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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE PANAMÁ ANTE LA SANTA SEDE
*

Sábado 21 de diciembre de 1991

 

Señor Embajador:

Le agradezco sinceramente las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme en este solemne acto de presentación de las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Panamá ante la Santa Sede.

Antes que nada deseo corresponder a los sentimientos de cercanía y adhesión que el Señor Presidente y los miembros del Gobierno de su País han querido hacerme llegar por medio de Usted, y le ruego que tenga a bien trasmitir mi deferente saludo y mis mejores votos de paz y bienestar.

Es ésta una feliz circunstancia que me hace evocar la intensa jornada de fe y esperanza vivida entre los amados hijos de Panamá durante mi visita pastoral, y que me permitió apreciar los más genuinos valores del alma panameña.

En sus palabras, Señor Embajador, se ha referido Usted a la amplia y profunda presencia de la fe católica en la vida de su pueblo. La Iglesia, fiel a su cometido de llevar el mensaje de salvación a todas las gentes, pone todo su empeño en promocionar cuanto pueda favorecer el perfeccionamiento y defensa de la dignidad de la persona humana. En efecto, los valores de la persona, sobre todo el respeto a su dignidad como hijo de Dios, han de informar las relaciones entre los individuos y los grupos, para que los legítimos derechos de cada uno sean tutelados y la sociedad pueda gozar de estabilidad y armonía. Así lo han querido poner de manifiesto los Obispos de su País en el reciente documento colectivo “Opciones pastorales de la Iglesia en Panamá”.

Los problemas a que Usted ha aludido en su alocución representan ciertamente un desafío para el futuro de la Nación y demandan una mayor responsabilidad social a todos los niveles y un más decidido empeño por el bien común. Pero dichos obstáculos no han de ser motivo de desánimo ni desaliento, pues Panamá cuenta con la mayor riqueza que puede tener un pueblo: los sólidos valores cristianos que han de dar un nuevo impulso en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y floreciente. Las cuestiones que ahora son motivo de preocupación han de ser afrontadas con clarividencia, con la participación responsable de todos y con la mirada puesta en Dios, cuya ayuda no les ha de faltar.

Son muchos y sólidos los vínculos que, desde sus mismos orígenes, han unido a Panamá con la Iglesia, los cuales han configurado la vida y sentir de sus gentes. La Iglesia, movida por su deseo de testimonio evangélico, ajeno a intereses transitorios y de parte, continuará prestando su valiosa ayuda en campos tan importantes como son la enseñanza, la asistencia a los más desfavorecidos, los servicios sanitarios, la promoción integral de la persona como ciudadano e hijo de Dios. A este respecto, ha querido Usted poner de manifiesto la actividad proselitista de las sectas, que siembran confusión entre la gente sencilla. En efecto, no faltan, por desgracia, estrategias e intereses —extraños a la idiosincrasia panameña— que pretenden disgregar los factores de cohesión favoreciendo las desavenencias y fomentando la división. Por ello, los Pastores de Panamá no han dejado de señalar el peligro que dicha actividad representa como factor de disgregación y que, al mismo tiempo, diluye la coherencia y la unidad del mensaje evangélico.

Me complace saber que es firme propósito de las Autoridades de su País construir sólidos fundamentos que permitan la instauración de un orden social más justo y participativo. Hago votos para que, en esta singladura de vida democrática, la acción de la Iglesia se haga presente cada vez más con una renovada vocación de servicio a todos los niveles, especialmente en favor de los más necesitados, contribuyendo así a la elevación del hombre panameño y a la tutela y promoción de los valores supremos.

Señor Embajador, antes de concluir este encuentro, quiero expresarle mis mejores deseos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos y éxitos. Le ruego, de nuevo, que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante las Autoridades de su País, mientras invoco la bendición de Dios y los dones del Espíritu sobre Usted, sobre su familia y colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos de la noble Nación panameña.


*AAS 85 (1993), p. 35-36.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XIV, 2 pp. 1427-1429.

L'Attività della Santa Sede 1991 pp. 1082-1084.

L’Osservatore Romano 22.12.1991 p.5.

L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n.52, p.15.



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