuir a su expansión, en beneficio de toda la familia humana.

Por su parte, la Iglesia Católica, que tiene como única ambición proclamar libremente el mensaje salvífico del Señor, desea trabajar, en colaboración fraterna con los miembros de otras Confesiones religiosas y desde el respeto a las creencias de cada cual, en el desarrollo integral de todo hombre y mujer.

Permítame, Señor Embajador, que aproveche esta ocasión para saludar, por su mediación, a los católicos de Benin, a los que guardo en mi oración y en mi corazón. Este año he podido interesarme de modo más particular aún por su vida cristiana, gracias a la visita que me hicieron sus obispos en el pasado mes de marzo. Le puedo asegurar su leal cooperación. Impulsados por el dinamismo de su fe, están deseosos de unirse al conjunto de los ciudadanos en la tarea del desarrollo de la Nación, aportando el fermento del Evangelio allí donde viven. Según sus posibilidades, desean ayudar prioritariamente a los que están necesitados, contribuir en la importante tarea de la educación de la juventud, enseñando a las nuevas generaciones a situar su sed de ideal en la realización de obras enaltecedoras y útiles para la comunidad, consolidar las estructuras familiares, en conformidad con la dignidad del hombre y de la mujer, para el bien de su Nación.

En el momento en que usted entra oficialmente en el ejercicio de su cargo, le ofrezco mis mejores deseos de cara al feliz cumplimiento de su misión. Esté seguro, Señor Embajador, de que encontrará siempre aquí la comprensiva atención de la que pueda estar necesitado.

Reiterando todo mi afecto hacia el pueblo de Benin y dirigiendo a sus Gobernantes mi deferente saludo, invoco sobre la entera Nación la ayuda de Dios y la abundancia de sus bendiciones.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1989 n.7, p.6 .



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