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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRIMER EMBAJADOR DE ALBANIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 22 de abril de 1993

 

Excelencia:

1. Me alegra darle la bienvenida como primer embajador del noble pueblo albanés ante la Sede Apostólica. Este encuentro, de alguna manera, anticipa y prepara el tan esperado del próximo 25 de abril, cuando tendré la alegría de visitar Albania por primera vez, para encontrarme con esa ilustre nación. Sin embargo, desde ahora y a través de usted, deseo hacer llegar mi más vivo aprecio no sólo a mis hermanos en la fe, sino también a todo el pueblo que usted tiene el honor de representar en sus diversos componentes étnicos y religiosos, y a las autoridades que lo gobiernan.

Como usted recordaba hace unos instantes, las relaciones de Albania con la Iglesia han conocido a lo largo de la historia momentos muy diferentes: a veces de colaboración constructiva, como en el caso del atleta de Cristo, Jorge Castriota Scanderberg, quien mantuvo con los romanos Pontífices relaciones estrechas y provechosas; otras veces, en cambio, de tensiones dolorosas: pienso, en particular, en las duras situaciones políticas de las que la nación ha sido victima en el último medio siglo a causa de un régimen inspirado en una ideología totalitaria y antirreligiosa.

A pesar de todo ello, en el espíritu albanés jamás se corto el hilo de oro de la fe, que resistió a la violencia de las persecuciones y hoy vuelve a manifestarse con todo su vigor. La adhesión a los valores religiosos constituye un sólido punto de apoyo para la construcción de la nueva vida democrática. Al aludir a la creencia religiosa, no sólo pienso en la comunidad católica, sino también en la ortodoxa y en la islámica, que han establecido con la Iglesia una relación ejemplar de estima y de respeto. Los católicos, por su parte, corresponden de buena gana a estos sentimientos y se alegran de dar su contribución de compromiso moral y civil al renacimiento de su patria.

2. Ciertamente, la Iglesia no se propone ofrecer intervenciones de orden político, porque esto no estaría en conformidad con su misión. Como recuerda el concilio ecuménico Vaticano II, «la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno» (Gaudium et spes, 76). La Iglesia tiene una finalidad esencialmente religiosa. Por tanto, no le corresponde construir la ciudad terrena, sino el reino de Dios, anunciando el Evangelio, indicando a los hombres la presencia y el amor de Dios e invitándolos a una vida nueva tras las huellas de Cristo.

Con todo, esta orientación esencialmente religiosa, no la induce de ninguna manera a una actitud de indiferencia y desinterés con respecto al desarrollo de la sociedad civil. El cristianismo es la religión de Dios hecho hombre: las vicisitudes humanas, por tanto, con todos sus desafíos, entran en la historia de la salvación, y la construcción del mundo según el designio de Dios es un aspecto esencial del anuncio evangélico, como bien lo demuestra la doctrina social cristiana. A una misión tan ardua la Iglesia pretende dedicarse tanto mediante el ejercicio de su labor educativa, como a través del testimonio coherente de sus hijos. Y estoy convencido, excelencia, de que la presencia eclesial producirá evidentes beneficios para la sociedad albanesa, especialmente gracias a la contribución que los católicos ofrecerán a la promoción de la libertad, la justicia, la solidaridad y la paz.

3. Albania atraviesa hoy un momento difícil a causa de la pesada herencia del viejo régimen. Superar las dificultades de la coyuntura presente debe constituir la ambición y el motivo de orgullo de la joven democracia, llamada a resolver graves problemas económicos y laborales, y a consolidar las nuevas estructuras políticas y civiles, inspiradas en los principios del Estado de derecho, en el contexto de las normas contenidas en los acuerdos internacionales.

Ciertamente, los problemas no son en absoluto simples: su solución requiere el compromiso de todos los componentes de la nación y una atención mas generosa por parte de la comunidad internacional. A esta última, la Iglesia dirige un llamamiento apremiante para que no abandone a Albania en este tiempo de transición histórica, caracterizada por numerosas dificultades. Sin embargo, la realización de un futuro mejor, con la ayuda de Dios, que jamás abandona a sus hijos, esta en las manos del pueblo albanés, en la fuerza de sus motivaciones interiores y en su capacidad de esperar y de no rendirse frente a las pruebas y los obstáculos.

A este propósito, quisiera recordar aquí cuanto escribí en la encíclica Centesimus annus, es decir, que el secreto de una democracia, su éxito y su solidez, no residen sólo en el buen funcionamiento de las estructuras y de las reglas, sino en los grandes valores que las deben fundar y animar (cf. n. 46). Albania, que ha sufrido el peso de una dictadura sofocante, esta llamada a construir su futuro atesorando también las experiencias, no siempre exaltantes, del mundo que se suele llamar libre y democrático. En efecto, «una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto» (ib.).

En esta perspectiva, excelencia, la Iglesia católica se compromete a dar su contribución para la construcción de la nueva Albania; a esta finalidad tenderán los acuerdos de cooperación que ella y el Estado podrán realizar libremente, dentro del pleno respeto de su autonomía reciproca y sus finalidades especificas.

Excelencia, le ruego que transmita mi saludo deferente al presidente de la República, su excelencia Sali Berisha. Confírmele mi estima y el afecto que me une al pueblo albanés, en espera de ir a encontrarme con el.

Excelencia, al renovarle mis mejores deseos de éxito en la alta misi6n que co­mienza hoy, le aseguro mi oración a Dios omnipotente para que lo asista siempre con sus dones a usted, a sus colaboradores y a los gobernantes de su noble país, así como también al amado pueblo albanés, al que recuerdo siempre con mucho afecto.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n.18, p.8 (p.224).



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