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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA MISIÓN POPULAR

Plaza de Armas de Lima
Sábado, 14 de mayo de 1988

 

Mis queridos hermanos y hermanas:

1. Os saludo a todos con las palabras de Jesús resucitado: “La paz con vosotros” (Lc 24, 36). 

Mis palabras en este encuentro van dirigidas a todos los que llenáis esta Plaza de Armas, pero de modo especial a cuantos habéis participado activamente en la gran Misión de Lima y en otros lugares del Perú. Os saludo como laicos comprometidos que colaboráis en la obra de la nueva evangelización.

En mi primera visita al Perú os invité, desde este mismo lugar, a acoger la Palabra de Cristo y a dar testimonio de ella en vuestra vida personal, familiar y social. Con este espíritu habéis realizado la gran Misión de Lima, para responder con la fuerza del Evangelio a los retos de una sociedad que sufre los síntomas de una creciente secularización. Habéis buscado nuevos cauces y modos para que Cristo esté presente en medio de vuestros hermanos, llegando a todos los lugares, tratando de iluminar las realidades sociales y los problemas humanos desde la perspectiva del Evangelio, desde las exigencias del amor y de la paz.

Mediante vuestra actividad al servicio de la evangelización, todo el pueblo cristiano ha ido tomando conciencia del sentido pastoral y espiritual del V Congreso Eucarístico y Mariano de los países bolivarianos, que clausuraré mañana en la solemne ceremonia del campo San Miguel.

2. La Eucaristía es la fuente y culminación de toda la predicación evangélica. En ella Cristo, nuestra Pascua y Pan verdadero, se hace realmente presente, se ofrece al Padre, se nos entrega como alimento que da vida y impulsa a transmitir la vida que de El recibimos. Por medio de la Eucaristía se acrecienta la participación en la naturaleza divina que tenemos como hijos de Dios por el bautismo (cf. 2P 1, 4). 

La Eucaristía restablece en nosotros la armonía de nuestro ser y nos impulsa a proyectar sobre la sociedad el espíritu de reconciliación que hemos de vivir según el designio de Dios (cf. 2Co 5, 19). Nos nutrimos del Pan de vida para llevar a Cristo a las diversas esferas de la existencia: al ambiente familiar, al trabajo, al estudio, a las instituciones políticas y sociales, a los mil compromisos evangélicos de la vida cotidiana.

El misterio de la Eucaristía es “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad” como dice San Agustín (In Ioann. Evang. 26, 31)  y nos impulsa por lo tanto a crear una armonía estable entre la hondura de la piedad personal y las exigencias de un compromiso social, ya que la celebración de la Eucaristía, “para ser sincera y plena, debe conducir tanto a las varias obras de caridad y a la mutua ayuda como a la acción misional y a las varias formas de testimonio cristiano” (Presbyterorum Ordinis, 6). 

3. El mismo plan de Dios, que Cristo nos ha manifestado en su Evangelio, es el que revela y nos hace presente en la Iglesia a la Virgen María. Jesús ha querido desvelar la maternidad espiritual de María, indicándola como Madre nuestra: “He ahí a tu Madre” (Jn 19, 27), dice a Juan desde la cruz. Y el discípulo amado “desde ese momento la acogió en su casa”.

Ante el don de la maternidad de María, la respuesta obligada es la del amor filial. Como escribí en la Encíclica “Redemptoris Mater”, “la entrega es la respuesta al amor de una persona y en concreto al amor de la Madre. La dimensión mariana de la vida de un discípulo se manifiesta de un modo especial precisamente mediante esta entrega filial respecto a la Madre de Dios, iniciada con el testamento del Redentor en el Gólgota” (Redemptoris Mater, 45). Quien acoge a María como el tesoro más preciado, entra también en comunión con los hermanos y se abre al servicio solidario de todos ellos.

4. La Eucaristía y la Virgen María, estos dos temas de la Misión nos ofrecen numerosos motivos de reflexión acerca del misterio eucarístico y la maternidad de la Virgen. “María guía a los fieles a la Eucaristía” (Ibíd., 44). La Virgen nos enseña a acercarnos al misterio eucarístico con fe, con pureza de corazón, con respeto y reverencia; nos invita a contemplar el misterio de la presencia y del sacrificio de Cristo con los mismos sentimientos de adoración y de acción de gracias con que Ella contemplaba el misterio de su Hijo.

Estas dos maravillas del amor de Dios, la Eucaristía y la Maternidad virginal de María, nos han de llevar, por una parte, a unirnos en perenne acción de gracias con la Iglesia entera y, por otra, a comprometernos como cristianos en la apremiante tarea de la evangelización, para que nadie quede privado de estos dones de Dios que sólo pueden ser acogidos mediante la fe y la comunión con la vida de la Iglesia.

María y la Eucaristía. Estas dos realidades que llenan de luz y de vida el caminar de la Iglesia peregrina, nos han de animar a iluminar y vivificar con redoblado impulso todos los ambientes de la sociedad peruana, donde los laicos están particularmente llamados a dar testimonio de su fe en el servicio a los hermanos.

5. A todos los aquí reunidos en esta histórica Plaza de Armas, os pido que vuestra presencia, en este momento solemne, sea una ratificación de vuestra piedad eucarística y mariana; y al mismo tiempo, la renovación ante el Sucesor del Apóstol Pedro, de vuestro compromiso de hacer de vuestras vidas focos que irradien la gracia de la Eucaristía y de una filiación mariana plenamente asumida.

En las puertas del V centenario de la evangelización del continente latinoamericano, os invito a todos a emprender con espíritu renovado el camino del Evangelio, comenzando por la vida en el hogar, en la familia, en los lugares de estudio y de trabajo, para que toda situación humana quede orientada hacia Dios.

A todos los participantes en la Misión de Lima, a todos los aquí reunidos, a cuantas personas se unen con nosotros a través de la radio y la televisión, imparto con afecto mi Bendición Apostólica.



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