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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE SACERDOTES Y SEMINARISTAS
DE LA DIÓCESIS DE CALAHORRA Y LA CALZADA-LOGROÑO

Lunes 20 de junio de 1988

 

Amadísimos hermanos y hermanas de la Rioja:

La canonización de un hijo eximio de vuestra noble tierra riojana me permite tener este encuentro con todos vosotros, que habéis venido a Roma, centro de la catolicidad, para honrar la memoria de los Santos Mártires del Vietnam y, a la vez, sentiros edificados con sus ejemplos.

Saludo cordialmente a todos los aquí presentes. En primer lugar a vuestro ilustre paisano y entrañable colaborador mío Monseñor Eduardo Martínez Somalo, que dentro de pocos días entrará a formar parte del Colegio Cardenalicio; a vuestro querido Obispo, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas y a todos los amados fieles de esta Iglesia local, paisanos de San Jerónimo Hermosilla, mártir de la fe e hijo de vuestra generosa tierra.

La villa de Santo Domingo de la Calzada se honra en haber sido la cuna de San Jerónimo Hermosilla, Obispo dominico, misionero ejemplar y campeón de la fe, que durante más de treinta años desempeñó su ministerio apostólico en el entonces Tonkín Oriental, hoy República del Vietnam.

En la historia de fe y religiosidad de aquel pueblo quedarán grabadas para siempre las palabras que él dijo a los jueces que le interrogaban, tras su detención por predicar la fe cristiana: “Vine a Tonkín para hacer el bien, para que la gente conociera a Jesucristo, Hijo de Dios, muerto por los pecados de los hombres”. Primero como sacerdote y como Vicario Apostólico más tarde, fundó escuelas de catequistas, reconstruyó seminarios, ordenó sacerdotes nativos; en una palabra: con su celo apostólico supo convertir las misiones confiadas a su cuidado pastoral en un modelo de evangelización.

Este nuevo Santo riojano recibió la palma del martirio el 1° de noviembre de 1861 junto con otro Obispo, tan querido y admirado por todos vosotros, preclaro hijo del pueblo vasco, Fray Valentín de Berrio Ochoa y de Aristi, que a los 18 años dejó su nativa Vizcaya para ingresar en el Seminario de Logroño, que hoy le venera como patrono suyo, y del que fue director espiritual.

Deseo, en esta circunstancia, saludar con todo afecto al numeroso grupo de seminaristas de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Vosotros, queridos seminaristas, sois los continuadores de una larga sucesión de vocaciones que hicieron de vuestro seminario centro privilegiado para la religiosidad y la vida cristiana de toda La Rioja. Sois futuro y esperanza de la Iglesia que no podéis defraudar. Acrecentad vuestro espíritu misionero que os lleve a servir a los hermanos en vuestra diócesis o allí donde más os necesiten.

La Rioja se alegra de modo especial por estos nuevos Santos, que la Iglesia propone como modelos para todos los cristianos. Con el ejemplo de sus vidas, entregadas por amor hasta el supremo sacrificio, ellos os exhortan a conservar viva vuestra fe. Ellos os alientan a reforzar vuestros lazos de hermandad, haciendo de vuestras parroquias, comunidades y familias, centros que irradien fidelidad evangélica, coherencia cristiana en la vida, caridad dinámica. Ellos os invitan a ser fieles a las más genuinas tradiciones de vuestra tierra, marcada por la fe católica como parte esencial del alma de vuestras gentes.

Queridos riojanos, fomentad también vuestra devoción a María, dad nuevo impulso a las prácticas de piedad, sentíos entrañablemente unidos a vuestro Obispo y a vuestros sacerdotes.

A todos los aquí presentes, así como a vuestras familias en España, imparto con afecto la Bendición Apostólica, que extiendo a toda vuestra Diócesis.



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