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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE TAILANDIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Sábado 5 de noviembre de 1988

 

Señor Embajador:

Es para mí un placer darle la bienvenida al Vaticano y aceptar de usted las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Tailandia ante la Santa Sede. Le agradezco los cálidos saludos que me ofrece en nombre de Su Majestad el Rey Bhumibol Adulyadej, y le ruego que haga llegar a Su Majestad mi amistad y mis mejores deseos. Le he tenido especialmente presente en mis oraciones con ocasión de su reciente sexagésimo cumpleaños. Me uno a todo el pueblo de su País en la alegría por este acontecimiento tan significativo.

He advertido con satisfacción su referencia a las largas y cordiales relaciones existentes entre el Reino de Tailandia y la Santa Sede. Esta amistad se basa en el sentido religioso y en la hospitalidad tradicional del pueblo tailandés, unida al mensaje de la Iglesia y su misión de paz y servicio a toda la Humanidad. Hitos de esta relación bilateral fueron sin duda la visita que Sus Majestades hicieron a mi predecesor el Papa Juan XXIII en octubre de 1960, y mi visita a su País, y en particular a la Familia Real en mayo de 1984.

Los miembros de la Iglesia en Tailandia se han comprometido a una «vida de sencillez, caridad, amor de la paz y de la humildad (con disponibilidad), por perfeccionarse y ofrecerse en el servicio a todos, especialmente a los pobres» (Plan pastoral de la Conferencia Episcopal de Tailandia, 1988). Este espíritu de servicio es evidente en la presencia de la comunidad católica en las escuelas, donde los niños y jóvenes de todos los sectores de la población se forman para asumir su papel como honrados y responsables ciudadanos de su país. También se muestra en servicios sanitarios y en programas de asistencia que buscan ayudar a los menos favorecidos. Entre estos servicios, quisiera mencionar el socorro que están prestando a los numerosos refugiados que, huyendo de situaciones de conflicto u opresión, han sido acogidos en Tailandia. En Phanat Nikbom tuve la oportunidad de ver con mis propios ojos 1as implicaciones de esta triste situación y aprecio la apertura del pueblo y del Gobierno tailandés hacia estos hermanos y hermanas cuya necesidad es sentida tan profundamente. No podemos olvidar que «cada refugiado es un individuo humano, con su propia dignidad y con una historia personal, con su cultura propia, experiencias y aspiraciones legítimas» (Mensaje al Gobierno tailandés, al Cuerpo Diplomático, y a los líderes religiosos, 11 de mayo de 1984, n. 4).

Espero ardientemente que los Gobiernos, junto con las organizaciones humanitarias de voluntarios del mundo, sigan ayudando a esta gente, ofreciéndoles sobre todo un porvenir mejor. Apelo de nuevo a la comunidad internacional para que se den pasos eficaces en la resolución de este problema en un espíritu de buena voluntad y de justicia.

Señor Embajador: Hay muchas áreas de la vida internacional en las que la Santa Sede y el Gobierno de Tailandia pueden procurar una mayor comprensión. Le deseo a usted un gran éxito en su misión como Representante diplomático de su País, y le aseguro que puede contar con la colaboración de los diversos departamentos de la Santa Sede. Rezo para que sea feliz en esta forma excelente de servicio a su Pueblo, e invoco la copiosa bendición celestial sobre Sus Majestades los Reyes, sobre la Familia Real, y sobre la Nación tailandesa. 


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1989 n.4, p.6.



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