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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL CARDENAL JAIME LUCAS ORTEGA Y ALAMINO,
ARZOBISPO DE SAN CRISTÓBAL DE LA HABANA

Sala del Consistorio
Martes 29 de noviembre de 1994

 

Señor Cardenal:

Le saludo con gran afecto al recibirle hoy, acompañado por su anciana madre y otros familiares, así como por algunos Obispos, Sacerdotes, Religiosas, Religiosos y seglares, que representan a tantos hermanos cubanos, unidos espiritualmente a estos actos, a quienes envío también mi entrañable saludo.

La Iglesia en Cuba, en su camino no exento de sufrimientos y esperanzas, vive en estos días unas jornadas de intenso júbilo al ser elevado Usted, como Arzobispo de San Cristóbal de La Habana, a la dignidad cardenalicia.

Reconociendo su solicitud pastoral y las dotes que le adornan, he querido dar también una prueba especial de mi afecto por esa noble y querida Nación, poniendo de relieve los afanes y proyectos apostólicos de esa Iglesia local “ que vive, sirve y siembra el amor en Cuba ”, como Usted mismo decía en su Mensaje, del pasado 30 de octubre, a los católicos y al pueblo cubano. “ Estoy seguro –añadía– que el Santo Padre se ha fijado en la unidad de nuestra Iglesia para conferirle este don en mi pobre persona, por eso lo considero como un patrimonio de todos Ustedes ”.

Un patrimonio y un don, un signo de aprecio que sin duda conducirá a todos, jerarquía y fieles, a confirmar su gran amor a la Iglesia, a estimular la generosidad en el servicio a la misma y a promover un esfuerzo dinámico para llevar adelante animosa y eficazmente la tarea de la “ Nueva Evangelización ”. Esto podrá dar más vitalidad a las comunidades católicas, que bajo la guía iluminada y sabia de sus Pastores, están llamadas a ofrecer su contribución para que Cuba camine siempre hacia el progreso integral de sus ciudadanos, superando las dificultades que agobian tanto a ese querido pueblo. En este esfuerzo van unidos, sin duda, el amor a la Iglesia y el amor a la Patria, que han distinguido siempre a los católicos cubanos.

Usted lleva especialmente en su corazón a sus antiguos feligreses de Cárdenas, de Jagüey Grande, su pueblo natal, en la diócesis de Matanzas, y los de Pinar del Río, donde inició su ministerio episcopal, antes de serle confiada la arquidiócesis de San Cristóbal de La Habana, donde desde hace trece años viene desarrollando, con gran celo y sabiduría eclesial, su tarea evangelizadora que, actualmente como Presidente de la Conferencia Episcopal, se proyecta hacia toda la nación.

Con motivo de su nombramiento como Cardenal, Usted ha querido evocar la riqueza histórica que lleva la ciudad del apóstol Padre Varela, del patriota José Martí y del primer Cardenal cubano, Manuel Arteaga y Betancourt, creado por Pío XII. Son figuras que señalan la importancia y fecundidad católica de esa Nación, cristianizada ya en los primeros años de la Evangelización de América.

Quiero manifestarle, Señor Cardenal, que como Sucesor de Pedro estoy a su lado y al de los demás Pastores, y les encomiendo a la protección materna de la Patrona de Cuba, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Como prueba de mi afecto, me complace impartirle, así como a la peregrinación que le acompaña y a quienes le están unidos espiritualmente, una especial Bendición Apostólica.



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