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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE PERÚ ANTE LA SANTA SEDE
*


Sábado 14 de noviembre de 1992

 

Señor Embajador:

Con viva complacencia le recibo en este acto de presentación de las Cartas Credenciales, que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Perú ante la Santa Sede. Ante todo, deseo darle mi más cordial bienvenida, a la vez que le aseguro mi benevolencia en el desempeño de la alta misión que su Gobierno le confía.

Las palabras de Vuestra Excelencia hacen revivir en mí la gratísima impresión –que aún conservo en la memoria– del entusiasta y sincero afecto con el que el noble pueblo peruano me acogió en las dos ocasiones en que la Providencia me ha permitido visitar su país. Le quedo muy reconocido, Señor Embajador, por las vivas muestras de adhesión que Usted acaba de ofrecerme, así como por el deferente saludo que me transmite en nombre del Señor Presidente de la República, Alberto Fujimori.

No me son desconocidas las circunstancias variadas y complejas por las que vuestro País atraviesa en estos años; ni ignoro los resueltos esfuerzos que, en sus diversos sectores, realiza la población para superar los serios obstáculos derivados de la situación económica, así como de las amenazas –aún no del todo desaparecidas– que provienen de la violencia y de la subversión terrorista, que sigue segando, de modo inmisericorde, cruel e injusto, tantas vidas inocentes y perjudica gravemente los esfuerzos por el progreso y bienestar en que se halla empeñada la mayoría del pueblo peruano.

Para afrontar los retos de la hora presente, el Perú precisa cada vez más del generoso y mancomunado esfuerzo de todos sus hijos. Sabemos bien, y la historia lo confirma, que los pueblos logran superar las crisis cuando sus habitantes, sobre todo las clases y hombres dirigentes, superando todo tipo de diferencias y discrepancias, trabajan preferentemente por la consecución del bien común, en especial, por el bien de quienes más sufren.

Me complace ver que, entre los denodados esfuerzos que actualmente se hacen en el Perú, la Iglesia constituye una instancia de fiabilidad y esperanza, a la cual apela el País con la fundada certeza de que, por encima de pluralidades y opciones, ella seguirá guiando a sus hijos por los caminos de la comprensión, del entendimiento mutuo y de la solidaridad fraterna. Sólo con la colaboración leal y desinteresada de todos es posible llevar a cabo el progreso integral de una nación. Pero para que en la sociedad prevalezca la verdadera libertad y la justicia, es indispensable que la gestión de la cosa pública tenga en cuenta los principios éticos, tantas veces recordados por la doctrina social católica, y que ha puesto muy de relieve el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 73. 75).

Este debería ser, Señor Embajador, el horizonte de valores y realidades al que debe tender la vida cívica de cada país: lograr una existencia colectiva pacífica y serena, laboriosa y justa, liberada de los males de la discordia, inseguridad y violencia, que tanto dañan el presente de una nación y ponen en riesgo el futuro de las nuevas generaciones. Es de esperar que las ricas posibilidades que la naturaleza ha dado al Perú, así como las que brotan de su larga historia y noble tradición, serán aprovechadas fructuosamente para bien de los individuos, de las familias y de toda la comunidad.

Hace apenas unas semanas, la divina Providencia me ha concedido participar, en Santo Domingo, en la magna conmemoración del V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo. Este es para el Perú, así como para la Comunidad Iberoamericana de naciones, un motivo de renovado agradecimiento al Señor por el sublime don de la Fe, que habéis sabido conservar fructuosamente durante estos cinco siglos; pero, al mismo tiempo, interpela a todo el pueblo cristiano a acrecentarla y purificarla, en armonía con las exigencias de la Nueva Evangelización.

Señor Embajador, al reiterarle mis mejores votos por el feliz éxito de la misión que hoy inicia, le acompañan también mis oraciones por Usted y su distinguida familia, así como por sus colaboradores. Estos votos los extiendo asimismo, de forma muy particular, a los gobernantes y al querido pueblo peruano, que llevo en mi recuerdo y plegaria del modo más entrañable.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XV, 2 pp. 593-595.

L'Attività della Santa Sede 1992 pp. 735-736.

L’Osservatore Romano 15.11.1992 p.11.

L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n. 47 p.18 (p.658).



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