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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE SUECIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Viernes 16 de diciembre de 1988

 

Señor Embajador:

¡Bienvenido a esta casa!

Me alegra recibirle como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante la Santa Sede de Su Majestad el Rey de Suecia Carlos Gustavo. Le agradecería que presentase a Su Majestad mi profunda gratitud por la atención que su País dispensa a la perseverante acción de la Santa Sede en favor del respeto de los Derechos Humanos y de la paz mundial.

En cuanto a usted, Excelencia, esté seguro de que le acojo con gran satisfacción y esperanza. Las disposiciones de espíritu y de corazón con las que acomete su alta misión y que acaba de expresar, son del todo dignas del ideal que debe animar a los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede.

Se trata de consolidar bien las buenas relaciones ya existentes entre su Gobierno y la Sede Apostólica de Roma. Esperamos que resulten útiles especialmente para los esfuerzos desplegados por su País en favor de la cooperación al desarrollo del Tercer Mundo, inmensa tarea a la que la Santa Sede presta una atención y apoyo constantes. Estas relaciones también contribuyen al bien de la Iglesia Católica, presente en su tierra de Suecia con una minoría, que me siento feliz al constatarlo tiene su lugar reconocido en la Nación.

Ante todo, quisiera expresar mi gratitud a su Gobierno por la decisión de establecer en la misma Roma la Cancillería de su Embajada ante la Santa Sede. Esta feliz iniciativa le permitirá, Señor Embajador, entregarse de forma más cómoda a su noble misión, estar en contacto directo con sus colegas del Cuerpo Diplomático y seguir con un interés acrecentado por la cercanía los esfuerzos y actividades de la Santa Sede. Aquí mismo descubrirá mejor el espíritu con el que la Sede Apostólica tiene conciencia de poder aportar, mediante los canales diplomáticos, puntos de vista específicos y a menudo una preciosa ayuda moral a la siempre sagrada causa de la defensa y la promoción de toda persona y todo pueblo y de la paz entre las naciones. No hace falta añadir que su residencia en Roma le permitirá profundizar en las fuentes y en la historia de Europa, de la que esta ciudad es desde hace tiempo un hogar fundamental. La presencia del Cuerpo Diplomático, en el que hoy se integra, le dispensará contactos fructíferos con los representantes de pueblos de todos los continentes. Aquí conocerá mejor la institución eclesial que desea servir a los hombres, dando testimonio de un misterio, que trasciende todas las generaciones.

Señor Embajador, usted ha aludido de forma muy amable al viaje pastoral que el año próximo realizaré a su País, gracias a la muy apreciada invitación de Su Majestad el Rey de Suecia y de su Gobierno. Le confieso mi gran alegría ante la perspectiva de ser recibido en la tierra de Escandinavia, tan típica y rica en historia. Es verdad que mi primer objetivo es de orden espiritual, al ir a encontrar y animar a la comunidad católica que vive entre vosotros; sin embargo, también me satisface el pensar en los encuentros que tendré con los dignos representantes de otras comunidades cristianas y, más ampliamente, con las autoridades y con el pueblo sueco. Excelencia, usted ha expresado su disposición a hacer todo cuanto le resulte posible a fin de que este primer viaje pontificio a su País se desarrolle de forma plenamente satisfactoria para todos. ¡Gracias por ello!

Expreso mis más cordiales votos por la fecundidad de la misión a la que el Rey Carlos Gustavo le ha llamado. ¡Que el cumplimiento de sus funciones responda a lo que su Gobierno espera y también a las esperanzas de la Santa Sede, y que proporcione las satisfacciones personales que desea! ¡Ojalá sienta al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede del Apóstol Pedro como una gran familia, y perciba que a través de la diversidad de sus Embajadores, de los continentes y de las culturas a los que pertenecen, verdaderamente existe un clima de respeto, mutua estima, diálogo y ayuda recíproca, con miras a contribuir a esta civilización que mi predecesor el Papa Pablo VI llamaba «la civilización del amor», la única que tiene futuro, pues se enraíza en un mensaje venido de lo alto y que tiene el nombre de «Buena Nueva», «el Evangelio de Jesucristo Salvador»!

Con estos sentimientos invoco sobre su persona y sobre sus actividades diplomáticas la protección y la ayuda de Dios.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1989 n.8, p.6.



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