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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO NACIONAL ITALIANO
SOBRE LA MUJER

Sábado 4 de diciembre de 1993

 

Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimas hermanas:

1. Con profunda alegría os doy la bienvenida a esta audiencia con ocasión del congreso nacional, organizado por la Comisión episcopal para los problemas sociales y el trabajo de la Conferencia episcopal italiana, sobre el tema Mujeres, nueva evangelización y humanización de la vida, que quiere recordar el quinto aniversario de la carta apostólica Mulieris dignitatem sobre la dignidad y la vocación de la mujer.

Doy las gracias de manera especial al presidente de la Conferencia episcopal italiana, cardenal Camillo Ruini, al secretario general, monseñor Dionigi Tettamanzi, y al presidente de la Comisión episcopal, monseñor Santo Quadri, por esa oportuna iniciativa de reflexión sobre un documento que quiso ser y sigue siendo hoy una invitación apremiante a profundizar en la verdad sobre la mujer, y principalmente en su papel indispensable en la edificación de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad.

Asimismo, doy las gracias a la presidenta del Centro italiano femenino (CIF) doctora Maria Chiaia que haciéndose intérprete del pensamiento de los presentes, ha querido confirmar los sentimientos comunes de sincera y efectiva fidelidad al Sucesor de Pedro.

2. Entre la visión inicial de la creación del hombre la mujer a imagen y semejanza de Dios, como la describe el libro del Génesis, y la visión final del Esposo y de la Esposa, como nos la presenta el Apocalipsis, en la Mulieris dignitatem he colocado el marco evangélico de la relación de Jesús con las mujeres, recogiendo de la enseñanza del Maestro la verdad del plan de Dios sobre la mujer, para sacar las necesarias consecuencias sobre las tareas específicas de la mujer, su papel y su dignidad.

La misión que Dios ha confiado a la mujer en su sabio plan se funda en la profundidad de su ser personal que, a la vez que la iguala al hombre en dignidad, la distingue de él por las riquezas específicas de la femineidad, pues la mujer representa «un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como aquella persona concreta, por el hecho de su femineidad [...], independientemente del contexto cultural en el que vive cada una y de sus características espirituales, psíquicas y corporales, como, por ejemplo, la edad, la instrucción, la salud, el trabajo, la condición de casada o soltera». (Mulieris dignitatem, 29).

En vuestro encuentro, con gran oportunidad, habéis recordado el pasaje de la Mulieris dignitatem en que se afirma que a las mujeres «Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano» (Mulieris dignitatem, n. 30). La carta, desde luego, no pretende descargar al hombre de sus responsabilidades, sino que recuerda las responsabilidades que brotan para la mujer de los dones peculiares que se le han concedido, y sobre todo de su vocación particular a la entrega en el amor. «La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez, ella da. [...] La mujer no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí misma, a los demás» (Mulieris dignitatem, n. 30).

3. El mensaje evangélico sobre la dignidad y vocación de la mujer se encuentra hoy con una nueva sensibilidad cultural que, incluso fuera del horizonte de la fe, ha redescubierto con razón el valor de la femineidad, y está haciendo progresivamente justicia de inaceptables discriminaciones y reaccionando ante formas antiguas y nuevas, manifiestas y ocultas, de violencia sobre las mujeres, que, por desgracia, la historia de todos los tiempos, hasta nuestros días, registra ampliamente.

Pero frente a este dato positivo, surge el escenario preocupante del extravío espiritual y de la crisis cultural que afecta al hombre contemporáneo, y que no puede menos de tener efectos insidiosos también con respecto a una auténtica y equilibrada comprensión del papel y la misión de la mujer. Se trata de una desorientación y de una crisis de carácter personal y social, que exponen al hombre al peligro de caer en la indiferencia ética, el aturdimiento hedonista, la autoafirmación a menudo agresiva y siempre lejana de la lógica del auténtico amor y de la solidaridad.

Ante una situación tan preocupante, se puede comprender fácilmente la urgencia y la actualidad de una nueva evangelización, que anuncie a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo el amor que Dios nos ha manifestado en Cristo y les brinde la certeza de la ternura con la que continuamente sigue nuestro camino. Así pues, un anuncio de alegría y esperanza, que contrarreste el sentido de soledad deprimente a la que tantas veces exponen la falta de certezas, la complejidad de la vida moderna y la angustia del futuro. Pero, a la vez, un anuncio exigente, que impulse a aceptar con generosidad el plan y la invitación de Dios, y no dude en entregar íntegramente la verdad sobre el hombre, como aparece a la luz de la razón y ha sido plenamente revelada por aquel que es «camino, verdad y vida» de los hombres (cf. Jn 14, 6).

«La evangelización —como dije a los participantes en la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos— es siempre el camino según esa verdad. En la actual etapa de la historia, la evangelización debe tomar como tarea propia esta verdad acerca del hombre, superando las diversas formas de reducción antropológica» (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1991, p. 19).

En la carta apostólica me propuse desarrollar uno de los puntos más específicos de la nueva evangelización: la afirmación, teórica y práctica, de la dignidad y de la vocación de la mujer contra toda reducción o falseamiento antropológico.

4. Las mujeres de nuestro tiempo podrán reencontrarse plenamente a sí mismas y salvaguardar su dignidad y su vocación, poniéndose a la escucha de Cristo, «síntesis de la verdad, de la libertad y de la comunión» (Declaración final de la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, n. 4). En esa síntesis viva se ha inspirado la gran investigación intelectual, ética y espiritual de tantos hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han meditado el Evangelio, llegando a resultados cuya riqueza, captada con serenidad y sin alteraciones ideológicas, también a la luz del autorizado discernimiento que corresponde al Magisterio de la Iglesia, puede prestar una notable contribución al redescubrimiento de los dones femeninos en el ámbito eclesial y social.

Se trata de una reflexión que, para ser fecunda, no ha de perder nunca el contacto con lo que Jesús hizo y dijo durante su vida terrena. En su actitud para con las mujeres con quienes se cruzó a lo largo de su camino de servicio mesiánico, refleja el plan eterno de Dios que, al crear a cada una, la elige, la ama y le confía una misión especial. A cada una de ellas, al igual que a cada hombre, se aplica la profunda verdad que el Concilio nos recordó a propósito de la persona humana que es la «única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo» (Gaudium et spes, 24). Cada una hereda, desde el principio, la dignidad de persona, precisamente como mujer. Jesús confirma esta dignidad, la renueva y hace de ella un contenido de su mensaje de redención.

5. Además, toda palabra, todo gesto de Cristo con respecto a la mujer deben verse en el horizonte de su misterio de muerte y resurrección. El encuentro con la gracia pascual del Resucitado permitirá a las mujeres experimentar y evangelizar el valor de la comunión, más aún promover la cultura de la comunión, que tanto necesita el hombre de nuestro tiempo.

Esta cultura «sólo se da cuando cada uno percibe la dignidad propia del prójimo y la diversidad como una riqueza, le reconoce la misma dignidad sin uniformidad y está dispuesto a comunicar sus propias capacidades y dones» (Declaración final de la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, n. 4; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de diciembre de 1991, p. 7).

Para ello como afirmé en la exhortación apostólica Christifideles laici, es urgente desarrollar «una consideración más penetrante y cuidadosa de los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina» tratando de «precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre no sólo por lo que se refiere a los papeles a asumir y las funciones a desempeñar, sino también y más profundamente, por lo que se refiere a su estructura y a su significado personal» (Christifideles laici, n. 50). Sobre esa base será posible pasar del reconocimiento teórico de la presencia activa y responsable de la mujer en la Iglesia a las actuaciones concretas (cf. Christifideles laici, nn. 51 y 52).

6. La Iglesia, para realizar la obra urgente de la nueva evangelización, tiene necesidad de las mujeres cristianas, de su carácter misionero; necesita su profecía para que el hombre contemporáneo se encuentre con el Señor resucitado, el Viviente.

Amadísimas hermanas, la Iglesia os llama y os envía a evangelizar la vida, os envía a anunciar a todos que la vida es don que hay que acoger siempre con amor, proteger y cultivar con respeto, es misterio al que es preciso acercarse siempre con sentido religioso y con grato asombro.

El papel particular de la mujer en la procreación debe considerarse como la fuente de la sensibilidad femenina especifica con respecto a la vida humana y al crecimiento humano. A ese papel se hallan vinculadas también claras responsabilidades éticas. Frente a los desafíos de nuestro tiempo, tan avaro de ternura y tan lleno de tensiones, es más urgente que nunca «la manifestación de aquel “genio” de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre» (Mulieris dignitatem, 30).

7. Sed misioneras del evangelio de la vida, para que la cultura social, económica y política de nuestro tiempo adquiera su propia dimensión ética (cf. Christifideles laici, 51).

La elaboración de una diversa cultura del hombre y de la convivencia social es un gran desafío que hay que afrontar con decisión y valentía. Es un desafío que brota con nueva fuerza del reconocimiento de la impotencia de las ideologías modernas para sostener el esfuerzo de construir la convivencia social en el signo de la dignidad y de la vocación del hombre.

Éste es un profetismo particular de la mujer, llamada hoy a elaborar una diversa cultura del hombre y de su ciudad.

Frente a estas inmensas tareas a las que os llama la Providencia del Señor, María se os presenta como modelo permanente de toda la riqueza de la femineidad, de la originalidad especifica de la mujer, tal como Dios la quiso. Dejad que ella os inspire y os guíe.

Con este deseo os imparto de corazón mi bendición, que extiendo con gusto a todas las mujeres de Italia.



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