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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE RUANDA ANTE LA SANTA SEDE
*

Viernes 2 de marzo de 1990

 

Señor Embajador:

Con mucho gusto acojo a Su Excelencia en el Vaticano y le doy la bienvenida en este lugar, con ocasión de la presentación de las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Ruanda ante la Santa Sede.

Le agradezco vivamente el haberme transmitido los amabilísimos saludos de su Presidente, Su Excelencia el General-Mayor Juvénal Habyarimana, a los que soy especialmente sensible. Correspondiendo a ellos, le ruego tenga a bien expresarle los deferentes votos que formulo por su persona y mis cordiales deseos para el feliz cumplimiento de su elevada tarea al servicio de la República de Ruanda.

En su cortés alocución, Señor Embajador, ha evocado usted, con afectuosos términos, el papel desempeñado por la Iglesia Católica en la promoción de la sociedad de Ruanda. Le agradezco este testimonio. Éste es en efecto, el deseo de los pastores y de los fieles: animar todo lo que coopera al desarrollo integral y armonioso de la persona humana, participar en el esfuerzo común por el progreso poniendo, según sus posibilidades, personas y capacidades al servicio de las realidades del país. Los cristianos laicos saben que están llamados a ser signos del amor de Cristo en medio de sus hermanos, en el mundo de la sanidad por ejemplo, en el campo de la educación y en las diversas obras sociales de la nación. Lo que los mueve es el «mandamiento nuevoā€¯ de amar al prójimo como Cristo mismo nos amó.

En sus relaciones con el exterior, la República de Ruanda, usted lo ha declarado, se ha fijado el objetivo de servir a la paz, a la cooperación, al acercamiento entre los pueblos y a la solidaridad internacional. Con satisfacción recojo este generoso propósito que se sitúa en línea con las iniciativas que la Santa Sede se complace en promover para hacer avanzar el buen entendimiento entre los hombres y favorecer el desarrollo de sus países. Con ocasión de mi reciente viaje pastoral al continente africano, he renovado mi llamada a la humanidad, en nombre de la misma humanidad, para que se ponga en práctica el deber de la solidaridad, especialmente en lo que se refiere a los pueblos africanos más pobres. He expresado el deseo de que los responsables están atentos a las necesidades reales de sus ciudadanos y a su voluntad de participar plenamente en su propio progreso.

Deseo que Ruanda siga aportando su contribución a la llegada de una sociedad cada día más justa y pacífica. Esta construcción reclama que estemos firmemente decididos a eliminar todas las barreras que separan a los hombres, a respetar y promover las legítimas aspiraciones de todos los miembros de la comunidad nacional, a amar concretamente a todos los miembros de la familia humana, a los más cercanos así como a los más lejanos, desde el convencimiento de que un mismo origen y un mismo destino nos unen a todos.

El próximo mes de septiembre, si Dios quiere, dirigiré mis pasos hacia el país de las mil colinas. Me alegro al pensar que conoceré a su pueblo y que celebraré con los católicos la fe que compartimos, que es nuestra gran riqueza. Sé que los católicos de Ruanda se preparan activamente, con sus pastores, para este encuentro con el Obispo de Roma, y doy gracias a Dios por el fervor de las comunidades cristianas de su país. Me permitirá usted, Señor Embajador, que les dirija, por su mediación, un afectuoso saludo. Que el dinamismo de su fe lleve a los católicos de Ruanda a participar cada vez con más competencia y generosidad al desarrollo y progreso de su patria.

Antes de concluir, le ofrezco mis mejores deseos para el cumplimiento de su misión oficial hoy inaugurada. La gran experiencia que usted ha adquirido en el ejercicio de las más altas responsabilidades dentro de la diplomacia de su país durante largos años contribuirá, estoy seguro, a un feliz desarrollo de las relaciones entre Ruanda y la Santa Sede, estrechando los lazos de amistad que las unen. Cuente con que aquí encontrará la acogida comprensiva que pueda necesitar.

Sobre Su Excelencia, sobre el Señor Presidente de la República y los miembros del Gobierno, sobre todos sus compatriotas, a quienes veré con gozo con ocasión de mi próximo viaje, invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.11, p.6 (p.150).



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