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VIAJE APOSTÓLICO A GUATEMALA,
NICARAGUA, EL SALVADOR Y VENEZUELA

CEREMONIA DE BIENVENIDA A GUATEMALA

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Aeropuerto Internacional «La Aurora» de Ciudad de Guatemala
Lunes 5 de febrero de 1996

 

Señor Presidente,
queridos hermanos en el episcopado,
excelentísimas autoridades,
miembros del cuerpo diplomático,
amadísimos hermanos y hermanas de Guatemala:

1. Al llegar de nuevo a esta bendita tierra, viene espontáneo a mi memoria el recuerdo de mi primera visita en marzo de 1983, cuando tuve la dicha de compartir unas inolvidables jornadas de fe y esperanza con los hijos e hijas de Guatemala, el «país de la eterna primavera».

El Señor, dueño de la historia y de nuestros destinos, ha querido que el IV Centenario de la Devoción al Santo Cristo de Esquipulas me ofrezca la oportunidad de encontrar nuevamente al amado pueblo guatemalteco y a tantas personas de los países hermanos de Centroamérica. Me llena de gozo visitar otra vez esta tierra, en la que surgieron notables culturas y cuyas gentes se distinguen por la nobleza de espíritu y por tantas muestras de aquilatada fe y amor a Dios, de veneración filial a la Santísima Virgen y de fidelidad a la Iglesia.

2. Me complace saludar, en primer lugar, al Presidente de la República, Excelentísimo Señor Álvaro Arzú Irigoyen, que ha tenido el deferente gesto de venir a recibirme y al cual deseo manifestar mi más viva gratitud por las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme para darme su cordial bienvenida. Expreso igualmente mi reconocimiento al Licenciado Ramiro de León Carpio, que durante su mandato presidencial me invitó a visitar el país. Mi agradecimiento se hace extensivo al Gobierno de la nación y a las demás Autoridades, por su grata presencia en este acto y por su preciosa colaboración en los preparativos de mi visita pastoral.

Saludo entrañablemente a mis Hermanos en el Episcopado; en particular, al Arzobispo de Guatemala, al Presidente y miembros de la Conferencia Episcopal Guatemalteca, así como a los Arzobispos y Obispos aquí presentes. En este saludo, mi corazón se abre también con especial aprecio a los queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, catequistas y fieles, a los que me debo en el Señor como Pastor de la Iglesia universal. Saludo cordialmente a todos los guatemaltecos, dirigiéndome con afecto a las poblaciones indígenas, hombres, mujeres y niños.

3. Con este viaje apostólico vengo a celebrar, ante todo, a Jesucristo, Redentor de los hombres. Vengo como su heraldo, en cumplimiento de la misión confiada al apóstol Pedro y a sus Sucesores de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22, 32). Vengo para compartir vuestra religiosidad, vuestros afanes, alegrías y sufrimientos, y a celebrar juntos el misterio del Amor misericordioso para insertarlo más profundamente en la vida y en la historia de este noble pueblo, sediento de Dios y de valores espirituales, ansioso de paz, solidaridad y justicia. Vengo como peregrino de amor y de esperanza, con el deseo de dar un nuevo impulso a la labor evangelizadora de la Iglesia.

4. En cuantas ocasiones me ha sido posible no he dejado de pedir que se hagan todos los esfuerzos necesarios para detener el fragor de la guerra y que se muevan los corazones por caminos de mayor justicia. Aunque el recorrido hacia la paz ha sido arduo y no exento de dificultades, hoy se vislumbra en el horizonte el momento gozoso de la firma de los Acuerdos que pondrán fin a la reciente historia de guerra y violencia de los últimos 35 años. Ello, unido a las calamidades naturales —recuerdo que precisamente en estos días se cumplen 20 años del gran terremoto que causó más de 20.000 víctimas— ha impedido el deseado progreso y bienestar que los hijos de Guatemala esperan de la tierra que la Providencia les ha dado fértil y fecunda. Por eso, haciendo mío el repetido llamado de los Obispos, quiero levantar una vez más mi voz diciendo que «urge la verdadera paz». Una paz que es don de Dios y fruto del diálogo, del espíritu de reconciliación, del compromiso serio por un desarrollo integral y solidario de todas las capas de la población y, especialmente, del respeto por la dignidad de cada persona.

5. Es éste un momento de gracia para los guatemaltecos. Hay signos de esperanza, pues el clamor de todos buscando una movilización de las conciencias y un común esfuerzo ético pueden poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida,(cf. Evangelium Vitae, 95) lo cual se manifestará en un mayor progreso espiritual y moral, económico, social y cultural para todos, de modo que cada uno pueda vivir en una atmósfera de libertad, confianza recíproca, justicia social y paz duradera.

6. Con la esperanza puesta en el Señor y sintiéndome muy unido a los amados hijos de toda Guatemala, inicio esta Visita Pastoral, que encomiendo a la maternal protección de la Santísima Virgen, mientras de corazón os bendigo a todos, pero de modo particular a los pobres, los enfermos, los marginados y a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu.

¡Alabado sea Jesucristo!

 



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