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VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS DETENIDOS DEL CENTRO DE READAPTACIÓN SOCIAL DE DURANGO


Miércoles 9 de mayo de 1990

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En mi visita pastoral a México no podía faltar un encuentro enteramente dedicado a vosotros, como muestra de la solicitud de la Iglesia y del Papa por todas las personas privadas de libertad. Mi venida hoy a este centro de readaptación social de la ciudad de Durango se ensancha gozosamente en mi pensamiento y en mi deseo para abarcar con un mismo abrazo a todos los hermanos y hermanas presos del país, tanto en el continente como en las Islas Marías. A éstos últimos, y a los familiares que están con ellos, quiero agradecerles profundamente su invitación a visitarles allí, avalada con más de 2000 firmas. Como sé que me estáis escuchando, quiero deciros que me han emocionado de veras vuestras cartas. ¡Muchas gracias por el afecto que habéis demostrado profesar a mi persona como Sucesor de Pedro y por vuestras oraciones al Señor y a su Madre Santísima!

2. ¡Cuánto me hubiera gustado poder encontrar personalmente a todos y cada uno de vosotros! Pero, ante la imposibilidad de hacerlo físicamente, quiero aseguraros que os tengo muy presentes en mi mente y en mi corazón y que siento muy dentro de mí el eco fiel de vuestros anhelos y esperanzas, a la vez que comparto sinceramente en mi ánimo vuestras tristezas y desilusiones.

Sé que os encontráis en una situación que se os va haciendo difícil y dolorosa. Precisamente por eso, porque el dolor y el sufrimiento humano —os lo puedo confesar por experiencia— hallan su sentido y fuerza salvadora y de purificación cuando son percibidos a la luz de Cristo, os repito ahora las palabras que el mismo Señor nos dejó dichas en su Evangelio: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30).

¡Sí! Cristo y no otro es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6) que da sentido y contenido a nuestra existencia. Lejos de él, queridos hermanos y hermanas, no hay verdadera paz, ni serenidad, ni auténtica y definitiva liberación, pues únicamente la gracia del Señor puede liberarnos de esa esclavitud radical que es el pecado, su palabra, su verdad nos hacen libres (cf. Ibíd. 8, 32). Os anuncio, pues, con gozo esa esperanza en la libertad que debéis desear por encima de cualquier otra: lo que san Pablo llama “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 21).

3. “La peor de las prisiones —les decía a los reclusos durante mi viaje pastoral a Bélgica— sería un corazón cerrado y endurecido. Y el peor de los males, la desesperación. Os deseo la esperanza. La pido y la seguiré pidiendo al Señor para todos vosotros: la esperanza de volver a ocupar un lugar normal en la sociedad, de encontrar de nuevo la vida y, ya desde ahora, de vivir dignamente... porque el Señor nunca pierde la esperanza en sus creaturas” (Discurso a los detenidos de Bélgica, 16 de mayo de 1985). También para vosotros, hermanos y hermanas de México, pido y seguiré pidiendo al Señor que os conceda un juicio justo, humano y expedito; que sean siempre respetados vuestros legítimos derechos a la educación, a la salud, a profesar vuestra fe religiosa, a un salario justo para quienes desempeñáis un trabajo remunerable.

Me consta que el derecho penal mexicano contempla muchos de estos derechos. Naturalmente, esto supone que tales derechos han de armonizarse convenientemente con los respectivos deberes que cada uno ha de cumplir de modo consciente en justa correspondencia.

En mi preocupación por vosotros, como hijos de la Iglesia os deseo un espíritu fuerte y noble que os incline y ayude, con la gracia divina, a perdonar de corazón a los que os hayan causado algún mal, así como también vosotros, delante de Dios Padre, podéis esperar el perdón de aquellos a quienes habéis causado algún daño. Es genuinamente cristiano saber pedir perdón y estar dispuestos a resarcir, en la medida de lo posible, el mal causado.

4. No puede faltar en este encuentro una palabra de aliento y gratitud para todos aquellos, sacerdotes y laicos, que con renovada generosidad y abnegación colaboran en la pastoral penitenciaria. Sé que son más de 4.000 laicos y más de 100 sacerdotes; son muchos los religiosos y religiosas y también una pléyade de seminaristas. Todos ellos, junto con otros agentes pastorales, hacen presente en los penitenciarios la preocupación maternal de la Iglesia por los hijos que se encuentran privados de libertad.

Amadísimos en el Señor: Vosotros dais vida a aquellas palabras de Jesús que leemos en el Evangelio: “Estaba en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mt 25, 36). A todos os animo a continuar con renovado empeño en vuestra incomparable misión de llevar la palabra de Dios, los sacramentos, la ayuda y el consuelo a nuestros hermanos encarcelados, conscientes de que el Señor no cesa de repetir a cuantos cumplen este servicio: “Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

En esta ocasión deseo saludar también al personal de los centros de readaptación social; a vuestros “ custodios ”, como vosotros los llamáis. Pido a Dios que ellos sepan hacer de su profesión un servicio al hermano que sufre.

Asimismo a las autoridades civiles penitenciarias de la Federación, de los Estados y de las Islas Marías les agradezco las facilidades que prestan a los agentes de la pastoral penitenciaria para que puedan llevar a cabo sus actividades. Que el Señor les ilumine a la hora de aplicar las leyes con justicia y equidad, en orden a conseguir una mejor reinserción social de todas las personas puestas bajo sus cuidados.

5. Queridos hermanos y hermanas: Dios quiera que mi visita pastoral a México os haga sentir de modo más vivo que sois parte integrante de vuestra grande patria mexicana y cristiana. Que este tiempo de privación de libertad no debilite los lazos que os unen con vuestras familias y con vuestros conciudadanos, sino que estimule en vosotros el deseo de contribuir más eficazmente en la construcción de un país más laborioso, justo y fraterno.

Mi primera visita al llegar a vuestra tierra ha sido a “ Nuestra Morenita ”, la Santísima Virgen de Guadalupe. Que ella, que nunca nos abandona en el dolor y en la soledad, sea para todos vosotros, hoy y siempre, vida, dulzura y esperanza.

A todos os bendigo de corazón en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.



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