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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL «CENTRE DE LIAISON DES EQUIPES DE RECHERCHE»


Viernes 10 de noviembre de 1989

 

Queridos amigos:

1. Al acogeros esta mañana, recuerdo con gusto mi primer encuentro con vuestro Movimiento hace diez años, en esta misma casa del Sucesor de Pedro. Saludo con gusto a mons. Pierre Eyt, que os acompaña en nombre de los obispos de Francia. Os doy a todos la bienvenida y agradezco a vuestro presidente, la Sra. Christiane Férot, la presentación de la actividad del "Centre de Liaision des Equipes de Recherche" (C.L.E.R.).

Estos últimos meses habéis compartido vuestras reflexiones sobre el documento post-sinodal Christifideles laici. Un pasaje de esta exhortación me servirá como punto de partida: "Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella todos los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana" (n. 37). Las distintas tareas llevadas a cabo por el C.L.E.R. entran en el marco de este servicio a la persona humana, que apasiona a los hombres de la Iglesia.

2. Vosotros estáis llamados de forma especial al servicio de la dignidad de la persona en su vocación a la vida familiar, abierta mediante la unión del amor fiel entre el hombre y la mujer. No voy a entrar hoy en este tema tan esencial, que vosotros tratáis constantemente. Quisiera profundizar en la importancia de vuestra tarea, pues debéis enfrentaros a la indiferencia o incluso al rechazo, demasiado extendido, de los principios que la Iglesia afirma como los fundamentos de toda ética sana y, por lo tanto, como los principios necesarios para la felicidad. Debéis reaccionar ante poderosas corrientes de opinión que, hablando abusivamente de la "liberalización" de las costumbres difunden una permisividad contraria a la dignidad de la persona y a su verdadera vocación.

Ante tal situación, los cristianos están llamados a un aumento en su fe y en su caridad. Participar en la pastoral familiar de la viña del Señor requiere, hoy más que nunca, sarmientos bien unidos a la cepa, podados cuando haga falta, conscientes de que sólo mediante la gracia cosecharán los frutos esperados por el Señor. Unidos en la fe, alimentados en la oración, fortalecidos por los sacramentos, es como los fieles pueden testimoniar el amor de Dios para con todos los hombres. Su lenguaje es el del "sí" a las llamadas del Evangelio, traducidas en las enseñanzas de la Iglesia, y el de la claridad de conceptos doctrinales y morales, resultantes de la verdad del hombre, plasmada en Aquel que es la luz "que ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9).

3. En sus inicios, el C.L.E.R. se preocupó por ayudar a las parejas a controlar la procreación, con pleno respeto a toda la riqueza de la sexualidad, recurriendo a los métodos naturales de regulación, cuando se impone espaciar los nacimientos. Muchos de vosotros supisteis ayudar a los hogares para que acogieran a sus hijos de la mejor manera posible. Así, ellos pudieron hacer comprender que la doctrina expresada por Pablo VI en la encíclica Humanae vitae, y confirmada posteriormente, no tenía aquella vertiente negativa que se le atribuyó; por el contrario, de lo que se trata es de permitir al hombre y a la mujer el acceso responsable a la paternidad y a la maternidad, tomando sus decisiones de común acuerdo, en el respeto y amor mutuos, que el dominio de la sexualidad madura y refuerza.

¡Ojalá podáis ampliar vuestro campo de acción, para hacer descubrir más ampliamente el carácter humano y positivo de esta enseñanza de la Iglesia!

Sabemos que muchos hombres y mujeres de hoy, en vez de dar la vida con gusto y libremente, tienen la tentación de privar al niño ya concebido de su propia existencia. El aborto representa un drama ante el cual los cristianos no pueden permanecer sin reaccionar y sin defender con firmeza el respeto a la vida. En el mismo se dan sufrimientos, que debéis intentar aligerar. Se dan angustias y soledades injustas, que reclaman una ayuda verdaderamente fraterna de los discípulos de Cristo Salvador, cuyo amor se dirige con preferencia hacia los pequeños indefensos, los niños sin nacer, inocentes y frágiles. En la raíz de estas tentaciones contra la vida, aparece con frecuencia un desorden en la vida sexual, frente al cual la encíclica Humanae vitae quiso reaccionar. Por todo ello, en las exigencias de la vida conyugal, la norma moral no puede ser considerada como un simple ideal alcanzable en el futuro, sino que constituye un mandamiento, que la Iglesia tiene la misión de formular en el nombre del Señor, pidiendo la firme voluntad para superar los obstáculos (cf. Familiaris consortio, n. 34).

4. La experiencia del encuentro con parejas para la iniciación en los métodos naturales, os ha mostrado la amplitud de las dificultades por las que atraviesan las familias. Naturalmente, vosotros os habéis esforzado por entablar un diálogo, y ofrecer a vuestros interlocutores la práctica del consejo conyugal. El conocimiento íntimo de los sufrimientos que os han sido manifestados os permitirá testimoniar las dramáticas consecuencias, para los esposos y también para los hijos, de la infidelidad, de las rupturas y de las desviaciones morales. Entre las más evidentes aparecen el alcohol, la droga e incluso el suicidio de los jóvenes. Sin embargo, también podéis testimoniar la maravilla de la fidelidad mutua mantenida en la prueba, la posibilidad de no abandonarse en el momento de la desviación y de rechazar su justificación, la de volver el uno al otro para reconstruir, gracias al perdón y a la reconciliación, un hogar que estaba roto.

En este aspecto, vuestro papel resulta muy delicado: un consejero conyugal cristiano debe ayudar a sus interlocutores a descubrir los valores que están en la base de la vida conyugal. Para ello, hay que abrirse y tener paciencia para escuchar, capacidad para respetar y para amar a las personas tal como son, con sus propios problemas. Además de esto, la calidad de un consejero cristiano depende también de su saber hacer personal para ayudar a que el discernimiento se haga en la verdad de las exigencias de la vida conyugal. La decisión final, como en toda acción moral, corresponde tomarla, en última instancia, a la persona, de acuerdo con su conciencia. Por su parte, el consejero debe acordarse del Señor, que no condena a la mujer adúltera, sino que le dice: "Vete y, en adelante, no peques más" (cf. Jn 8, 1-11). Como testigo de las llamadas evangélicas y de la gracia redentora, el consejero se alegra cuando ve a las personas reorientar sus vidas "según la verdad y en la caridad" (cf. Ef 4, 15); contribuir a una renovación así refuerza su compromiso apostólico.

5. También quisiera animaros brevemente en vuestras acciones educativas. Formar a los jóvenes en una sana concepción de la sexualidad, en un buen dominio de su afectividad, representa un servicio irreemplazable, en el que las familias necesitan la ayuda de educadores experimentados. ¡Ojalá podáis mostrar a los jóvenes la grandeza y la belleza del hombre, cuando actúa según su condición de criatura hecha a imagen de Dios y cuando refiere todo su actuar a Cristo, el hombre perfecto! Haced que los jóvenes descubran los fundamentos y la coherencia de una moral que con frecuencia les es presentada como un conjunto de normas inaplicables o desprovistas de verdadero sentido. Hay que motivarlos para que se dispongan a edificar su vida sobre roca firme.

6. Todos los que desarrollan en vuestro Movimiento tareas cada vez más numerosas y diversificadas, necesitan estar capacitados. Sé que dedicáis mucho tiempo a vuestra preparación personal para las funciones de consejeros y de educadores y que lo hacéis con gusto. Os quiero manifestar la estima y la gratitud que inspira esta generosidad. Deseo que muchos comprendan cómo no se pueden abordar las graves cuestiones referentes al respeto de la vida, sin antes haber profundizado en el estudio de diferentes disciplinas, haber reflexionado en grupo y haberse abierto mediante la oración al Espíritu del Señor y a la plena comunión eclesial. Apoyo las iniciativas de vuestro Movimiento para permitir a sus miembros enriquecer su formación personal en el plano intelectual, en el conocimiento humano y en la vida espiritual.

Antes de terminar, quisiera subrayar vuestra contribución a la investigación científica para conseguir un mejor conocimiento de las condiciones de procreación. Aunque ya se han alcanzado significativos resultados, el campo de las investigaciones permanece abierto; por ello, conviene que los científicos cristianos trabajen asiduamente.

7. Ojalá que el C.L.E.R. prosiga su actividad en el marco de la pastoral familiar, en Francia y en los demás países en los que está presente, en coordinación con la Federación internacional de Acción familiar y en unión con el Pontificio Consejo para la Familia.

De nuevo, os manifiesto el agradecimiento de las familias y de los jóvenes a los que ayudáis a encontrar los hermosos caminos del desarrollo humano en el sentido querido por el Creador, con la incomparable gracia de la Redención. Confío vuestro trabajo, vuestros interlocutores, vuestras mismas personas y también todos vuestros seres queridos a la intercesión de María, la Madre de los hombres. Con todo mi corazón os imparto mi bendición apostólica.



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