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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA ECLESIÁSTICA
*

Lunes  18 de enero 1988

 

Queridos hermanos sacerdotes:

Con gozo os recibo el día siguiente de la fiesta de San Antonio Abad, eximio ejemplo de santidad en la Iglesia de Dios, que vosotros veneráis como Patrono de la Pontificia Academia Eclesiástica.

Hace una semana la Iglesia, al celebrar el Bautismo del Señor, meditaba en su misión profética, sacerdotal y real: una misión que el Padre confió a Cristo y que, a través de la acción del Espíritu Santo, lo lleva hasta el calvario, en el que cumple el acto supremo de su amor.

Toda la Iglesia está asociada a Cristo en su misión de salvación. Jesús Salvador del mundo quiere que su Iglesia está siempre a su lado, y así vosotros, amadísimos, sois llamados por el mismo Cristo a participar en su misión salvífica. Este es el sentido tanto de vuestro bautismo como de vuestra ordenación sacerdotal, así como de lo que ellos exigen de vosotros.

Además, la Santa Sede os ha llamado a la Pontificia Academia Eclesiástica para prepararos adecuadamente a participar en su tarea específica —que es la de Pedro— de servir al Evangelio y a la Iglesia. A vosotros se os confía una forma particular de participación en la misión salvífica de Cristo.

Para vosotros, la conciencia de ser llamados a servir más de cerca al ministerio de Pedro, entregados completamente a la misión de Cristo y de la Iglesia, ha de constituir la motivación mayor de vuestra vida. Y para comprender esta misión y el modo más adecuado de realizarla, debéis mirar a Cristo Sacerdote en cada momento de vuestra formación.

Gustosamente aprovecho esta ocasión para agradeceros el haber puesto vuestra Juventud a disposición de la Iglesia y de la Santa Sede. Precisamente porque vuestra respuesta a la invitación recibida es tan importante para la vida de la Iglesia, quisiera animaros a continuar por el camino emprendido con fervor y empeño cada vez mayor.

¿De qué camino se trata? Es el camino del sacrificio, el camino del amor sacrificial. Hace dos años, hablando a los Alumnos de la Academia, recordaba que vuestra vocación sacerdotal lleva también consigo vuestra llamada a ser “víctimas de amor con Cristo crucificado”, y que, viviendo así “encontraréis el secreto de vuestro éxito, no sólo en el campo espiritual, sino incluso en el diplomático, como verdaderos representantes de la Iglesia y de la Santa Sede” (Discurso del 2 de junio de 1986, L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de junio de 1986, pág. 9).

La llamada de la Santa Sede exige la generosidad plena y total del abandono perfecto a la voluntad del Padre, siguiendo el modelo divino, Cristo: «Quae placita sunt ei facio semper» (Jn 8, 29). La voluntad del Padre es la salvación del mundo realizada a través del amor sacrificial de Cristo. Y el modelo humano de esta generosidad es el de María: Una generosidad desbordante vivida tanto en la oscuridad como en la luz radiante de la fe. Un sí vivido a ejemplo de Cristo y de su Madre, que requiere amor generoso, amor total.

Este, queridos sacerdotes, es el ideal de la Iglesia. Este es el ideal de la Santa Sede. Y éste ha de ser el programa constitutivo de la Pontificia Academia Eclesiástica. La Santa Sede espera encontrar este amor en vosotros. Este amor será para vosotros fuente de gran libertad espiritual que se manifestará en fidelidad gozosa a los deberes de la vida diaria. Apoyados en este amor y esta libertad, al llegar al término de vuestra preparación en la Academia, estaréis dispuestos para ir a donde las exigencias requieran vuestra presencia, y a cumplir, con la ayuda de Dios, cualquier cosa que la Iglesia os pida por el reino de Cristo. Este amor y esta libertad espiritual constituyen las condiciones necesarias para que podáis colaborar con rectitud de intención y con eficacia en la tarea específica de la Santa Sede, sin buscar honores ni ventajas personales.

El estilo de vuestra vida sacerdotal debe expresar siempre la dignidad y la nobleza de vuestra misión y también la estrecha relación que tenéis con la Sede Apostólica. A todos nosotros se pueden aplicar las palabras de San Pablo: «Os exhorto... a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados... poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef 4, 1-3).

Queridos hermanos sacerdotes: La medida de vuestro éxito es verdaderamente sobrenatural. Vuestra participación en la misión de Cristo, también en ese ámbito particular que es la misión de la Santa Sede, tendrá éxito en la medida en que viváis enraizados en Cristo. Esto es tanto más verdad porque la razón de ser de la Santa Sede es custodiar los misterios más sublimes de la Iglesia como son su unidad y su caridad.

Este es la perspectiva de servicios que se abre ante vosotros y que requiere visión y medios sobrenaturales y que exige de parte vuestra una dedicación total. Esta entrega se manifiesta hoy en la seriedad de vuestra preparación humana, espiritual, cultural y pastoral. Entre vuestras alegrías más grandes estará siempre la conciencia de obrar bajo la protección de María, Madre de la Iglesia. A María pido para vosotros que el fruto más rico de este Año Mariano que pasáis en la Academia sea la renovación de vuestra comunidad en su íntima unión con Cristo y en su viva participación en el misterio de la salvación, de modo especial en la Eucaristía, en la cual se encuentra «el centro de vuestra vida y de vuestra actividad”.

Como signo de mi confianza y de mi afecto en Cristo, os bendigo a todos en su nombre.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.5, p.17. 



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