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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL ARZOBISPO Y A LOS FIELES DE TLALNEPANTLA

Sábado 1 de julio de 1989

 

Querido hermano en el episcopado,
amadísimos sacerdotes y fieles diocesanos:

Es motivo de honda satisfacción darles mi más cordial bienvenida en este encuentro, que desea ser expresión del afecto y aprecio que el Papa siente no sólo por la comunidad eclesial de Tlalnepantla, elevada recientemente a Arquidiócesis, sino además por la Nación mexicana.

Ante todo, quiero agradecerle, Señor Arzobispo, las amables palabras con que ha querido manifestarme la cercanía y adhesión de esa Iglesia particular. El recuerdo del Palio recibido, signo de comunión de los Arzobispos metropolitanos con el Sucesor de Pedro, debe ser una llamada a todos para vivir y anunciar el Evangelio, con actitud “de fraternidad, de unidad y de paz” (Ad Gentes, 8).  No se puede olvidar que la Iglesia entera, y de modo especial sus Pastores, han recibido de Cristo el solemne mandato de proclamar por toda la tierra el Mensaje de Salvación.

Así pues, vuestra Iglesia particular, que se halla en un decidido proceso de renovación cristiana y pastoral, impulsada por el Espíritu Santo debe cooperar con todos los medios a su alcance en la realización del designio de Dios, que quiere salvar a los hombres por medio de Cristo. Esto constituye el centro de la labor evangelizadora en un momento difícil de la historia, en el cual la persona y la sociedad actual, particularmente los jóvenes, se sienten tan sedientos de Dios y de los valores espirituales.

Pido a Nuestra Señora de Guadalupe, consuelo y esperanza para el pueblo fiel mexicano, que sea constante intercesora ante su divino Hijo.

En prenda de la constante protección celestial, les imparto de corazón la Bendición Apostólica, que extiendo complacido a la Comunidad diocesana de Tlalnepantla y a todos los mexicanos.



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